Con su presencia constante y responsable, el P. Manuel fue para la comunidad religiosa y educativa del Don Bosco y de María Auxiliadora, lo mismo que para la Parroquia de San Juan Evangelista de La Boca, un nuevo Don Bosco, siempre presente. Era el padre de todos: niños, salesianos, hermanas, feligreses. Regaló, su presencia en el patio con sus gestos y su cariño. Regaló la Eucaristía y su labor pastoral. Su presencia era siempre activa, asistiendo, repartiendo medallitas, estampitas, diciendo una palabrita, o tocando con cariño una cabeza. Pocas palabras y menos reuniones, pero siempre su presencia activa en el patio. Dejaba mensajes claros, compartiendo el día a día, con los chicos el primario, desde el saludo mañanero de los “buenos días”. Cada día, esperaba a los chicos en la puerta del Colegio y era importante para él, dar a cada uno la mano, transmitiendo bondad y confianza. Una nota característica de su espiritualidad salesiana, fue la alegría, que vivió y transmitió. “Nosotros hacemos consistir la santidad, en estar siempre alegres”, decía Domingo Savio. Al Padre Manuel, se lo veía siempre feliz y hacía felices a los chicos. El patio, era la gran oficina donde él atendía. Era su lugar preferido, el lugar de encuentros y diálogo, de sonrisas y apretones de mano, de correcciones y consejos y, sobre todo, lugar de alegría y libertad, donde siempre se lo encontraba rodeado de chicos.
Si bien todo se vivió en La Boca, que fue el lugar donde estuvo sus últimos 30 años, también se puede decir lo mismo de los otros lugares donde estuvo, Palermo, las escuelas Agrícolas y la Patagonia.
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El P. Manuel Malatesta nació el 17 de agosto de 1922 en Quemú – Quemú, provincia de La Pampa. Su padre, Ángel, fue mecánico agricultor y su madre Juana Domínguez, ama de casa y catequista. Tenía seis hermanos, cuatro varones y dos mujeres. A los diez años, ingresó como pupilo en la Casa Salesiana de General Acha y el 27 de enero de 1940, hizo su primera profesión religiosa en Bernal. Tres años más tarde recibió su título de maestro normal nacional y en 1943 terminó sus estudios de filosofía y latín.
De 1944 a 1946 se desempeñó como maestro en la Escuela Agrotécnica de Uribelarrea. Después de realizar sus votos perpetuos, en 1947, ingresó en el Instituto Villada, para estudiar Teología y allí se ordenó de sacerdote, el 25 de octubre de 1950, tomando como lema sacerdotal: “Con gusto trabajaré y me desgastaré por Ustedes” (2Cor 12,17).
Ya ordenado sacerdote, en 1951, trabajó en la Obra Salesiana de Puerto San Julián, en la provincia de Santa Cruz y de 1952 a 1956, en la Escuela Agrotécnica Salesiana de Del Valle. Luego de un breve paso por General Pirán, volvió a la provincia de Santa Cruz para trabajar, en Puerto Deseado, hasta 1961. Desde 1962, y durante 20 años, el P. Manuel, brindó su carisma de director del sector primario de la Casa Salesiana León XIII, en Palermo.
Con la misma misión, en 1982, desarrolló la incansable tarea de acompañar en su crecimiento, a los niños y preadolescentes del barrio de La Boca, demostrando hasta los últimos momentos de su vida, su pasión evangelizadora y educadora para los más chicos de ese barrio del sur de Buenos Aires.
El 29 de septiembre de 2000, recibió la distinción “Divino Maestro” otorgada por el Consejo Superior de Educación Católica (Consudec).
En mayo del 2013, el Padre Manuel sufrió un ACV, que lo tuvo internado en la Clínica San Camilo, lugar donde falleció el 2 de junio.
Tenía 73 años de profesión salesiana, 62 de sacerdocio y 90 de edad.
Los grandes períodos de su actividad pastoral
Si quisiéramos dividir en períodos el trabajo del P. Manuel, encontraríamos que su vida apostólica se dividió en tres grandes períodos: “el del campo” (Patagonia y escuelas agrícolas de Buenos Aires); “en Palermo” y “en La Boca”. También podríamos hablar, de dos etapas: la etapa en el Interior y la etapa en la ciudad.
Fueron 14 años en lo que Manuel vivió entre la Patagonia austral, lo grato de la campiña y las escuelas agrícolas de la provincia de Buenos Aires. Supo de los vientos y fríos australes, en aquella época, hace casi 70 años, cuando en la Patagonia hacía frío de veras y no había modo de resguardarse de él. Supo ser uno más de aquellos misioneros que llegaron tras José Fagnano, Juan Cagliero, Domingo Milanesio y todos aquellos que eran misioneros de verdad, como los que partían “ad gentes”. Los años del campo bonaerense, en cambio, tuvieron la gracia y la bendición de la pampa infinita y la verde pradera, y el rigor del trabajo duro y sacrificado.
Transcurrió 50 años en la ciudad de Buenos Aires, con los niños porteños, a quienes educó y evangelizó: 20 años en Palermo y 30 en La Boca, como padre o patriarca de un pueblo infantil, que crecía y maduraba, como el trigo del campo, para ser los hombres de hoy. Así pasó Manuel, sus 90 años de sembrador, tras el llamado del dueño de la viña, poblada de exalumnos, maduros y agradecidos.
