El jueves 18 de agosto de 2022 falleció el P. Benjamín Stochetti, a los 85 años de edad, 53 años de profesión religiosa, y 60 años de sacerdote. Fue en la casa de salud “Artémides Zatti” que los salesianos tienen en la ciudad de Bahía Blanca, donde residía hacía un año.
Algunos testimonios episcopales dan cuenta de su carisma, su vocación y su compromiso.
“Quiero compartirles la Pascua, en este día, del padre Benjamín Stochetti, sacerdote salesiano que ha servido en nuestra diócesis hasta hace poco tiempo y que ha dejado hermosos recuerdos en tantos corazones”, expresó Mons. Fernando Croxatto, obispo de Neuquén.
Por su parte, el obispo de Quilmes, Mons. Carlos Tissera, “se une a al dolor de la Congregación Salesiana por el fallecimiento del Padre Benjamín Stochetti SDB, ocurrido el miércoles 17 de agosto en la casa de Salud Artémides Zatti de Bahía Blanca, donde residía”. E invitó a la comunidad diocesana a “unirse en oración por el descanso en paz del Padre Benjamín y por la fortaleza de sus seres queridos”.
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CARTA MORTUORIA
Por P. Rubén Hipperdinger SDB
Me atrevo a preludiar, lo que podríamos llamar carta autobiográfica del P. Benjamín Stochetti, con el testimonio de algunos de sus compañeros y alumnos.
Es interesante notar las coincidencias: todos califican a Benjamín de hombre simple y sencillo; sonriente y alegre; compañero y amigo siempre cercano. Su DNI era la alegría. Por otra parte lo consideran inteligente, criterioso y brillante, de pensamiento claro y profundo. Otros afirman que sus clases eran magistrales y denotaban su espíritu conciliar, maestro en valores eclesiales. Además comprometido con los derechos humanos y con los pobres. Coherente en su testimonio y ejemplo de vida, sacerdote valiente y manso.
Yo tuve la suerte de trabajar pastoralmente con Benjamín en el barrio “Fátima” de Viedma y lo sucedí en el cargo en dos oportunidades. Por eso me animo a agregar algunas breves consideraciones personales en base al tiempo y tareas compartidas con él.
Gran respeto por la privacidad de los hermanos: Un salesiano ya fallecido destacaba que el P. Benjamín tenía el don de la amistad profunda y sincera: “En él puedo confiar ciegamente”, afirmaba el P. Antonio Villalba. “Es un hombre comprensivo y respetuoso, agregaba”. Yo, personalmente, nunca le escuché decir algo desfavorable respecto a un hermano de congregación.
Confianza en las personas: confiaba siempre en la posibilidad de recuperar a cualquier persona, particularmente al hermano salesiano. Creía en la eficaz acción de la Gracia y en la buena voluntad de la persona en cuestión.. Siempre dispuesto a escuchar con empatía y respeto, orientando discretamente cuando lo veía oportuno.
Don de consejo: una cualidad que diversas personas de los barrios destacan. Era un consejero sabio, afirman. Escuchaba sin invadir y con una paciencia que brindaba cercanía e infundía confianza.
Amor y compromiso auténtico con los pobres: destaco su cercanía, amistad, respeto para con la gente humilde y sencilla. Descubría en ellos las “semillas del Verbo” y el futuro de la Iglesia y la sociedad.
Luego de esta breve introducción creo que es mejor dejarle la Palabra al mismo Benjamín cuyo testimonio figura en el libro, que recomiendo, “BUSCANDO EL REINO” ( Buscando el Reino, Marta Diana, Ed. Planeta, 2013, pág. 211 a 217). Verán que entre líneas se puede descubrir lo anteriormente dicho.
