José María había nacido en Barcelona, España, el 18 de julio de 1947. Sus padres fueron don Juan y doña Carmen. Además de José María, también sus hermanos Antonio y Monserrat se consagraron a Dios como salesianos. El primero como sacerdote y la segunda como Hija de María Auxiliadora.
Hizo el noviciado en Barcelona y después de la primera profesión, el 16 de agosto de 1966, partió como misionero al Perú, para continuar su formación como postnovicio, en Chosica del 1966 al 70. Posteriormente fue tirocinante en el aspirantado de Magdalena del Mar, del 1971 y 72 y allí cursó teología. Fue ordenado sacerdote el 8 de diciembre del 1978.
La obediencia lo destinó a ser el maestro de Novicios en Rímac. Allí estuvo el 1978 al 1981, pasando luego a la Casa de Arequipa. Entre 1981 y 1982 estuvo formando parte del equipo formador del Postnoviciado de Quito. En 1983 pasó a formar parte del equipo formador del Postnoviciado de Magdalena del Mar, casa en la que desempeñó sucesivamente diversos cargos, ecónomo, animador pastoral, vicario de la Casa y encargado de prenovicios.
En 1989, después de haber cursado un año de Espiritualidad en el Pontificia Universidad Salesiana, de Roma, se le encomendó la animación espiritual de la comunidad y la Obra de Piura.
En 1991 fue nombrado Delgado Inspectorial de Pastoral Juvenil, tarea en la que puso lo mejor de sus energías y lo mejor de su talento, entusiasmo y cariño, cerca de una década. En estos años hizo también las tareas de animador vocacional inspectorial, párroco del Sagrado Corazón de Jesús de Magdalena y consejero inspectorial.
De 2001 a 2004 fue director de la comunidad y la Obra del colegio salesiano de Breña y de 2005 al 2008, director de la comunidad del Colegio Salesiano de Piura.
En todos estos lugares, dejó la huella de su paternidad salesiana, su cercanía a la Familia Salesiana, su palabra siempre oportuna y sincera, el ejemplo de su amor a Cristo y a la Iglesia, su adhesión Don Bosco y su cariño entrañable a María Auxiliadora, de la que se sintió siempre hijo amado y a la que enseñó a amar.
El Señor lo enriqueció con un carácter siempre alegre, que inspiraba confianza y cercanía a cuantos acudían a su ministerio. El don de la palabra lo acompañó siempre y le abrió inmensos horizontes, sobre todo a través de las redes sociales, desde las que fue siempre padre, maestro y amigo.
En el 2009, fue destinado a la Patagonia Argentina, en la que se dedicó con entusiasmo a la acción parroquial.
Habiéndosele detectado un cáncer de páncreas, a mediados de 2016, se puso inmediatamente a disposición de la medicina, siempre confiado en la Providencia y procurando brindar hasta cuando pudiera, acompañamiento a sus hijos espirituales y el comentario bíblico que solía hacer cada domingo.
Los dones del P. José María
En uno de sus aniversarios, le escribían desde España, sus sobrinos: “damos gracias por tu entrega, un don que te permite darte incondicional a los demás. Por tu fidelidad a la llamada de Dios, con otro mediador, más importante en tu vida, Don Bosco que comparte contigo, la llamada al trabajo con los jóvenes, con necesidad económica, espiritual de apoyo, de guía de consejo y que tú, con tu pequeñez (nunca mejor dicho), te has hecho grande y fuerte con la ayuda de Dios”.
Su aventura misionera
En agosto del 1966, después de su profesión como salesiano a sus 19 años, se lanzó a esa aventura fuera del su país, de su familia, de su entorno más íntimo. Sabía que, para responder a la llamada de Dios, a veces hay que romper, incluso físicamente geográficamente, con todo lo que lo rodea, para estar totalmente disponible, sin ataduras, sin condiciones, sin excusas.
