Mujeres cocinando lazos

Desde hace varios años, en nuestro país y toda Latinoamérica se han visualizado y se han tomado acciones ante las situaciones de violencia de género que atraviesan muchísimas mujeres de estas tierras. En el contexto de la actual situación epidemiológica y las medidas sanitarias de aislamiento durante el 2020 y 2021, el recrudecimiento de la violencia contra las mujeres aparece como una voz de alarma en todo el territorio.

Esta coyuntura se ha visto reflejada en el trabajo del equipo psicosocial Naim del centro Juvenil “Campito Centenario” de la presencia salesiana en General Pico, provincia de La Pampa. Los relatos y vivencias de las mujeres con las que trabajamos tienen complejos atravesamientos de vulneración de derechos. Entre estos, la problemática de la violencia de género tiene notoria incidencia en el padecimiento subjetivo cotidiano, la desafiliación institucional y laboral, y en general, coarta posibilidades de construir proyectos de vida saludables con autonomía. Si bien existen políticas públicas en relación a esta temática, podemos ver que, además de ser acotadas, en su mayoría no logran traducirse en transformaciones concretas y materiales en la vida de las mujeres.

Por todas estas razones, durante el 2021 nos dispusimos a la tarea de pensar cómo concretar el sueño siempre presente de un espacio para mujeres. Decidimos hacerlo construyendo un espacio de encuentro. Esto implica, en sentido general, ir abriendo la posibilidad de reconocer, reconocerse y reconocernos en lo múltiple, haciendo lugar, construyendo pertenencia (Barrault, 2007). Como dispositivo de la Psicología Comunitaria, en lo específico, un espacio de encuentro: “Es una manera de decir que se construyen espacios de posibilidad del establecimiento de múltiples vínculos. Espacios de existencia, de posibilidad de encuentro, de modos de mutualidad, tramitación de conflictos, aprendizaje, complejización e historización de la relación, de transformación y sostenimiento múltiple de la subjetividad.” (Barrault, 2006, p. 2).

Nos sumergimos así, en marzo de este año, con muchas más preguntas que certezas, en esta tarea porque entendemos que hay cuestiones individuales y subjetivas que debemos y queremos acompañar. Sin embargo, nos invitamos al desafío de abordar la violencia de género como problemática social que traspasa las paredes de los hogares familiares y se inscribe en el cuerpo colectivo de las mujeres. Apuntamos a lo comunitario con la convicción de que crear y recrear redes de colaboración y amistad entre mujeres, es una clave para multiplicar territorialmente las herramientas de contención, protección y potenciación colectiva ante la vulneración de derechos.

Creemos en este proyecto. Creemos firmemente en que hoy más que nunca es imprescindible desandar los prejuicios. Creemos en dejar de lado la competencia y el individualismo para abrirnos a la comprensión y el diálogo. Creemos y necesitamos acompañarnos afectuosamente entre mujeres. Nos parece fundamental ante la violencia y la crueldad, estar juntas y reafirmar la amorosidad y la ternura como forma de ser y estar con otras, que invita a reinventar posibilidades sobre cómo vivir nuestras vidas.

Sin embargo, en un contexto que intenta no dejar margen al diálogo, a la amorosidad, al acompañamiento, necesitábamos una “excusa”. Un hacer que convoque al encuentro de las mujeres del barrio. Así aparece la idea de juntarnos a cocinar, intercambiar recetas que cada una sepa, aprender unas de otras. La cocina aparece como un espacio donde crear nuevas posibilidades: lugar de cuidados de los niños y niñas, de las familias, donde día a día se batallan el hambre y la desidia. Para nosotras es un espacio de deseos y potencias donde, a medida que se cocinan los alimentos, también se cocinan lazos entre mujeres.

De a poco, en un lugar habitual para algunas, desconocido para otras, nos convidamos las ganas de compartir. En el encuentro nuestras manos fueron amasando nuevos vínculos comunitarios y reforzando los que nos antecedían. Ese lugar -donde muchas veces se manda a las mujeres a hacer tareas en soledad, con el mandato del silencio- hoy es para muchas mujeres del Barrio Malvinas, una posibilidad de pensarnos sujetas, con deseos, con sueños, con disfrute. La palabra, así como el alimento, nos empujan en este espacio a promover procesos de salud integral para nuestras vidas.

“Acá venimos y cocinamos. Bueno, en realidad, cocinamos pero la pasamos bien. Charlamos, tenemos un rato para nosotras, yo vengo para salir un rato de mi casa. Me hace bien, la paso bien, nos reímos…” (vecina contándole a una mujer que se quería sumar de qué se trata el espacio)

“Todas ponemos un poco, lo que tengamos, y si no tenés no importa vení igual” (agregó otra de las mujeres del grupo).

Vamos, poquito a poquito, entre ollas y recetas, entre risas y charlas, apostando a un largo camino donde la reconstrucción de la vida colectiva y de los vínculos comunitarios tenga un horizonte de mayor justicia y amorosidad. Empezamos por algo: no estar solas, sino juntas…

 Equipo Psicosocial del Centro Juvenil “Campito Centenario”

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