Cito textualmente:
1) “Nací en la noche de San Valentín (14 de febrero), pero fui anotado el 2 de marzo de 1937. Vivíamos en el campo y se anotaba en el pueblo cuando se podía. El lugar era el norte neuquino, a los pies de la Cordillera del Viento, cerca de Andacollo, Mis padres Adriano Jacobo Luis y Rosa Ester –Vergara, eran argentinos. De mis abuelos, tres chilenos y uno del Tirol austríaco. Ellos tuvieron cuatro hijos. Yo soy el mayor y al nacer la hermana menor – Rosa – murió mamá. Yo tenía cuatro años y sufrí profunda e intensamente su pérdida. Papá volvió a casarse y nacieron otros cinco hermanos. Era una familia religiosa en la que nos criamos sanos y en un ambiente de fe. Tengo una hermana religiosa, Hija de María Auxiliadora; otros hermanos también estuvieron en el seminario. Uno, el que me sigue –excepcional en todo- fue salesiano algunos años. Siendo muy pequeños, con él jugábamos a bautizar las ovejitas y charlábamos qué íbamos a ser como curas; creo que uno misionero y el otro predicador…
2) La vida de preseminario, Seminario Menor y Mayor fue una vida totalmente adaptada a nuestra edad, con excelentes docentes y formadores que nos entusiasmaban por distintas disciplinas y áreas culturales como literatura, idiomas antiguos y modernos, música, teatro, etc. Uno de mis amigos decía que nuestra perseverancia no tuvo mérito porque cada día tenía su encanto. Otro afirmaba que si existe el Cielo, por lo menos tiene que ser como Fortín que era nuestra casa de formación. Es normal que uno tenga sus dudas vocacionales y yo también las tuve ya en mi noviciado. El maestro, de quien guardo muy buen recuerdo, por toda animación me dijo: “Si querés, hablá nomás a tu inspector y volvé a tu casa”. Siempre respeté las decisiones quienes cambiaban de rumbo, dejándolas en manos de Dios. Estoy convencido de que mi perseverancia es pura misericordia de Dios.
Respecto a la relación entre el ambiente del seminario y el ambiente de los pobres, es lindo reconocer que nuestra vida era pobre y en algunos aspectos, tremendamente austera. Incluso diría que nos ejercitábamos con ganas, en entrenamientos espartanos como levantarnos antes de horario para estudiar, ducharnos con agua fría, caminar varias leguas y volver luego al trote para poder jugar al fútbol… Yo diría que esa formación me preparó para poder estar con los pobres y agradezco a Dios haberla recibido.
Recibí la ordenación sacerdotal en Fortín Mercedes, donde descansaban los restos de Ceferino, el 26 de agosto el día de su nacimiento y que por rara excepción quedó como fiesta litúrgica.
Poco antes de comenzar el Vaticano II, me enviaron a Roma donde mi estadía coincidió con los tres años del Concilio. Con entusiasmo juvenil seguíamos las noticias. Tanto en la Universidad salesiana, como en el instituto de Sociología Pastoral de los jesuitas, tuve excelentes profesores con muy distintas personalidades y orientaciones: Giulio Girardi, Próspero Stella, Piero Braido, Gustav Wetter, Piero Pavan.
En realidad me habían mandado para hacer la licenciatura en Teología y cursar luego Ciencias de la Educación; pero a los dos o tres días de llegar, el rector me dijo que el superior mayor encargado de estudios me destinaba a estudiar Filosofía. Fue un golpe muy duro. Después de dos años en la Universidad Salesiana, asistí a un curso de Sociología Pastoral (CISIC), organizado por los jesuitas en su Casa Generalicia, a escasos metros de la Basílica de San Pedro. Allí tuve compañeros diocesanos y religiosos de todo el mundo. Ese Año fue elegido como superior general el P. Arrupe, dignísimo hijo de San Ignacio de Loyola y así tuve la suerte de gozar de su espiritualidad, su sabiduría, su apertura a los nuevos tiempos, su humanidad y su alegría.
