Enrique Devito: “Deja que Dios te use sin consultarte”

“Si bien he sido compañero de él toda mi vida ─dice Mons. José Pedro Pozzi─, me llevaba dos años de profesión y uno de ordenación. Sin embargo, los años de mayor cercanía, los vivimos en el Domingo Savio de Santa Rosa, entre 1989 y 1993. Por los años que estaba en esa comunidad, era toda una leyenda. Todos recordaban sus años juveniles, dedicados totalmente al Oratorio y a los niños, adolescentes y jóvenes que lo frecuentaban. Todos tenían alguna anécdota para contar. En los últimos años, seguía siendo el ‘confesor a toda hora’ de quienes lo venían a buscar. Infatigable lleno de sabiduría y amor. Creo que ha sido un grande, para recordar siempre con mucho cariño”.

El P. Marcelo “Chelo” Madueña, desde Angola, afirmaba: “La última vez que lo vi, me mostró el breviario y tenía escrito mi nombre, porque rezaba por todos los misioneros. Él se consideraba heredero de los grandes misioneros pampeanos, como el P. Ángel Buodo”.

Desde Roma, donde participaba de un congreso internacional sobre don Miguel Rúa, escribe el P. Luis Timossi: “pude compartir con él varios momentos de mi vida y siempre me regaló su testimonio de fidelidad alegre, piadosa y trabajadora en bien de los chicos”.

* * *

El P. José Reyneri, exalumno directo de Don Bosco, durante los años de la Segunda Guerra Mundial, dadas las dificultades que había para comunicarse entre el Consejo General de la Congregación y las inspectorías de América del Sur, fue nombrado “representante del Rector Mayor”, con los mismos derechos y deberes. Así fue como, él dirigió las inspectorías de Argentina y de los demás países de Sudamérica durante aquellos años. Terminada la guerra en 1945, el P. Reyneri quedó como Inspector de Buenos Aires. Más tarde, fue sustituido por el P. Miguel Raspanti, en ese entonces director de Villada que, al dividirse la nueva Inspectoría de Rosario, pasó a ser su primer Inspector. Entonces, volvió por un tiempo el P. Reyneri como inspector. A él, entonces, se dirige, Enrique Devito, durante los años de su formación en un diálogo epistolar frecuente y muy sincero.

En 1941, como novel trienista escribe al P. Reyneri, desde Uribelarrea: “Estoy gozando de estos días de descanso. Los superiores de aquí, a petición mía, me han dado clase, doy primer y segundo grado. Soy asistente de cuadrilla y otros carguitos, como asistente de estudio menor. Soy feliz, en este pobre, pero hermoso y santo hogar salesiano. Todos trabajamos con ese mismo ideal, las santas vocaciones, sobre todo”.

En otras cartas se preocupa y pide al Inspector que le mande el programa de exámenes del trienio salesiano.

 

Sacerdote o coadjutor

Más tarde, desde Villada, describe también sus dificultades de salud, como estreñimiento crónico que, según él, le provocan perturbaciones mentales. Está en manos del médico, pero sin notar mejoría. Se anima por ese motivo a pedir al Padre Inspector, que le permita seguir estudiando fuera de Villada. Sugiere que podría volver a San Carlos y estudiar teología con el P. Machi y, a la vez, hacer algún trabajo para ayudar. Recuerda al Inspector que él había pedido ser coadjutor, pero que los superiores lo animaron a seguir el camino del sacerdocio, pues la Congregación nunca lo rechazaría por problemas de salud. En cuanto a la salud espiritual, dice que sigue como antes, con escrúpulos, tentaciones, ansiedades de conciencia y, como consecuencia, malestares mentales. Dice que necesita distracción, que la vida sedentaria lo fatiga y lo aburre, pero que, si es voluntad de Dios, se cumplirá por medio de lo que el Inspector le diga. Termina declarándose “un pobre hermano suyo, enfermo de cuerpo y alma, que pide ayuda para alcanzar la meta del sacerdocio”.

El 31 de marzo de 1948 cuenta que, gracias a Dios, los estudios van bien y que, con todo el arrepentimiento de su alma, reconoce que, en su carta anterior, se dejó llevar por impulsos no dictados por la razón, sino por la naturaleza, que rehúye el sacrificio y esfuerzo de la voluntad. Admite que no supo superar con fortaleza las pruebas y se sintió cobarde por luchar solo en el combate. Expresa ahora el gran deseo que siente de hacerse santo. En otras misivas al P. Reyneri, expresa los propósitos y el trabajo espiritual que se propone.

En una posterior carta, del 20 de mayo de 1948, estando ya en el segundo año de la teología, explica sus gratas impresiones, al enterarse por medio del P. Fanzzolato que se proyecta abrir la Universidad Salesiana. “Dice que será muy buena para nuestros artesanos y coadjutores”. Además, le presenta al Padre Inspector, la idea de abrir también una Universidad Salesiana de estudios filosóficos e incluso teológicos. “Se nota ─dice Devito─ una deficiencia de formación filosófica que repercute luego en la teología”. Al respecto, aprovechando la ocasión favorable de que el Gobierno parece dispuesto a aprobar nuevos planes de estudio, sugiere pedir la exención de los estudios de bachillerato que, como es sabido, dependía en aquella época del Mariano Acosta y de otras escuelas oficiales. Se muestra precursor de lo que posteriormente sería la libertad de enseñanza, recalcando la importancia de la pedagogía para la pastoral educativa salesiana, que tendría para nosotros, una buena formación filosófica. Indudablemente, no deja de ser notable esta carta, la expresión de esas ideas y su preocupación por la formación.