La Congregación lo mandó al Perú. Si bien para esta misión, el idioma no supuso gran dificultad, la cultura, la gente, la sociedad latinoamericana y por qué no, su juventud e inexperiencia, fueron desafíos que fue enfrentando poco a poco.
Se abrió a lo nuevo, ya que había roto con todo lo conocido, lo anterior, para facilitar ese paso. Tuvo los ojos bien abiertos para conocer ese nuevo mundo, corazón grande para amar a su gente e inteligencia para comprender la realidad y poderla asumir y cambiar si era necesario. Allí pasó 43 años. Trabajo nunca le faltó, tampoco dificultades, disgustos y problemas. Pero también tuvo el cariño de muchas personas y hermanos de comunidad, en los distintos lugres por donde pasó. El cariño de los jóvenes, de las familias de las instituciones con las que se tenía que relacionar. Toda una vida muy llena.
Dinamismo espiritual que atrajo a miles de jóvenes
Testimonio de Begoña Bacacorz, SSCC de Lima
Como a Don Bosco, el Señor le concedió el don de la palabra, que fue el regalo que él pidió el día de su ordenación sacerdotal. Con su estilo único, daba a conocer a un Dios justo, pero bueno. Él era misionero, había venido desde Europa y adoptaría al Perú como su tierra y su alma. Y así fue…
Grande de bondad
Pequeño de estatura, pero grande en bondad y entrega al prójimo, siempre alegre, con una sonrisa llena de Dios, de mirada aguda, profunda, con un gran carisma que le permitía ganarse el corazón de las personas; con una fina sensibilidad que lo hacía capaz de conmoverse hasta las lágrimas ante el sufrimiento humano y sobre todo ante los detalles del amor misericordioso y providente de Dios. Eso lo sabíamos los jóvenes y no tan jóvenes que acudíamos a él: José María se ganaba el corazón, supo ser padre y ser amigo, su paternidad la ejerció con entrega y caridad profundas: escuchando con infinita paciencia, con actitud comprensiva y acogedora, mostrando interés real en el crecimiento personal de quienes a él acudían, animando con ternura y aconsejando con firmeza.
Pastoral y Espiritualidad
Todo aquello que iniciaba era asumido con grande compromiso y fidelidad. La organización de los diversos eventos de Pastoral, estuvo siempre caracterizada por su entrega y entusiasmo. Su infatigable dedicación y compromiso y lo profundo de su espiritualidad dieron inicio a una nueva etapa en la Pastoral Juvenil Salesiana e impregnaron para siempre la labor que realizó en las diversas comunidades en las que estuvo: Breña, Arequipa, Piura, entre otras. La humildad una de sus principales virtudes. A todos ellos respondía que era el Señor quien obraba: “Dios es grande y nosotros chiquititos”, frase muy cotidiana en él y que a más de uno sacaba una sonrisa…pero llena de sabiduría y verdad y es que Dios es grande y nosotros…pues nosotros somos sus hijos pequeñitos cuya mano poderosa necesitamos siempre.
La fe, la confianza, y el no cansarse de orar a pesar de la adversidad. Aquel salmo tan recomendado por él, lo explica todo: “Mi corazón, Señor, no es engreído ni mis ojos soberbios, al contrario, tranquila y en silencio he mantenido mi alma, como un niño en brazos de su madre…” (Salmo 131). En sus prédicas, confesiones, charlas y escritos, nunca dejará de recomendar la oración como cotidiano vínculo con el Padre, la oración como diálogo de amor constante, la oración como arma eficaz contra el pecado y el desánimo, la oración como camino de salvación. Como vemos, una confianza y cercanía totales a la Madre de quien siempre admiró la actitud de escucha, el silencio orante y la obediencia y fidelidad al Padre, cualidades que motivó en todo momento a imitar.
