Pascual nació en Buenos Aires, el 1 de abril de 1922. Sus padres fueron Mateo y Eduviges Cairo. Tuvo cinco hermanos. Cursó todos los estudios primarios y secundarios en San Juan Evangelista de La Boca. Su vocación se fue despertando ya de grande. Hizo el aspirantado en el Hogar de huérfanos, entre 1944 y 1945 y el noviciado en Morón en 1946. Profesó como salesiano el 31 de enero de 1947. Cursó filosofía y se recibió de maestro normal nacional en Bernal, donde también hizo el tirocinio.
Fue a Italia a estudiar Teología en La Crocetta (Turín) y se ordenó el 1 de julio de 1954, con el lema sacerdotal “todos los días, toda la vida”, que refleja con exactitud, su espíritu y su carácter. Se licenció en Teología y vuelto a Bernal, fue docente y Catequista de la Casa de formación hasta el 1957, en que pasó a Morón para acompañar y hacer de secretario al flamante Obispo de Morón, Mons. Miguel Raspanti.
Trabajo en la formación inicial
Desde el 1968 hasta 1970 fue director de los estudiantes de teología de Villada y, desde el año siguiente, director de Nuestra Señor de los Remedios, en el barrio porteño de Floresta. De 1978 a 1980 fue designado en el equipo de formación permanente en Quito, volviendo en el 1981, como párroco a Nuestra Señora de los Remedios. Allí permaneció muchos años. Hasta que, al declinar su salud, en 2013 es traslado a la Casa Artémides Zatti de Almagro, donde murió el 22 de marzo del mismo año.
El trabajo en la formación inicial fue una de sus misiones destacadas. Después de asistente de Clérigos (postnovicios) y catequista en Bernal, había sido director de los estudiantes de teología en Villada. Volvió a serlo, en San Justo (antes Morón), del 1992 al 1996. Al mismo tiempo, fue delegado inspectorial para la formación. En 1997, delegado inspectorial para Salesianos Cooperadores. Miembro del Consejo Inspectorial de 1988 a 1999. Miembro del Capítulo General XXIV, en 1996.
Cuando el P. Somma fue director de Villada, entre 1968 al 1970, coincidieron varios acontecimientos muy importantes que se vivieron en forma contradictoria y proyectaron distintas opiniones sobre su figura. En primer lugar, el Concilio Vaticano II se había celebrado pocos años antes, y estábamos en el momento más importante de su recepción en la Argentina y en la Congregación. También en 1968 se celebraba en Puebla la Conferencia Latinoamericana de obispos. El P. Pascual trató de que, en Villada, estos dos acontecimientos se vivieran intensamente y que se fuera formando en los estudiantes y en el ámbito del teologado un ambiente de apertura y compromiso con la nueva mentalidad eclesial y de la vida religiosa y consagrada. Por cierto, la tarea no fue fácil e incluso se escucharon críticas de los que, en diversos ámbitos, no estaban conformes con los cambios y reformas.
En esos años comenzó a gestarse lo que después se conocería como el “setentismo” en la política argentina, también con sus aires de renovación. Esto desembocaría después en las trágicas jornadas de la guerrilla. Todo esto, que ya comenzaba a sentirse, no dejó de influir en el teologado. Finalmente, y no por estos motivos, sino en fuerza de diversas circunstancias, Villada se cerró. Todas estas cosas, proyectaron luces y sombras sobre la figura del P. Somma y su actividad de formador.
Sus ideales y espiritualidad
Saber recibir e interpretar las grandes intuiciones el Concilio Vaticano II fue una de sus grandes capacidades. Pudo trasmitir con pasión y convicción sus experiencias y ayudar a encarnar el espíritu del concilio en todas las comunidades que le tocó animar. Hoy, con la serenidad del paso del tiempo, podemos ver esto. Incluso, según muchos testimonios –de Carlos Barbero, entre otros– todas estas contradicciones pusieron de relieve sus dotes de místico.
Supo promover al laicado, a roles, funciones y responsabilidades, en las Casas Salesianas y en la Iglesia. Esta visión hizo que en las comunidades educativas y con los laicos, se compartiera el espíritu salesiano y el proyecto educativo pastoral inspirado en el Sistema Educativo de Don Bosco.
Sus exalumnos y los salesianos con los que actuó lo recordaban como un “consejero sabio”, que abrió nuevos caminos a la vida consagrada, inspirado en el espíritu del Vaticano II, según dijo el P. Roberto Musante. Una de sus características fue la intención de formar comunidades abiertas al Evangelio y a la realidad. Fue un difusor del método de la Lectio Divina, inspirado en el esquema “Palabra-vida” y “vida-Palabra”.
Formador y dirigente
“Tenía una forma particular de entender la Comunidad y ejercer la animación y valorar las reuniones, como herramientas de trabajo fundamentales, cuando todavía no se había hecho carne en los salesianos en aquel momento, este estilo de trabajo”, testimonió el P. Enrique Romani.
“Como formador, era capaz de enseñar a rezar la Teología, antes que estudiarla”, recuerda Andrés Itoiz. Y continúa: “En sus años de Bernal, entusiasmó a los clérigos que se preparaban para salir al trienio práctico, para ser educadores y pedagogos, formando a los jóvenes en las virtudes teologales. Repetía que además de tener fe, esperanza y amor a Dios, hay que tener fe y esperanza en los alumnos y amar a los jóvenes. Realmente, era lo que él hacía. Nosotros, nos sentíamos amados por él, en aquellos años de estudio y formación y apreciados y consultados. Conversaba con nosotros y ‘nos tomaba en serio’, como a personas adultas, en tanto lo habitual era sentirnos objetos de enseñanza y aprendizaje”.
Supo difundir “el espíritu litúrgico”, además de enseñar a autores como Romano Guardini”, que había escrito, precisamente “El espíritu de la liturgia”. Por eso, no dejó de impresionar, que se haya ido a la Casa del Padre a celebrar la Pascua de su vida, precisamente, en el tiempo pascual. “Pascual”, era también su nombre. Su oración era profunda y viva, así la trasmitía a sus alumnos y a los jóvenes. Hacía amar la Eucaristía y conocer la riqueza de los libros sagrados y la liturgia de las horas.
Espíritu comunitario
Como directivo, era capaz de crear espíritu comunitario en el trabajo y de planificar con tiempo las actividades. “Oros rasgo –recuerda Fabián Otero– notable en su actividad de dirigente era la cercanía con todos, chicos y grandes, en el momento del trabajo. Su presencia era significativa para todos: niños, adolescentes y grandes. Y siempre tenía a mano la Palabra de Dios, de la que partía para toda planificación de actividades”.
“Siempre fue un adelantado en la vida, que buscaba nuevas formas, dentro de la tradición y del espíritu salesiano, –recuerda el P. Juan Francisco Tomás–. Su preocupación eran los pobres y necesitados y la lucha por la justicia y la libertad. Nos enseñó a vivir y promover un estilo de vida libre”.
“Siempre recordamos su sonrisa –dice Pablo Giachetti– pues por ella nos hemos sentido acogidos. Además, siempre tenía una palabra adecuada y oportuna. Especialmente, su amor por la Palabra de Dios era la base de su espiritualidad. Llevar la Palabra a la vida y dar vida a la Palabra, parecía ser su lema”.
“Era el ‘hombre del proyecto’ –decía Enrique Piccone–, definiendo su personalidad. