Alberto Dumrauf: “Señor Dios, concédeme el don de ir directamente al grano…”

“Señor Dios, Tú sabes que estoy envejeciendo y dentro de muy poco tiempo seré viejo.
No permitas que me haga picotero y, sobre todo, que adquiera el hábito de creer que tengo que opinar acerca de cualquier tema y en toda coyuntura.
Líbrame del antojo ansioso de querer componer la vida de los demás.
Concédeme ser pensativo, pero no melancólico; solícito, pero no mandón.
Que no crea poseer un vasto acopio de sabiduría y que me parezca una lástima no usarla toda porque, Señor, quiero que me queden algunos amigos auténticos al final de mi ruta terrena, para que al trasponer el umbral de mi vida transformada eleven a Ti una plegaria implorando tu perdón de Padre misericordioso y me abras las puertas de tu Casa.
Mantén mi mente libre de la recitación de infinitos detalles.
Concédeme el don de ir directamente al grano.
Sella fuertemente mis labios para que no hable de mis achaques y dolores: ellos van en aumento con el transcurrir de los años, como también mi complacencia de proclamarlos.
Imploro la gracia de poder escuchar con paciencia, alma sosegada y rostro sereno el relato de los males ajenos.
Enséñame la excelente lección de convencerme de que es posible que esté equivocado.
Mantén en mí una razonable dulzura y la capacidad de expresar mi gratitud a toda persona que me dispense alguna atención.
No quiero figurar como un santulón; líbrame de la hipocresía. Es muy difícil convivir con los que tocan el cielo con el dedo.
Líbrame de convertirme en un viejo amargado, que es una de las obras maestras del diablo.
Enséñame y ayúdame a disfrutar todo lo bueno de la vida, ya que es un don de tu liberalidad de Padre y extraer de ella toda la diversión posible. Tantas cosas divertidas me rodean y no quiero perderme ninguna.
Padre, te he pedido muchos favores, pero no me concedas ninguno de ellos, si la renuncia a los mismos es necesaria para que me concedas en el último instante de mi vida presente un sincero y puro acto de amor perfecto a Ti.
Mil gracias, Padre Dios, el del “abrazo” misericordioso, del “vestido nuevo”, de las “sandalias y el anillo” y de la “fiesta”.
Gracias también por el “ternero cebado”.
Amén

 Oración del P. Alberto Dumrauf, cuando salía de viaje (compuesta cuando tenía 81 años)

 

Antonio Alberto nació el 30 de abril de 1928 en Carmen de Patagones, Buenos Aires. Fue anotado en el Registro Civil el 2 de mayo. Hijo de Juan y María Wild, era el tercero de ocho hermanos.

Ingresó a la Casa Salesiana de Fortín Mercedes el 15 de febrero de 1942, con casi catorce años. Desde enero de 1947 hasta enero de 1948 realizó su noviciado en esa misma Casa, haciendo su primera profesión el 28 de enero de 1948.

Permaneció en Fortín Mercedes completando el Magisterio y la Filosofía. Desarrolló el trienio en General Acha (1951-1952) y en el Colegio Cardenal Cagliero de Bariloche (1953). En 1954 inició sus estudios teológicos en el Instituto Villada, en Córdoba; fue ordenado sacerdote el 24 de noviembre de 1957.

 

