Por Cecilia Corradetti (La Nación)
Jorge Crisafulli, padre salesiano y bahiense, desembarcó en África hace 30 años. Siempre misionando, recorrió distintos países hasta que se radicó en Freetown, capital de Sierra Leona. Allí atravesó la pandemia. Pese a que sólo había diez camas de terapia intensiva en el país (”y apenas tres respiradores”, agrega) el paso del covid-19 no fue tan devastador como en otras partes del mundo. Ni siquiera logró quitarle protagonismo a otras pestes que parecen enquistadas en la región como la malaria, el tifus, el cólera y el sida. “Mucho más letal que el covid fue el ébola: en 2014 mató a más de 12 mil personas y dejó a miles de chicos huérfanos”, recuerda.
Sierra Leona es un paraíso verde con kilómetros de costa sobre el océano Atlántico. Sin embargo, su historia está regada con sangre. En el siglo XVIII fue un importante centro de tráfico de esclavos. Desde entonces, y a través de los siglos, la región fue sistemáticamente saqueada por países y corporaciones extranjeras (allí se desarrolla la historia que inspiró la película Diamantes de sangre). El siglo XX estuvo marcado por las guerras étnicas, con los métodos más brutales, donde se repitieron las masacres, las amputaciones de miembros y el uso masivo de niños-soldados. Si bien el país hoy vive una paz relativa, las consecuencias de todos estos conflictos se traduce en una miseria desoladora. Se trata, en definitiva, de uno de los países más pobres del mundo.
Sacar a las chicas de la calle supone una empresa mayúscula, ya que deben proporcionarles techo, darles de comer, ofrecerles escuela y formación profesional para que adquieran recursos que les permitan comenzar una nueva vida. Todo ello tiene un costo económico gigantesco, que afrontan como pueden. Jorge Crisafulli, por ejemplo, cada año regresa a Bahía Blanca para visitar a su madre y siempre regresa con donaciones. Dinero, bienes materiales… “y mucho amor”, agrega.
Desde que comenzó el programa, la organización rescató a 600 chicas y consiguió que el gobierno de Sierra Leona decrete la Emergencia Nacional sobre el Abuso Sexual a Menores. Eso se traduce en una acción concreta, muy tardía, pero necesaria: desde entonces, quien abuse de una menor irá directamente a prisión. Por más bestial y anacrónico que parezca, esto no era así hasta la publicación del decreto. El mismo destino tendrá quien les robe la recaudación. La resolución también quitó el peso del delito de las chicas: la policía no podrá detener a las menores en la calle, sino llevarlas a Don Bosco Fambul.
Las chicas viven en un hogar al que bautizaron “Girls OS+”. La palabra criolla “OS” significa refugio. Allí trabajan un grupo de doce sacerdotes y 140 trabajadores sociales. Estudios clínicos realizados sobre las chicas rescatadas arrojan resultados aterradores: el 12 por ciento tiene el virus del sida y casi el 25 por ciento contrajo el virus de la hepatitis B.
“EL PREMIO ES DE NUESTRAS HEROÍNAS: LAS CHICAS”
Este 2022, los responsables del premio “ABC Solidario”, que distingue a los mejores proyectos solidarios del mundo, posaron sus ojos sobre la misión salesiana dirigida por el sacerdote argentino.
El reconocimiento, creado por el diario ABC de España y patrocinado por Banco Santander y Telefónica, se otorga a entidades que, en forma silenciosa, trabajan junto a la población más vulnerable y excluida del mundo, organizaciones que luchan por construir un mundo mejor. En esta XVIII edición, la distinción incluyó un reconocimiento económico de 40 mil euros.
Crisafulli recibió el premio con mucho agradecimiento. Lo sintió, además, como una linda despedida ya que hace días fue destinado a Nigeria, donde dirige una nueva misión compuesta por diez casas salesianas. Todavía emocionado, en diálogo con La Nación, reflexionó: “Es un milagro diario volver a ver sonreír a estas niñas porque significa que han superado los traumas y son protagonistas de sus vidas”.