Es una espiritualidad pastoral. Vivió 63 años de actividad sacerdotal, entre aulas y patios, cuidando y charlando con tantos chicos, que mamaron de niños, la fe y la educación, que guardaron para toda la vida. Su vida sacerdotal, fue un ejemplo de servicio y entrega. Nunca dejaba de preparar su “misa para niños” –como él mismo decía– buscando cantos, textos, gestos, imágenes y símbolos, para que los chicos vivieran la fe. La música ocupaba un lugar especial en la liturgia. Fue maestro y catequista.
El Oratorio festivo fue su especialidad. Su presencia era siempre activa, asistiendo, repartiendo medallitas, estampitas, diciendo una palabrita, o tocando con cariño una cabeza. Pocas palabras y menos reuniones, pero siempre su presencia activa en el patio. Dejaba mensajes claros, compartiendo el día a día, con los chicos del primario, desde el saludo mañanero de los “buenos días”. Cada día, esperaba a los chicos en la puerta del Colegio y era importante para él dar a cada uno la mano, transmitiendo bondad y confianza.
Imitador y seguidor de Don Bosco
Quería estar junto a los chicos cultivando lo que a ellos les gustaba, adaptándose a los nuevos tiempos y queriendo estar al tanto de todo los que señala por dónde pasa la vida de los chicos de hoy. Estaba al día en cuestiones de tecnología. Pensaba apostólicamente los medios de comunicación, sabiendo que son un gran vehículo de evangelización. El respeto y el cuidado del otro, con gestos sencillos, hacía que los pibes se sintieran queridos en forma particular. Usaba siempre su guardapolvo blanco, como un maestro de alma y director de primaria. Era el guardián de la vida de los pibes y su presencia era esperada y valorada, como verdaderamente educativa. Un gran imitador de Don Bosco.
Colaboraba también en la parroquia y su atención llegaba hasta los padres de familia y la gente del barrio. Los enfermos y las Hijas de María Auxiliadora siempre eran atendidos por él y era un “gran bautizador”. Los salesianos de la comunidad tenían en él a un hermano puntual, casi escrupuloso en las reuniones, la oración y la mesa familiar. El rosario, el amor a María Auxiliadora y a Don Bosco eran su sostén. Podríamos decir, que siempre hacía “las cosas ordinarias, pero de manera extraordinaria” y ese fue el secreto de su espiritualidad, sencilla y fecunda.
Estaba en todos los detalles, atento a todo, dando bendiciones a quien se lo pedía. Cada domingo llegaba con su sermón bien preparado porque sabía que los feligreses se acercaban a la misa dominical y atesoraban la Palabra de Dios. Estaba siempre disponible para atender confesiones y dar consejos. Todos sabían que, si lo buscaban, lo iban a encontrar.
Alegría y vida de familia
Una nota característica de su espiritualidad salesiana fue la alegría que vivió y transmitió. “Nosotros hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres”, decía Domingo Savio. Al Padre Manuel, se lo veía siempre feliz y hacía felices a los chicos. El patio era la gran oficina donde él atendía. Era su lugar preferido, el lugar de encuentros y diálogo, de sonrisas y apretones de mano, de correcciones y consejos y, sobre todo, lugar de alegría y libertad, done siempre se lo encontraba rodeado de chicos.
Cuando se lo veía de aquí para allá, ampliando fotos, paisajes y escenas de familia, arreglando guirnaldas, inflando globos y buscando adornos, era señal de que se aproximaba el cumpleaños de algún hermano. Era amante de la fiesta, de la alegría, de los momentos felices de la mesa familiar y de los encuentros fraternos. Era ocurrente y muy original con sus salidas inesperadas, que dejaban a todos sorprendidos y alegres.
Se interesaba por los temas de la economía de la casa y por las personas que llevaban adelante el trabajo de la administración, visitando, informándose y colaborando.
Fue casi como una despedida. Durante el festejo en el patio, después de la celebración eucarística, todos –no sólo los chicos, sino también los grandes– se acercaban a él para saludarlo y brindar, sintiendo todo lo que el P. Manuel había dejado en su corazón. La convicción de todos, fue la de que Manuel Malatesta, era Don Bosco vivo en La Boca.
La Comunidad Educativa de la Casa María Auxiliadora de La Boca sólo tiene gratitud y admiración por tu entrega incansable querido Padre Manuel.
Te confiamos nuestras búsquedas, los dolores y las preocupaciones cotidianas, porque fuiste siempre cercano áblale.a Jesús de nosotros!!!!
El querido padre Manuel, mi maestro de catequesis cuando llegó como Padre Director de la primaria del Colegio San Juan Evangelista (La Boca), aquél año de 1983. Estaba en séptimo grado y con él nos fuimos de viaje de egresado a “Lambaré”, Cruz Chica,, Córdoba.
Fue un sacerdote de Cristo, un gran maestro que nos guiaba con afecto y alegría por el camino evangélico. Y todo es tal cual como lo dice la reseña. Estando en el secundario, nunca dejamos visitarlo en los recreos, aún vestido con su uniforme de fajina (el guardapolvo blanco) o de gala (su sencillo saco gris). Lamenté mucho su fallecimiento pero a la vez estaba feliz porque sabía que a partir de ese momento, iniciaba su descanso eterno junto a Nuestro Señor, su Santísima Madre y Don Bosco.
El padre Malatesta fue un fenomeno un maravilloso pastor de Dios que me acompaño junto a mi hno mas de 10años en el Leon XIII. Organizana los torneos de futbol en cancha del patio bandera y siempre estaba en la entrada para darte la bienvenida cada dia. Talvez algunos recuerden como picardia que le gustaba agarrar una bocha y jugar a quien se la quitaba!! Y terminaba rodeado de pibes tratando de agarrarlo.
Lo llevo en el corazon junto al Maestro Vazquez al Padre Alberto y otros tantos que jamas olvidare