No guardaba nada para sí, y de eso muchos pueden dar fe, sencillo y pobre por vocación, solo tenía lo esencial; a su muerte, dejó numerosos escritos, su inseparable rosario, su breviario, lo indispensable en ropa y algunos recuerdos. Sus valijas estaban vacías…de riquezas mundanas, pero llenas de un amor total al Señor.
No era “un cura de escritorio”
Trabajador incansable, con una apretada agenda de citas y más citas, confesiones y encuentros con personas. Él no era un cura de escritorio, era eminentemente pastor y aunque era capaz de estar muchas horas trabajando en la computadora, ante todo gustaba de escuchar a las personas que acudían hacia él. Y cuando en esa agenda ya no había hora disponible, él no dudaba en sacrificar horas de sueño o de descanso con tal de atender y escuchar a quien lo requiriera. Tenía muy clara su misión. “La gente espera…”, decía e incluso hasta en la última semana de su vida, aun a pesar de los dolores intensos y malestares de su cruenta enfermedad, no renunciaba a hacer el envío de la muy apreciada Sugerencia Homilética semanal: “La gente espera…” Era Dios antes que el cansancio, eran los demás antes que él.
Piedad mariana
Además del rezo diario de las horas litúrgicas, que piadosamente las hacía todas, una práctica muy hermosa era el rezo del Rosario de la Misericordia: todas las madrugadas al perder el sueño, iniciaba su oración; mientras pudo, recorriendo los pasillos y luego, desde su lecho en los brazos de María. No había poder humano que lo convenciera de que debía descansar o dormir. Para él estaba claro, el Señor espera, no se podía perder el tiempo, ya después “…descansaremos en el paraíso”
Fe y esperanza motor de su fortaleza
Su vida fue un ejemplo claro de fe y confianza totales en Dios. Su oración constante, su vida sacramental que no posponía por nada. Siempre, hasta que ya no pudo incorporarse más, acudía a la oración y misa diaria con su comunidad, esa era su fuente de fortaleza y su oblación por las necesidades del mundo, no cesando de orar “… por los perseguidos y mártires cristianos, por las vocaciones sacerdotales y religiosas, especialmente de la Congregación Salesiana y por los enfermos y ancianos” … así lo expresaba, con voz trémula cada día en la oración de Laudes. Y en su lecho de agonía no cesaba de repetir alabanzas al Señor, día y noche hasta su último aliento.
Espíritu salesiano
Amado por muchos, peruanos y argentinos que tuvimos la gracia de conocerlo y de trabajar a su lado. Así fue José María, un sacerdote salesiano que vivió la radicalidad del Evangelio y la espiritualidad de Don Bosco: el sistema preventivo: razón, religión y “amorevolezza”, dinamismo espiritual que atrajo a miles de jóvenes y los cambió para siempre. Hoy sus restos reposan en el Columbario de la Parroquia de Fátima, en Miraflores, donde es frecuentemente visitado y aunque sabemos que en este mundo no lo volveremos a ver, nos queda la feliz esperanza de saber que siempre se quedará entre nosotros y que será nuestro mejor intercesor ante el Padre hasta que nos volvamos a encontrar en el abrazo eterno de Dios.
La prueba y la cruz
Los acontecimientos o “la Voluntad de Dios” por boca de los superiores, lo llamaron a regresar y salir del Perú. Eso sí, tuvo oportunidad de acompañar la enfermedad y la muerte de su hermano mayor, también salesiano y miembro del Consejo Superior de la Congregación, Antonio.
Fiel a la llamada, aceptó un nuevo destino misionero: la Patagonia Argentina, tierra de los sueños de Don Bosco, a pesar de lo que significó, un cambio tan drástico. A pesar de los defectos y limitaciones, siguió fiel, con gran corazón y capaz de dar la vida.
El 1 de mayo de 2016, el Señor lo llamó a su lado. Desde ahora contempla a Dios cara a cara y seguirá intercediendo por nosotros.
Falleció en Buenos Aires, Casa Zatti, a los 69 años de edad, 51 de salesiano y 41 de sacerdote.
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