José Juan del Col, humildad, delicadeza, amabilidad y simpatía

José Juan nació el 23 de agosto de 1925 en la localidad friulana de Casarza della Delizia, en la Provincia de Udine (hoy, Pordenone), en el norte de Italia. Sus padres eran Andrés y Ángela Trevisan. Este fecundo matrimonio trajo a la vida a catorce hijos, siete mujeres y siete varones. Era una familia donde la oración cotidiana tenía su espacio. En ese hogar, surgieron cuatro vocaciones religiosas: Daniela fue comboniana, Luis fue misionero en Japón, y José, en la Patagonia. Por su parte, Juan permaneció en Italia. Los tres fueron sacerdotes salesianos.

“A pesar de tanto trabajo nunca vi a mi madre enojada o triste –decía el P. del Col–, siempre sonreía”.

De chico fue muy libre y sereno, aunque muy travieso. Lo llamaban “Iván, el terrible”. En más de una ocasión sufrió alguna reprimenda de la mamá, que hasta llegó a atarlo a la pata de la mesa, cuando en una ocasión debió dejar por un rato la casa. Entre sus juegos, sobresalían la bicicleta y el ajedrez.

A los once años, después de un fuerte reto, fue enviado al Colegio salesiano de Ivrea, ciudad piamontesa a 500 kilómetros de su familia. En ese entonces, ese era el aspirantado para las vocaciones misioneras. A los 15 años, Juan responderá a una inquietud vocacional. En agosto de 1940 comenzará su noviciado en Castelnuovo, haciendo su primera profesión como salesiano el 26 de agosto de 1941. Fue luego enviado a Roma, a la Comunidad de San Calixto, para terminar sus estudios de nivel medio y comenzar la Filosofía, pero debido a los bombardeos aliados, en medio de la Segunda Guerra Mundial, fue trasladado nuevamente al Piamonte, al estudiantado de Foglizzo. Al poco tiempo comenzará sus estudios en el Pontificio Ateneo Salesiano (actual UPS) de Turín, recibiendo en el año 1946 la Licenciatura en Pedagogía y una Diplomatura en Psicología.

Su llegada a la Argentina

Originalmente destinado a Japón, tuvo que cambiar los planes, debido a la guerra. Llegó así a la Argentina, el 8 de febrero de 1948. La Casa Salesiana de Fortín Mercedes, a las puertas de la Patagonia, lo esperaba para completar los estudios filosóficos. En 1949 va a Villada, para estudiar la Teología y es ordenado sacerdote el 23 de noviembre de 1952, de manos de Mons. Fermín Emilio Lafitte, arzobispo de Córdoba.

En 1953 regresó a Fortín Mercedes como asistente y docente por 5 años. Luego de 3 años en Viedma (1958-1960) es destinado al Instituto Juan XXIII, Casa de estudios fundada el año anterior por el P. Osvaldo Francella en Bahía Blanca. En este centro de estudios, “vida de mi vida”, en palabras suyas, el P. José desarrollará gran parte de su misión pastoral. A partir de 1975 y hasta 1993 será su Rector, dejando en esta Casa Salesiana su imborrable huella. Desde 1993 y hasta 2003 continuó vinculado al Instituto dictando clases y en condición de Rector Emérito y Representante Legal, dejando este último cargo a comienzos del 2014.

Residió luego en la Casa de Salud Artémides Zatti en Bahía Blanca.

En el Juan XXIII

Es allí donde deja las huellas más profundas de ciencia y espiritualidad, como sacerdote, profesor y Rector. Siendo director de la Comunidad, en 1975, tuvo que afrontar una de las situaciones más dolorosas y dramáticas de su vida. Eran los tiempos de la “represión” de la última Dictadura Militar en Argentina, y algunos profesores del Juan eran considerados “subversivos”. En una incursión nocturna de las “fuerzas de tarea”, el P. Carlos Dorñak fue asesinado, mientras los otros miembros de la comunidad huían al resguardo de la oscuridad.