Como sacerdote, pasé los primeros años como docente en el seminario de Viedma, al que acudían los jóvenes salesianos de toda la Argentina. Los fines de semana, atendíamos alguna de las barriadas de Viedma y Patagones. Durante algunos años, viajé semanalmente de Viedma a Bahía, para dar Filosofía, algo de Teología y formación cristiana en el Instituto Superior del Profesorado “Juan XXIII”. Luego fui trasladado a Bahía continuando con las tareas docentes en ambas localidades, incluyendo la atención pastoral de fin de semana en Viedma, Fueron años muy lindos en mi vida. Tanto por mi comunidad religiosa muy fraterna, como por los jóvenes del profesorado, en una edad excepcional para replantearse su vida, en diálogos serenos, sinceros y profundos. A esto se añadían las horas de barrio, que eran un bálsamo para el espíritu.
3) Pocos años antes del Concilio, ya sentía la necesidad de algunos cambios y algunos se fueron poniendo en práctica. Por ejemplo, se había empezado a usar el castellano en la liturgia, al menos parcialmente. La sotana yo no fue tan sagrada como para no sacársela ni para jugar, trabajar, practicar andinismo, meterse al agua etc. En lo sociopolítico seguíamos la Doctrina Social de la Iglesia y algunos de nuestros profesores nos transmitían lo que enseñaban los mejores y más avanzados teólogos.
En mi caso, tanto por mi juventud, acostumbrado a estudiar y leer con ganas, como por temperamento abierto a lo nuevo, disfruté intensamente del evento conciliar. En nuestra casa se hospedaban varios padres conciliares y peritos, algunos de avanzada –como el cardenal Silva Henríquez y su perito Egidio Viganó- que nos traían noticias frescas cada día. También recibíamos copias de algunas intervenciones decisivas en el Aula Conciliar, o aportes de teólogos. Todo esto me permitió vivir y sentir el Concilio de una manera especial. Una de mis convicciones más firmes es que somos seres histórico-culturales, hijos de nuestro tiempo, llamados a asumirlo, comprometiéndonos a mejorarlo en el aquí y ahora que nos toque. Esa es la misión concreta que nos encomienda Dios. Para mirar hacia atrás y añorar el pasado o la tradición, necesito que me lo fundamenten bien y motiven. Es fácil imaginar entonces, la alegría y el entusiasmo que me embargaban en aquella época.
Desde ya que los cambios exteriores e incluso estructurales son más fáciles que los cambios de actitudes y mentalidad; de eso trata justamente la auténtica conversión “Metanoia”.
Con el mismo entusiasmo recibí Medellín, Puebla, San Miguel, Santo Domingo, Aparecida… Para mí, esos documentos tienen vigencia en muchas cosas que no se cumplieron. Es más, en algunos casos se ha vuelto atrás, pretendiendo restaurar el preconcilio. Desde la fe que tanto preconizan algunos de su protagonistas restauradores y reconociendo la validez del proceso conciliar, a mí me resulta poco menos que escandaloso –y con consecuencias lamentables- no sólo para la Iglesia, sino para el mundo entero.
En esta convicción, no aludo sólo a la Curia romana o algunos de los papas, sino que hay muchas cosas en las que todo el pueblo de Dios, con sus pastores somos responsables. Desde ya, el peso de la responsabilidad crece en la medida de la autoridad e influencia que se tenga.
Con respecto a la Teología de la Liberación, la aprecio y mucho en los grandes teólogos como Gustavo Gutiérrez, Jon Sobrino, Segundo Galilea, Lucio Gera, Leonardo Boff y otros. Hay en ellos intuiciones o ideas madres maravillosas, partiendo de los pobres como punta de lanza en la construcción del Reino, y desde las propias tierras con sus propias culturas, es decir, desde la real y concreta situación de cada uno. Elaborar una teología latinoamericana fue muy importante para nuestros pueblos, ya que la corte romana –al mirar desde tan lejos- no puede comprender nuestra realidad y por eso se han cometido verdaderas injusticias.