-Jorge, son muchos trabajando en la organización. ¿De quién siente que es realmente este premio?
-Este premio es de nuestras heroínas: las chicas. Es un premio a su resiliencia, a su capacidad para soñar, ponerse de pie y salir adelante. Además, tiene una dedicatoria especial, dos beneficiarias del proyecto: Augusta y Aminata, a quienes encontré una noche lluviosa de 2016 en un centro comercial de Freetown. Ellas fueron el puntapié inicial. Las invité a salir de la calle y de la prostitución y acercarse a Don Bosco Fambul para comenzar una nueva vida. Un total de 960 niñas han pasado por nuestras casas. No todas son historias de éxito, entre el 5 y 10 por ciento ha vuelto a las calles, sobre todo tentadas por el deseo de autonomía, libertad, y por el dinero fácil que pueden hacer diariamente. Ridículo a los ojos de Occidente: unos 10 ó 15 contactos sexuales pueden dejarles entre 5 y 10 dólares de ganancia. El precio que pagan por esa recompensa es muy alto: enfermedades, SIDA, embarazos no deseados, golpes, abusos impensables y hasta la muerte.
-¿Qué sucedió con Augusta y Aminata?
-Augusta fundó su empresa de cocina y viajó a Europa para ofrecer su testimonio. Fue un modelo para todas las niñas en Don Bosco Fambul. Por desgracia, falleció en junio de 2020 por miedo a contraer el Covid y no acudir al hospital a recoger su medicación para el VIH. Aminata fue la única del primer grupo de chicas que nunca abandonó la prostitución. Acudía a Don Bosco cuando estaba desahuciada y finalmente fue asesinada en la calle el pasado mes de marzo.
-¿Cómo vive este reconocimiento a su misión?
-El premio es un reconocimiento a Don Bosco, a los salesianos, a una Iglesia en salida, como la llama el Papa Francisco, una iglesia que ha aprendido a llorar al ver el sufrimiento de tantas niñas que son traficadas, vendidas, abusadas, descartadas. Lo digo con mucho respeto, a veces en Sierra Leona valoran más a un perro que a una niña, a una mujer. Recibir este premio es reconocer que nuestra misión es fructífera porque ha logrado transformar al día de hoy la vida de casi mil niñas que pasaron por nuestro hogar recibiendo terapias contra las enfermedades sexuales. El 100 por ciento llega con esas enfermedades. Han recibido terapias de ayuda, de sanación interior y de sus traumas, que son muy profundas.
-¿Dónde será destinado el dinero del premio?
-Obviamente, el premio en su totalidad irá para las niñas: alimentación, medicinas, terapias, cirugías, apoyo psicológico, educación, formación profesional, reunificación, alquiler de viviendas para las desamparadas, locales y pequeños talleres para que ejerzan su profesión. Todo se aplicará en beneficio de ellas y nada para cuestiones administrativas. Eso quedó claro en el equipo de gestión y entre los trabajadores sociales. El dinero viene mediatizado a través de Misiones Salesianas Madrid y tendremos que presentar informes, fotos, recibos de cada gasto. Nuestro foco está puesto allí y la acción es transparente.
-¿Cuántos programas funcionan y qué características tienen?
-Tenemos ocho programas para protección de los derechos del niño y la niña. Este programa, específicamente, se llama Girls Os Plus, en la lengua local: Casa-Hogar para las niñas, Plus. Es plus porque el que no es así ofrece ayuda concreta a niñas que han sufrido todo tipo de abuso. El Plus, en cambio, implica niñas en situación de prostitución. Nunca las llamamos trabajadoras sexuales o niñas prostitutas. Son niñas y vuelvo a repetirlo, piensan y sienten como niñas, se comportan como niñas y hablan y juegan como niñas. La más joven que sacamos de la calle tenía apenas nueve años. En este momento tenemos una chica de 13 que empezó a prostituirse a los 11. Se llama Kumba y es HIV positivo.
-¿Cómo se rescata a una niña de la prostitución?