Ese año asumió como Rector del Juan, guiándolo con invalorable fecundidad durante 38 años. Continuó la tarea del fundador, el P. Osvaldo Francella. En su rectorado pudo presidir las bodas de oro del Instituto y presentar el fruto espléndido de 7.324 egresados, que podían exclarmar con las estrofas del himno del Instituto, que su fin fue: “propagar la verdad, hacer el bien como Jesús, como profeta de la juventud”.

El P. José Juan Del Col fue director de la Comunidad religiosa del Instituto Superior Juan XXIII entre 1974 y 1983. Se desempeñó como Consejero Inspectorial, en la antigua Inspectoría San Francisco Javier, por 9 años, entre 1973 y 1981.

Crecimiento de la obra y convenios con otras universidades

Durante su rectorado, el número de inscriptos alcanzó la considerable cifra de 25.000 y logró varias incorporaciones y convenios: con la Universidad del Salvador (USAL), la licenciatura en Psicopedagogía e Inglés, y Filosofía y Letras. Otras especialidades logradas, fueron las de Psicología, la tecnicatura en Prevención de la droga-dependencia, la carrera de Medioambiente con la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), las de Analista de Sistemas, de Marketing, Control de gestión y Computación administrativa. Posteriormente se firmaron convenios con la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y nuevas carreras de grado con la USAL.

La obra literaria

Autor de la cuarta traducción íntegra del latín al castellano del “Teatro de Terencio” (primera edición americana), el P. José tiene en su haber varias publicaciones –“Sintaxis latina de la oración simple”, “Psicoanálisis de Freud y la religión”, “Relaciones prematrimoniales”, “La dimensión religiosa en la educación pública estatal a la luz del Congreso Pedagógico Nacional”, “La educación en el Estatuto de la Ciudad de Buenos Aires” y “¿Latín hoy?”–, siendo el “Diccionario Auxiliar Español-Latino para el uso moderno del Latín” del año 2008, su última y más completa obra, por otra parte, objeto de sendos reconocimientos. No se hace aquí mención a otras traducciones en su haber, ni a innumerables artículos publicados por él.

Bodas de oro de sacerdocio

El 23 de noviembre del 2002 el P. José cumplía sus bodas de oro sacerdotales. Para celebrar el acontecimiento, el Instituto Superior Juan XXIII dedicó un número entero de su revista “Pertenecer al Juan”, a la figura emblemática de su Rector. Se pidió a 42 profesores y directivos del Instituto, y a diversos amigos, una semblanza del P. Del Col. Entre todos esos escritos, quedaron debidamente resaltadas las cualidades de este salesiano. Capacidad de diálogo y escucha, sabiduría y equilibrio, actividad incansable, cercanía a las personas, sencillez, humildad, serenidad, espíritu animador, optimista, conciliador. Varios, destacaron también su amabilidad, amistad y fidelidad, coherencia, afabilidad, honestidad, tenacidad y flexibilidad, calidad humana y nobleza, mansedumbre, prudencia, paciencia, sinceridad y confianza, siempre iluminadas por una sonrisa franca y alegre.

Su sabiduría y humanismo

El P. José dedicó toda su vida a la cultura humanista. Además de su carrera docente y sus obras notables, participó, invitado por el Gobierno, en la comisión del Congreso Pedagógico Nacional. En este congreso presentó su obra, “La educación religiosa en la escuela Pública” y editó también la obra “La Educación en el estatuto de la ciudad de Buenos Aires”. El Consejo Superior de Educación Católica (Consudec), le otorgó la distinción “Divino Maestro”. El Gobierno de Italia, la “Orden de Cavalliere”. También recibió reconocimiento del gobierno de la Provincia de Buenos Aires, por su obra sobre la prevención de las adicciones. El Gobierno nacional, ponderó sus obras sobre:

  • Educación sexual.
  • Las relaciones prematrimoniales.
  • Desconocimiento del principio de libertad de enseñanza.
  • Necesidades especiales.

Asimismo, intervino en la redacción del informe final del Congreso Pedagógico Nacional.

También tuvo otros reconocimientos y desempeños importantes:

  • En el Primer Simposio Nacional de Estudios Clásicos, Mendoza 1970. Estuvo al frente de una ponencia y fue vicepresidente de la comisión de metodología.
  • La Sociedad Argentina de Escritores (SADE) le confirió un premio distinción.
  • Fue Delegado del Colegio Don Bosco de Bahía Blanca en seminarios regionales de educación, en Santa Rosa y en Viedma.
  • En Congresos y simposios como los de Embalse de Río Tercero fue delegado de la provincia de Buenos Aires sobre educación nacional.
  • Fue consultor para la elaboración de las leyes de educación de Buenos Aires, de Chubut y de Río Negro.

Su espiritualidad

La vida del P. del Col no quedó sólo detrás de un escritorio ni se redujo a dar clases y escribir libros. Fue siempre y en todas partes sacerdote. Dedicaba los sábados y los domingos al ministerio, a las confesiones y a preparar las homilías de la misa que celebraba cada semana en la Iglesia del Sagrado Corazón, las que luego imprimía y repartía. Sus discípulos continúan enviándolas los chat y las redes a más de 1.600 personas que las reciben. En la comunidad, era el sostén de los hermanos y de todos cuantos acudían a visitarlo.

En sus últimos años en la Casa de Salud seguía dedicándole cada día, como lo había hecho siempre, entre 15 y 30 minutos a hacer yoga. Escuchaba música clásica y continuaba con sus estudios. Mientras pudo, prácticamente hasta el final, continuó con su trabajo de asesoramiento en el Instituto Superior Juan XXIII. Gozó casi hasta el final de buena salud. Y se movilizaba por sus propios medios. Sólo en los últimos años, comenzó a desplazarse en silla de ruedas y guardar cama. Participaba en la Eucaristía y en todas las prácticas de piedad comunitarias. Nunca se lo escuchó una queja o exigencia alguna. Cuando ya la enfermedad lo hacía sufrir, decía jaculatorias en voz alta, pidiendo al Señor que lo llevara. Cuando decayó la fuerza corporal, todavía seguían en pie sus energías espirituales y en la medida de lo posible, su buen humor y sana ironía, Así continuó hasta fines el 2018. El 31 de diciembre, cuando ya los dolores lo hacían exclamar “sufro mucho, más que nunca, Señor; si muero, me uno a la pasión en la cruz”. Entonces se le volvió a dar la unción de los enfermos. El médico, aconsejó entonces internarlo para mitigar sus dolores.

El P. del Col murió en Bahía Blanca el 3 de enero del 2019, a 93 años de edad, 78 de vida religiosa y 66 de sacerdocio.

Algunas notas sobre el P. del Col

Testimonio del P. Vicente Tirabasso

Conocí al P. José como una de las grandes personalidades de la ex Inspectoría de Bahía Blanca, sobre todo porque llevaba muchos años animando y conduciendo el Instituto Superior Juan XXIII, en tiempos en los cuales no había muchas instituciones de ese nivel y de ese volumen e incidencia en la región. Pero luego pude convivir con él nueve años, en la comunidad del Juan XXIII y compartir otros años más en la conducción del Instituto.

De esos años compartidos puedo recoger algunas actitudes y virtudes del P. José, desde las más humanas a las más propias del discípulo de Jesús y sacerdote.

Nunca practicó otro deporte que no fuese la gimnasia yoga y no entendía de fútbol, pero sabiendo que el director de la comunidad era un gran hincha de San Lorenzo y que los otros hermanos gustábamos del fútbol, los domingos por la tarde solía escuchar un programa deportivo para poder tener tema de conversación en la cena (quienes escuchábamos la radio deducíamos con cierta facilidad de dónde reproducía los comentarios). Era uno de sus modos de construir la fraternidad.

Si bien era un hombre muy casero, si los demás proponíamos salir de paseo, se sumaba inmediatamente y con actitud alegre y positiva. Era llamativa su capacidad de admirarse –casi como un chico– ante cada lugar que conocíamos o ante las realizaciones de otras personas.

Una virtud que me impactaba es que siempre ponderaba cosas de los demás con los que había vivido, al punto de que muchas veces –tanto los sdb que vivíamos con él como los laicos y las laicas que compartían con él la conducción del Juan XXIII– le decíamos (reprochábamos) que era ingenuo. En ese campo, creo que a veces optaba por pasar él de ingenuo, como cuando llegaban algunos pobres a pedir ayuda al Instituto y le narraban historias poco creíbles. Al mismo tiempo era una persona sumamente agradecida hacia los demás y cuidaba de tener gestos de reconocimiento periódicos hacia los bienhechores de la casa. En el extremo opuesto, era muy difícil que tuviese alguna apreciación negativa hacia alguien.

En la animación y conducción del Juan XXIII era proverbial su paciencia, su capacidad de escuchar, de mediar, de generar reencuentros (más allá de que algunas veces resultase una paz algo ficticia o precaria). Tan paciente y compasivo que varias veces discutí con él, porque en mí primaba el espíritu de justicia. Pero debo reconocer que, en muchos casos, su paciencia logró que los conflictivos depusiesen su actitud belicosa y se retirasen pacíficamente o cambiasen de postura. La mansedumbre del Buen Pastor y la ‘amorevolezza’ salesiana se habían hecho carne en él.

Quizás el punto culmen de esto fue en los años violentos de nuestro país (‘76-‘80), cuando la comunidad del Juan XXIII fue víctima de un atentado y vivió momentos de apremio por parte de las fuerzas de seguridad. En más de una ocasión debió presentarse a dar explicaciones ante el jefe del regimiento. Finalmente, la bondad de ese “curita inofensivo” logró que le permitiesen seguir trabajando normalmente y así poder albergar en el Instituto a docentes perseguidos y excluidos de la universidad nacional.

Lo sostenía una profunda fe: puntualísimo en los momentos de oración comunitaria, a la meditación personal y fiel a la Eucaristía cotidiana (aún con ciertas dificultades para caminar, no quería dejar de ir a celebrarla en la casa de salud de las Hijas de María Auxiliadora; en los mejores tiempos, celebraba mañana y tarde para los alumnos y educadores del Juan XXIII). Por las tardes, luego de su siesta, se iba a la capilla del Juan XXIII para rezar el rosario. Las visitas al Santísimo, con el mejor estilo salesiano, eran múltiples a lo largo del día, ya que recorría los pasillos del Instituto.

En los últimos años se había convertido en un anunciador de la Buena Noticia a través de internet, para lo cual leía diversos comentarios exegéticos y litúrgicos y hacía su síntesis.

Tenía una fuerte adhesión eclesial. Lector asiduo del Osservatore Romano, compartía en la mesa las diversas novedades o las enseñanzas del Papa. Cada vez que salía un nuevo documento pontificio conseguía copias para todos los de la comunidad y era uno de los primeros en leerlo y difundirlo. Gran amante de su coterráneo y patrono del Instituto, el Papa Juan XXIII, había asumido mucho de su perfil espiritual.

Testimonio del P. Benjamín Stochetti

Comienzo diciéndote que el P. José era tan santo como inteligente y sabio.

Por una parte, muchas veces pensé y sostuve que el P. José era uno de esos hombres que habían nacido para ser excelentes sacerdotes, sin mayores esfuerzos, dificultades o tumbos. Por otro lado, y esto es más maravilloso aun, su santidad no tenía nada de “raro”; plenamente “normal”, me animo a compararlo con el mismo Jesús, el más humano de todos los humanos.

Si querés destacar algo: humildad, delicadeza, amabilidad, simpatía, sana y santa picardía, cumplimiento esmerado en la misión que le tocara, oración, alegría…

Es muy difícil poner de relieve algo especial.

Quiero, por último, aclarar que toda su obra intelectual, directiva y docente es parte relevante de su santidad cristiana.

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