4) Estando en Viedma cayeron en mis manos unos folletitos con declaraciones de los primeros curas para el tercer mundo. Comencé a participar desde Bahía Blanca, asistiendo a casi todas las reuniones. Alguna vez me encargaron de coordinar o ser referente de la zona sur. Luego vinieron las sangrientas jornadas de la represión del 76. Más tarde recibí invitaciones de alguno de nuestros integrantes o grupos afines a lo nuestro, pero ya no participé, no porque hubiera cambiado de opinión, miedo o vergüenza, sino por mis ocupaciones siempre tupidas y exigentes.
5) En algunas reuniones del movimiento participaban obispos y curas de mucho valor espiritual e intelectual como Angelelli, Scozzina, Gera y otros. A todos ellos los sigo queriendo y admirando como siempre. Dentro de los sacerdotes del movimiento, tuve un poco más de contacto con Mugica, porque venía al sur, Bahía y Viedma, donde celebraba la Eucaristía y se contactaba con la gente de mi capilla barrial. Más de una vez me invitó ir a trabajar con él.
Creo que para una minoría, el movimiento provocó un sentimiento adverso más o menos explícito, tanto en el clero y hermanos de congregación, como en algunos grupos de fieles. Incluso entre mis familiares directos y muy queridos, mi pertenencia hizo que me consideraran marxista o subversivo: pero en la inmensa mayoría del pueblo, destinatario de nuestra labor educativa y pastoral, producía cariño, aprecio, admiración inmerecida y, especialmente, una intensa cercanía de espíritu comunitario. Nunca celebré Eucaristías tan vividas y la Palabra caló tanto en mi vida como en las del MSTM. Es que muchos se estaban inmolando, no sentimental, simbólica o espiritualmente, sino realmente, exponiendo su vida por los pobres con y como Jesús. Algunos habían probado la cárcel y la tortura. Varios consumaron su martirio.
Nunca me arrepentí de haber pertenecido al MSTM. Si eso “me cortó la carrera” como algún hermano me lo ha comentado, es para mí una alegría más y un santo orgullo.
Vale la pena puntualizar que a pocos años de los hechos cruentos de Bahía Blanca, en los que asesinaron al que menos tenía que ver con todo esto, el P. Carlos Dorniak, mis hermanos me eligieron como delegado a un capítulo general. El provincial de entonces me dijo: “La Iglesia a través de tus hermanos te expresa su confianza y apoyo”. Al poco tiempo fui nombrado provincial, gozando entonces de la amistad de formidables amigos: el padre Obispo Don Jaime de Nevares, el rector mayor Egidio Viganó, curitas admirables como el P. Rotter, rebelde sin causa, fanático total del “Cristito” como él decía y Francisco Calendino tan dotado de genialidades como humilde y bueno… En ese servicio, me sentí muy querido por mis hermanos y la gente.
Resaltado 5
Con respecto a esa acusación que fue usada para desprestigiarnos, solamente supe de un cura que estaba en la guerrilla, pero que ya había abandonado el ministerio y ni siquiera sé si había pertenecido al movimiento. Hubo seminaristas que siguieron el mismo rumbo, pero habían abandonado el seminario. En conclusión y por lo que a mí respecta, no es cierto que hayamos estado en la guerrilla salvo alguna excepción, como puede pasar en todo lo humano. La polémica y la discusión ideológica, llevan frecuentemente a la confusión y oscuridad, Es así como nos han acusado y confundido.
Por formación y por la misericordia de Dios que te va modelando, siempre creí que para cambiar el mundo debo hacerlo siguiendo a Jesús, vale decir con la verdad, el amor, la bondad, la renuncia, el jugarse, ser de una pieza, estando al lado de los pobres y sufrientes.
