Esta propuesta de vivir en Gan Gan, era para todos y todas una “locura” acompañado de un “pero está en medio de la nada, ¿qué van a hacer ahí? De a poco esa “nada” fue transformando nuestros corazones, esa “nada” se convirtió en un todo. Ahí fuimos descubriendo el rostro de Dios, en la cotidianeidad, en la gente de la meseta, en las visitas a los campos y las charlas acompañadas de mates y torta fritas cargadas de un sentimiento latente de alegría, lucha, y un grito de “acá estamos, en el campo hay vida todavía”.
Y si que hay vida, la vemos en los viajes cuando cruzan nuestro camino guanacos, choiques o algún zorro, en la inmensidad del paisaje, en las misas donde no importa la cantidad sino la fe y esas ganas de encontrarse con la eucaristía para poder encarar la semana(como dicen algunos y algunas)” con fuerzas, sabiendo que Jesús esta cerquita nuestro”, los sábados en los oratorios viendo cómo se rema sábado a sábado para disfrutar los juegos con los pibes y pibas ,y en la sonrisa del abuelo y la abuela cuando nos abre la puerta y se encuentra con nosotros, los voluntarios.
Vivir en la meseta, tan alejados de la ciudad y sus comodidades, nos permitió apreciar el duro clima frío, seco y ventoso, las dificultades cotidianas de su gente y como lo enfrentan. En ese momento nos sentimos parte del pueblo, pudiendo entender un poco esa realidad, no solo estando sino “sufriendo” algunas de esas cosas en la que ellos y ellas tienen que luchar día a día.
Estos cuatro meses donde hubo nevada, viento, y bajas temperaturas ,el visitar los campos, aldeas y pueblos fueron un constante aprendizaje de que el tener o no tener no es impedimento para dar, para hacer, ni para ser felices. Siendo lo que somos, dando lo que tenemos pudiendo abrazar la vida como viene podemos encontrar el rostro de Dios vivo, un Dios cercano y sencillo que todo lo puede, y que nos invita a seguirlo con eso que somos, teniendo la certeza que nos da la fuerza para seguir apostando al brote, que nos motiva a seguir construyendo el reino día a día, con el sentimiento latente de que el camino es por acá.
Nos sentimos agradecidos con lo que nos toca vivir y aprender sabiendo que, como dijo Casaldaliga “al final del camino nos dirán: -¿has vivido? ¿Has amado?, y nosotros sin decir nada abriremos el corazón llenos de nombres.
Dalila Lopardo y Braian Francés en Meseta chubutense – Trelew
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