En octubre de 1953, desde Uribelarrea, escribe al Padre Inspector Raspanti, agradeciéndole por el congreso de las Compañías y asegurándole que, en Uribelarrea las Compañías funcionan muy bien. En cambio, en octubre de 1960, parece aflorar su antigua desconfianza hacía sí mismo y sus anteriores complejos. Algo habría pasado con un alumno en el colegio de General Pirán, que fue echado por los superiores. Pero él se culpa a sí mismo por el hecho. Le dice al P. Felipe Salvetti, Inspector de la nueva inspectoría de La Plata: “mi permanencia en esta escuela, se está volviendo perjudicial para la marcha disciplinaria y espiritual de los hermanos y alumnos”. Y cuenta cómo un alumno, sin explicar cuál fue su falta, dice que transportó hacia el campo espiritual su enojo contra él, y “faltó el respeto a los sacramentos y a las cosas de Dios”. No sabemos bien cuál fue la falta, ni cuál la actitud de Enrique De Vito para con el chico. Pero él se auto incrimina por lo acontecido en forma terrible. Dice tener mal genio, intolerancia y desequilibrio psíquico y nervioso y ser responsable del daño de esa alma y estar despertando entre los alumnos un espíritu de hostilidad, por todo lo cual pide al Inspector que lo cambie de Casa, pues “los alumnos están hartos de él y de sus impertinencias”.  Seguramente, el estrés y el cansancio físico y tal vez psíquico, volvió a despertar en él, de alguna forma los complejos que había sufrido de chico siendo estudiante.

Afortunadamente, un año más tarde, en 1961, seguramente ya olvidado el incidente, se encuentra muy feliz en General Acha, La Pampa, como él lo denomina “un legendario rincón pampeano”. Sin embargo, la experiencia misionera, que debe realizar en la parroquia, pueblos y estancias vecinas, no le resulta fácil y pide al P. Salvetti otro acompañante para el P. Consoli, así él puede seguir dando clase a los niños, cosa que siente ser más su vocación.

 

La espiritualidad del P. Enrique

Cuando el P. Salvetti lo invita a predicar una tanda de Ejercicios Espirituales, se le viene el mundo abajo y le dice que no se siente con ánimo de asumir esa responsabilidad por sus malestares físicos y, posiblemente, también psicológicos y su poca confianza en sí mismo. Dice que aceptaría con gusto volver a General Acha, estando en Santa Rosa, pero no sabe cómo quedaría en ese caso el Oratorio. Y así, va pasando entre las tempestades del mundo y los consuelos de Dios, la vida pampeana de este apóstol, al que le cuesta confiar en sí mismo y superar un cierto pesimismo, que cada tanto lo aqueja. Sin embargo, no deja de recordar una frase de la madre Teresa de Calcuta: “Deja que Dios te use sin consultarte” y comenta en una carta al Padre Inspector, desde Santa Rosa: “hoy así lo siento yo”.

Así se muestra la gran espiritualidad del P. De Vito que es notoria a todos, por ejemplo, al Secretario General de Cursillos de Cristiandad de La Pampa, que requiere su asesoramiento. Seguramente, también por todo esto los superiores, aun conociendo lo que le costará dejar La Pampa, le piden que vaya al Aspirantado de Ramos Mejía y, posteriormente, a Bernal.

 

Los consejos de su madre

El 25 de diciembre de 1948, dos años antes de ordenarse sacerdote, la mamá (María Devito) le escribía: “respecto a la deseada pregunta y consejos que tú deseas saber de tus padres, para ponerlos en práctica en la futura vida sacerdotal, son los siguientes:

  1. Que el hábito sagrado que llevas puesto, sea un santuario de virtudes. A semejanza del divino maestro.
  2. Que, en toda tu vida sacerdotal, estés colmado de castidad, de humildad, piedad, paciencia y resignación.
  3. Cuando llegue el tiempo en que puedas confesar, con la ayuda de Dios y de la Virgen, deseo que seas muy prudente para indagar en los corazones, todos sus males, especialmente los del sexto mandamiento, la que en estos tiempos, es una red infernal.
  4. Te ruego que estés en el confesonario de los varones, porque muchas veces, si no encuentran al confesor, quizás no vuelven más.
  5. Cuando predicas, si ves que los fieles no oyen, acércate a la balaustrada, así todos se llevan en su corazón, la palabra del santo Evangelio”. (María D. de Devito)

Para ver cómo se mantenía “al día” actualizándose en sus lecturas, escribe desde Santa Rosa al Padre Inspector: “Este invierno me golpeó la bronquitis, a la que estoy siempre predispuesto con infecciones de los bronquios, creo que sería mortificante el viaje en colectivo. Por esa razón, le pediría permiso para hacer los ejercicios espirituales en Casa. Tomaría como libros para este trabajo espiritual el libro del Rector Mayor, ‘Interioridad apostólica’, la exhortación apostólica postsinodal ‘Pastores dabo vobis’, ‘El proyecto de vida de los salesianos de Don Bosco’ y la lectura del ritual de los sacramentos y del Misal, en la introducción”.

El P. Enrique Devito muere el 28 de octubre de 2010.

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