Desde esa base, apoyarás o rechazarás a los de arriba y a los políticos de acuerdo a la postura concreta que ellos tomen. Uno se embandera entonces, no con un partido, sino como seguidor de Jesús. Por otra parte, creo comprender a los jóvenes que en mi opinión, equivocadamente, tomaron esos rumbos por su ardiente idealismo juvenil. Fue su reacción frente a la injusticia, el derroche, la prepotencia, de los que actuaban como si fueran dioses, con la soberbia de considerarse una elite mesiánica que sabía cómo manejar el país, descartando a los pobres como ignorantes, perezosos e incapaces, ¿Cómo no entender la impotencia frente a tantos sufrimientos, privaciones, engaños frustraciones políticas, falta de trabajo, casa, comida, médicos, educación digna para los chicos? Llega un momento en que no se aguanta más; y, si uno tiene suficiente apoyo de su fe, se lanza a lo que abre esperanza, que crece en el contacto con quienes quieren lo mismo o de los que quieren usarlos para sus planes políticos.
Fue Jesús quien mejor definió las causas de los males sociales y de la injusticia: “Jesús los llamó y les dijo: “Como ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones actúan como dictadores, y los que ocupan cargos abusan de su autoridad, Pero no será así entre ustedes. Por el contrario, el que quiera ser el más importante entre ustedes, debe hacerse el servidor de todos, y el que quiera ser el primero, se hará esclavo de todos”. San Marcos 10,42-44.
Si los que se dicen cristianos practicaran las enseñanzas de Jesús, dejarían de lado el poder, que para mí es la peor de las pasiones. Aclaro que me refiero a todo poder: civil, militar y religioso, porque, ¿qué poder tuvo Jesús, sino sólo el de la verdad y el amor jugado hasta la muerte?
Curas y política
Supe de casos de parroquia en las que había grupos de jóvenes comprometidos en diversos partidos, y ese sano y pacífico pluralismo los enriquecía, maduraba y estimulaba el sentido de fraternidad. Pienso que esa descalificación de “los curas se meten en política” está teñida de anacronismo y es un ribete más del concepto de la política como algo sucio y que es mejor no meterse. Cosa terrible y trágicamente errada por sus consecuencias, al dejar libres todos los estrados para que se encaramen los peores y más dañinos para los pobres… como pastor, me resulta incomprensible que se prescinda de la dimensión sociopolítica de la caridad y aliento a quienes son llamados a esta difícil y exquisita vocación de servicio. Enumero algunos de Los puntos esenciales de este compromiso:
- Afirmar y proponer con fuerza el deber de los cristianos de comprometerse social y políticamente.
- Asumir realmente la sana secularización del orden temporal en una época de evidente pluralismo y democracia participativa.
- Como curas, buscar y cultivar la caridad y la unión en la diversidad, no dividir a la feligresía.
- Comprender y respetar la decisión del cura o del obispo que ante el vacío de los laicos o la gravedad de los problemas, siente el deber de entrar en la militancia política y postularse.
- Creo, con Paulo VI, que la fuerza y el poder del cristiano y de la Iglesia es seguir, como Jesús, la verdad, el amor y el tratar de vivir con coherencia.
6) La noche del 22 de marzo de 1975, a eso de las 2:30 de la madrugada, nuestra casa vivienda de los salesianos del Instituto superior “Juan XXIII” de Bahía Blanca, fue asaltada. Se escucharon estruendos de bombas, dejaron un montón de panfletos subversivos en la salita del mimeógrafo que fue incendiada y asesinaron a quemarropa al P. Carlos Dorniak,
Yo era rector y dormía en una piecita de la planta baja, al fondo de una serie de cuartos, comedor, baños, lavadero, etc. Sentí que otro de nosotros, cuya piza daba a la calle, subía corriendo las escaleras hacia el segundo piso en el que había dos habitaciones y desde allí me gritaba que habían entrado. Yo chistaba para que se callara y no me movía, para que no advirtieran mi presencia. Cuando terminó el estruendo de explosiones, tiros, carreras, yo salté por la ventana de mi piecita, pasé al patio, me acerqué a la calle y cuando iba a trepar al portón metálico, preferí subir a un árbol contiguo para saltar a la calle e ir a avisar al colegio Don Bosco, situado en la manzana anterior. Creo que todavía los arbolitos tenían hojas y por eso miré antes de saltar a la calle; a dos o tres metros había cuatro hombres jóvenes, armados con metralletas o algo parecido, esperando al que asomara por algún lado. Me quedé inmóvil por algunos minutos, hasta que en una nueva mirada ya no los vi.