Apostolado sacerdotal

A lo largo de su vida, el P. Alberto se desempeñó en múltiples tareas y en diversos lugares: en el Colegio Don Bosco de Bahía Blanca; Consejero –era un rol propio de la Congregación; se podría asimilar al actual cargo de rector– en el Cagliero de Stroeder; Consejero del Deán Funes de Comodoro Rivadavia. Prefecto –si bien idealmente tenía una fuerte vertiente disciplinaria, se había dio convirtiendo en un rol de Ecónomo de la casa– en el Colegio Santo Domingo de Trelew (1963). Prefecto en el Colegio San José de Carmen de Patagones (1964-1965). Consejero en el Colegio San Luis Gonzaga de Esquel (1966) y luego Prefecto (1967). Prefecto en el Colegio San Francisco de Sales de Viedma (1968-1970). Nuevamente Prefecto en el Colegio San José de Carmen de Patagones (1971-1972). Vicario de la comunidad en el Colegio Deán Funes de Comodoro Rivadavia (1973) y Director (1974). Director en el Colegio San José de Carmen de Patagones (1975-1980). Personal en Luis Beltrán (1981-1982). Nuevamente personal en Esquel (1983-1987). Nuevamente personal en Trelew (1988). Ecónomo Inspectorial de la antigua Inspectoría San Francisco Javier de Bahía Blanca (1989-1992). Personal en el Colegio La Piedad de Bahía Blanca (1993-1994). Encargado (1995) y luego Director (1996) de la Casa Inspectorial-Casa de Salud en Bahía Blanca. Director de la Obra de Zapala (1997-1999). Por cuarta vez, personal en Carmen de Patagones (2000-2001). Personal en Fortín Mercedes (2002-2014). Desde febrero de 2014 se incorporó en la Casa de Salud Don Zatti en Bahía Blanca hasta su fallecimiento.

 

Testimonio del P. Vicente Tirabasso

El recuerdo que tengo de “Albertito” es que siendo Ecónomo Inspectorial era muy austero en sus hábitos de vida, muy metódico en los horarios de trabajo y muy cuidadoso con los gastos inspectoriales, al punto que solía enojarse un poco cuando “gastábamos mucho papel”, según su parecer, para los Capítulos Inspectoriales.

También he podido constatar cómo preparaba con esmero las homilías dominicales. Era de una espiritualidad sencilla, pero concreta y “de lo cotidiano”. Sabía disfrutar de los encuentros fraternos, aunque exteriorizaba poco; se preocupaba de que la mesa fraterna estuviera bien servida, para que todos la gozasen; y aunque tuviese algunas expresiones más altisonantes, era capaz de ser comprensivo con los hermanos más débiles.

Había algo que lo rebelaba y que denotaba su amor a la Congregación: cuando percibía que algún salesiano laico o consagrado se aprovechaba de la Congregación y se daba el lujo de criticar las estructuras.

 

Testimonio del P. Benjamín Stochetti

Comienzo agradeciendo la oración de su vejez y la pequeñita a María antes de viajar.

Me ha gustado ante todo porque transparenta lo que él era: digamos que no era lo que a primera vista podía parecer como “ruso” seriote, encerrado en sí mismo y en un reducido círculo de los de su “raza”, al margen del resto. No; Albertito no era así. Me animo a decir que detrás de esa caparazón animaba su vida un corazón de niño, grandote, pero niño.

Formaba parte de un numeroso grupo de excelentes fortinenses como Juan Vecchi, Benito Santecchia, Pedro Sauer, Ciro Marchesotti y otros. Era un grupo de compañeros y amigos; era imposible hacer rancho aparte; distintos, pero respirando la misma atmósfera de genuino espíritu de familia típicamente salesiano.

Más aún, era centro de bromas y picardías que le arrancaban esas sus graves risotadas o pacientes sonrisas.

Destaco algunas florecillas de su vida:

  • Según dice su ficha inspectorial, entró al aspirantado a los 16 años. Muere su padre y Alberto siente que debe volver a casa para ayudar a su mamá a cultivar el campo y educar a sus hermanos menores, pero ella, desde una vida de fe arraigada desde siglos, le habría respondido: “No, Alberto; si Dios te llama tenés que ir, Él se encargará de ayudarme”.
  • Era muy propio de él, no poder contener las lágrimas, cuando hablaba de su mamá. Ella había enseñado a sus hijos no sólo a vivir cristianamente sino también a saber morir. El pedido que hace a Dios en la hermosísima oración de su vejez de que en los últimos momentos pudiera hacer un acto de perfecto amor a Dios, fue cumplir no en los últimos momentos sino durante años con esa enseñanza materna. Luego debían distenderse, juntar las manos sobre el pecho, cerrar los ojos y esperar el abrazo del Padre Dios.
  • Alberto estuvo en peligro de muerte dos o tres veces y él me comentaba como había repetido lo aprendido en brazos de su mamá.
  • Terminada la escuela primaria, su niñez transcurrió dedicada más a la austeridad del trabajo rural que al estudio. Sin embargo, supo cultivar sus talentos y asumir con responsabilidad y eficiencia los campos de misión que le encomendara la obediencia.
  • Una de ellas fue la del economato inspectorial. No soy el único que opina que supo administrar con orden y previsión, velando para que refacciones y construcciones se hicieran bien e intentando lograr un capital básico mirando el presente y el futuro de toda la inspectoría.
  • No puedo omitir que me llamaba la atención que, por más que ocupara cargos directivos o administrativos, vestía pobremente sin avergonzarse de seguir utilizando prendas remendadas.
  • Termino diciéndole a Albertito que, de ahora en más, alternaré periódicamente su oración con la de su maestro Francisco Calendino: “Tata Dios, enséñame a ser anciano”.

 

Testimonio del P. Fernando Arce y la Comunidad de Zapala

Más conocido cariñosamente como “Albertito”. Cuando eran aspirantes y clérigos, formaba parte del grupo de los “percherones”, que se encargaban de los trabajos más pesados. Lo recuerdan a Albertito cargando dos bolsas de trigo subiendo una escalera, como si nada, hachando leña. También lo recuerdan en teatro cómico, haciendo de policía, y un petiso era el comisario.

En Zapala estuvo tres años, lo recuerdan por varios adelantos, la camioneta que aún se usa, el poliuretano en el techo de los talleres, para atajar el frío.

Otra obra linda fue el recopilar datos sobre los salesianos difuntos, y así salieron los 4 tomos de “Pertenecen al Señor” para que no se pierda la memoria de tantos hermanos que entregaron su vida en estas tierras.

 

Testimonio del P. Rubén Hipperdinger

Siempre siguió siendo un hombre de campo acostumbrado al trabajo y al ahorro: le costaba aceptar los descuidos o los gastos excesivos de teléfono, de luz o de gas.

Profunda sensibilidad, pero contenida y disimulada. En pocas ocasiones expresaba sus sentimientos más hondos. Tenía gran admiración por su madre.

Su espiritualidad muy simple, nada llamativa ni ostentosa, pero siempre fiel a su misa, su rosario y la liturgia de las horas.

Cuidadoso del voto de castidad y de los bienes de la casa o de la inspectoría.

Su capacidad de servicio la ejercía en la cocina de la comunidad, donde demostraba sus habilidades sobresalientes.

Era muy observador y certero en sus juicios sobre los formandos.

Su hermano, Martín Dumrauf, junto con la Oración para envejecer compartió también la oración del padre Alberto cuando salía de viaje:

Virgencita de Luján:
Dame alma serena, ojos claros y pulso firme,
de modo que este coche, ni de día ni de noche,
sea ocasión de dolor o muerte.
Amén.

 

Aporte de Heriberto Santecchia

Hace unos días nos encontramos con Alberto en el Artémides Zatti. Conversamos con él; su estado de salud parecía aceptable; un único problema le preocupaba: el deterioro de la visión. Apenas si podía leer ayudándose con una lupa. Por lo demás, todo bien.

El miércoles 24 de septiembre llegó el mensaje de Juan Carlos comunicándonos sobre el estado crítico de la salud de Alberto. Me prometí visitarlo en cuanto pudiese. Fui el viernes 26 al Hospital Español y pregunté por el paciente de la habitación 304. El muchacho de recepción me llamó aparte y me dio la triste noticia. Del Col por teléfono me completó los datos de lo ocurrido: leucemia fulminante.