-Nuestra tarea consiste en salir a las calles, a los lugares donde trabajan, generalmente lo hacen donde no hay prostitutas mayores, ya que las niñas “roban” los clientes. Trabajan en night clubs, salas de baile, etc. Sociabilizamos, nos ganamos su confianza, explicamos los peligros de la calle, las invitamos al hogar a hacer rehabilitación y a la clínica para que se sometan a todos los estudios de salud necesarios. Trabajamos para que se recuperen de sus infecciones y afecciones, tenemos laboratorios, consultorios y charlas grupales. Además, brindamos talleres donde aprenden oficios y luego, los encargados de empleo, ayudan a conseguirles trabajo. Les otorgamos un kit completo para que empiecen a trabajar en su especialidad. El círculo se cierra cuando llegan a los 18 y dejan Don Bosco. Un trabajador social, que en general es el mismo que la encontró, le hace un seguimiento por dos años hasta que se ponen de pie e independizan. No queremos crear dependencias financieras ni económicas, el objetivo final es que vivan una vida plena, feliz, independiente.
-¿Cómo vive usted esta vocación?
-Como un llamado interior, una llamada de Dios a dejarlo todo, a darlo todo y a trabajar por los derechos y la felicidad de tantos niños que, sin Don Bosco, estarían perdidos. Es vivir una paternidad distinta, una paternidad espiritual que hace que muchos de ellos me llamen “papá” porque lo sienten. Siempre me he sentido profundamente amado por Dios, tocado por su misericordia y por su gracia. Por eso, como dice el Papa Francisco, no es que tenga una misión, mi vida se ha convertido en misión. Soy misión. Al trabajar por ellos, por su felicidad, he encontrado mi propia felicidad a un nivel muy alto y muy profundo que no sabría cómo explicarlo. Es algo profundamente humano y divino.
-¿Lo recomienda?
-Mucha gente tendría que vivir esta “locura de Dios”, dejar la rutina y su zona de confort y lanzarse a esta aventura maravillosa de dejarse sorprender por los caminos de la vida. Hay más: siempre pensé que venía a África a dar una mano, ayudar, educar, a salvar… y hoy, después casi 30 años de misión me doy cuenta de que ellos, los más vulnerables, me han enseñado, evangelizado, catequizado, salvado. Me han hecho ver que nadie es fuerte, que todos somos iguales, que la misma potencialidad para hacer el bien que existe en mi corazón, existe también en ellos. Así como también la misma capacidad para meter la pata, hacer el mal, cometer una injusticia. No hay salvadores, santos, grandes educadores, ni grandes evangelizadores. Me enseñaron a sentirme pobre.
“Seguiré siendo bahiense y argentino… y no solo por el Papa y por Messi”
“Bahía Blanca es el referente de mi vida: pude haber vivido 30 años fuera de la Argentina, pero mis raíces están en mi querida ciudad, la que me vio nacer y crecer”, reflexiona Jorge, que suele viajar una vez al año para visitar a su madre, Gladys Gamberini, de 90 años, y a su nutrido grupo de amigos. Además, brinda conferencias.
“Allá viven mis amigos del alma, de la primaria, secundaria, de los Exploradores de Don Bosco… más que el lugar geográfico, Bahía es esa red de relaciones que me crearon, me recrearon y me hicieron ser lo que soy. Amo a África, a su gente, pero siempre seguiré siendo argentino y bahiense y no sólo por el Papa y por Messi””, enumera.
De adolescente, su mamá lo anotó en dos secundarios, uno de ellos era el Colegio Don Bosco. “Me llamaron primero, rendí un examen y entré”, recordó y vuelve a la anécdota de siempre: “Mi mamá es católica, pero jamás imaginó un hijo sacerdote. Lloró mucho y me pidió que le prometiera que no me iría de misión. Alejandro, mi hermano, era el más bueno, yo siempre hacía andanzas. Cuando mi madre anunció que su hijo estudiaba para cura, todos apuntaron a él”.
Dios le reveló su rostro siendo muy joven en su ciudad de origen y esa experiencia metafísica y religiosa es parte de su historia más preciada.
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