Los primeros días fue impresionante el cariño y la valentía de la gente allegada y de algunos jóvenes de nuestro Instituto. Hubo una carta escrita a máquina en la que nos inculpaban y nos daban algunas horas de plazo para que dejáramos Bahía, Yo me quedé igual. Tal vez fue una simple imprudencia juvenil, amor propio, y la actitud de quedarme en mi puesto, sin darles el gusto de mostrarles miedo. Como siguieron las amenazas, el provincial de entonces me envió a mi pueblo, Chos Malal, pensando que allí me dejarían tranquilo. Les recé incluso una misa patronal, no recuerdo si a la policía o a Gendarmería. Sin embargo, mis tíos –gente sencilla y de bastante edad- informaron al párroco que habían sido interrogados por fuerzas de seguridad en forma violenta, Perocupado por la situación, el párroco me llevó a la escuela Agrotécnica de Luis Beltrán, pueblo del interior de la provincia de Río Negro, para suplir al padre director que había sufrido un accidente. Desde entonces se me vigiló y controló; pude saber de cómo estaba fichado y de las acusaciones archivadas en mi legajo, algunas deformadas o pésimamente interpretadas. Hubo épocas en que el seguimiento era continuo, diario, cronometrado y preciso, hasta el punto de que se informaba de mis salidas del colegio hasta el pueblo, situado a no más de dos kilómetros. Personal del colegio se encargaba de controlar mis pasos. Estando allí, recibí una invitación para asistir a las fiestas patronales de una capilla de Viedma, donde había trabajado los primeros años de mi sacerdocio. Muy contento con la invitación avisé que aceptaba. La noche antes de salir, cuando ya estábamos por acostarnos, sonó insistentemente el teléfono y uno de los hermanos jóvenes me avisó que tenía un llamado muy urgente. Cuando atendía el teléfono, escuché la voz del querido padre, Pablo Stadler quien, en latín, me avisaba que no viajara, porque algunos matones me andaban buscando… El padre administrador me llevó a Junín de los Andes para encontrarme con el padre provincial, quien me ofreció el salvoconducto para abandonar el país. Mi respuesta fue que los pobres no tienen esa posibilidad y que, mientras mis nervios aguantaran, prefería quedarme.
Otro momento significativo fue cuando inicié mi servicio de provincial o inspector, Ya los militares habían dejado el poder y gobernaba del país el doctor Alfonsín. Días antes de asumir, preguntaron por mí –y si era cierto que había sido elegido como superior de la Obra Salesiana en la Patagonia Norte- a laicos, sobre todo docentes muy allegados a nosotros en los setenta. La misa de inicio de mi gestión debía comenzar a las 20:00, hubo varias llamadas alertando que sería colocada un bomba. Aunque me sentí muy nervioso, decidí que la misa no se suspendía y pedí a los hermanos que se revisara el interior del templo. A la hora señalada, sonaron las sirenas de diversos cuerpos de seguridad, como para que no olvidáramos lo que había pasado unos años antes,
Nunca, fuera de la que supongo era una intención de amedrentar, pude entender esa campaña de persecución. Ciertamente, yo no estaba en la guerrilla ni nada que se le parezca, sí por la paz y la justicia como condición para una vida digna, conforme a lo que la misma iglesia magisterial proclama. De eso y de estar abiertamente del lado de los pobres, nunca me separé.
7) Distingo la Iglesia jerárquica e institucional del Pueblo de Dios, inmensas masas que tratan de seguir a Cristo en lo que saben y pueden, sin preocuparse tanto por dogmas y preceptos eclesiásticos; muchos viven una vida cristiana admirable, incluso santa, firmes en lo esencial. Son las mayorías casi silenciosas, muchas de las cuales viven la religiosidad o la piedad popular y que salvan algo de lo cristiano y lo humano. Creo que hay que conocerlos y reconocerlos, estar entre ellos, acompañarlos, dejarse evangelizar por ellos, respetarlos, quererlos sinceramente y ayudarlos a purificar y elevar su fe hecha vida. Sobre todo entregarles a Cristo y su Evangelio, sus preceptos y propuestas más importantes, lo más característico y propio de Jesús: su misericordia activa, su humildad, sencillez, sinceridad.. para eso hace falta mucho coraje y fortaleza. Aprovechar los animadores que Dios desparrama, para que en cada comunidad se den las posibilidades para vivir la fe genuina que ellos sienten. Creo que ellos mismos tienen que organizarse para implantar el reinado de Dios, es decir para que las cosas marchen como Dios quiere, de tal forma que todos puedan vivir dignamente. Si así fuera, la Iglesia no sólo se mantendría sino que crecería, se robustecería, haría cambiar las estructuras civiles, sociopolíticas y también eclesiales.
8) Pienso que en la Iglesia-institución hace falta un cambio profundo. “Contemplar” con la ciencia bíblica y teológica, con las ciencias humanas y con la fe, la vida y enseñanzas de Jesús y su Evangelio, para que cambien ante todo, los pastores. Esto es muy necesario porque ellos quienes tienen la más alta responsabilidad de por qué están así las cosas. Hay cosas que no tienen nada que ver con lo que predicó Jesús y han quedado enquistadas desde las cortes imperiales, haciendo todo al revés de lo que dijo Jesús: “ Entre ustedes no debe ser así… el que mande sea el servidor de todos… Ni en Jerusalén ni Samaría –no serían necesarios lujosos templos- sino en el Espíritu y la verdad”.
Sé que es fácil decirlo, aunque hacerlo será trabajoso. Sin embargo, creo que las cosas cambiarán, por fuerza. La Iglesia es parte de la historia y por más que no quiera, deberá cambiar, porque los cambios del mundo son tan grandes y vertiginosos, que es imposible evitarlos. La Providencia de Dios intervendrá a través de las mismas fuerzas humanas y del instinto de conservación. Pienso que en la Iglesia hay fuerzas, energías auténticas que en parte la protegen y en parte la obligarán a cambiar.
Algunas consideraciones finales
Después de haber leído las declaraciones del P. Benjamín me animó a resumir a modo de conclusión, lo siguiente:
- Su pensamiento sociopolítico me parece muy lúcido;
- Su visión del Concilio, su idea sobre el compromiso cristiano y la misión de la Iglesia “en y desde” los pobres esclarecedora;
- Los desafíos que la Iglesia debe afrontar suenan, diría, hasta proféticos.
- Su postura respecto de la guerrilla es evangélicamente clara: el seguimiento de Jesús tiene como ley el amor, la misericordia y la justicia, no la violencia;
- Su comprensión para con los jóvenes, incluso sus excesos, refleja conocimiento de la realidad juvenil;
- Su aprecio para con el MSTM y la teología de la liberación es serio, sensato y consistente.
Se puede afirmar sencillamente que el P. Benjamín nos deja en su declaración convicciones sabias, sólidas y profundas.
No quiero concluir esta semblanza sin agradecer el testimonio de sus compañeros y exalumnos, en especial el aporte del P. Fernando Montes y del profesor Adrián Mandará.
PD:
El P. Benjamín Stochetti nació el 14 de febrero de 1937.
El P. Benjamin gran persona y buen sacerdote. Lo conocí en los años que fui aspirante salesiano en Bahía Blanca. Muy cercano, cálido y fraterno. Lo recuerdo con cariño en la Misa de cada día. DEP. (Daniel, sacerdote argentino en España)