A principios de los 40 Alberto llegó a Fortín Mercedes. Venía de la zona rural aún no escolarizado, pero con algunos conocimientos básicos previos. En efecto, no había transcurrido un mes y ya estaba matriculado en el tercer grado de la primaria. Físicamente se mostraba alto y robusto en comparación con los otros alumnos del curso. En la primaria y en la secundaria fue compañero de mi hermano Benito, de Juan Vecchi, de Pedro Sauer, de José Müller, de Héctor D’Angelo, de Ciro Marchesotti y de algún otro que no logro recordar. Se destacaba, no sólo por su vigor físico, sino también por su ánimo alegre y por su buen carácter. El P. Pegoraro, aprovechando su fortaleza y además su pericia en la vida chacarera, le asignaba responsabilidades en las faenas rurales, que en aquella época en su mayor parte se desarrollaban con equipos de tracción a sangre. Alberto era muy buen jinete y hábil para uncir las caballadas a las distintas máquinas.

Durante los años de los estudios de filosofía, tanto Alberto como Benito manifestaban con excesivo ímpetu sus inquietudes juveniles, a punto tal que los superiores para calmar entusiasmos inmoderados los enviaron a trabajar a colegios de la Inspectoría, antes de que concluyesen el último curso de magisterio.

Me reencontré con Alberto como compañero de tareas en Trelew, en 1963. El director era Román Dumrauf. Pasamos un año hermoso, a pesar de las extenuantes jornadas de trabajo. Participaban de la comunidad dos ancianos y venerados sacerdotes: el P. Muzzio, y el P. Méndez. Había también dos salesianos algo complicados por sus desequilibrios emocionales, pero en el fondo es probable que fuesen buenas personas. Alberto era el ecónomo de la comunidad y, además, atendía los fines de semana las capillas de Gaiman y de Dolavon. En el colegio compartíamos varias actividades intelectuales y artesanales. En ese año se estaba concluyendo la construcción del nuevo templo. Recuerdo que con Alberto cavamos el foso para la descarga del pararrayos; desde ya, él era el técnico y yo el peón.

Pero en 1964, el Inspector Ítalo Martín, sustituyó a Alberto por otro ecónomo: un candidato que por falta de sintonía comunitaria había deambulado por varios colegios llevando a cuestas sus conflictos. Le hice saber al Inspector que, por favor, no enviara a semejante personaje, incapaz de integrarse a cualquier grupo de trabajo; lo envió. A poco de llegar mostró la hilacha. En tanto a Alberto lo habían trasladado a otro colegio. El nuevo ecónomo, con elevada autoestima, empezó a manifestar sus exigencias. Yo venía de cierto agotamiento por la excesiva actividad del año anterior. Caí en una depresión que me costó años superar, aunque no del todo.

Con Alberto me volví a encontrar en los años setenta u ochenta, cuando él iba a decir misa en Villa Don Bosco de Sierra de la Ventana, y yo construía una modesta casa a algo más de un kilómetro. de la capilla. A la misa concurríamos algunas personas del pueblo y otras que vivían en los campos cercanos. Alberto era fiel a las fórmulas del ritual que no alteraba ni con rezos extraños, ni con otros antojadizos fervores; respetaba el ritual. La homilía duraba alrededor de diez minutos. Era sólida; nos hacía meditar y gustar la palabra de Dios, sin alusiones autorreferenciales o vinculadas, como por un tiro por elevación, a conflictos de la comunidad, como a veces suele ocurrir. Después de la misa nos demorábamos por un rato a charlar y recorríamos la granja y observábamos los progresos que poco a poco se iban logrando y que eran de su responsabilidad como ecónomo inspectorial. Había nacido en el campo y sabía organizar y realizar con eficiencia las actividades rurales.

Recuerdo a Alberto como un tipo honesto, inteligente, franco, trabajador, cordial y buen compañero, aunque a veces disimulara estos méritos con aparentes brusquedades.

El P. Alberto Dumrauf el 26 de septiembre de 2014 fallecía a las 1:30 de la mañana en el Hospital Español de Bahía Blanca. Tenía 86 años de edad, 66 de profesión religiosa y 57 años de sacerdocio.

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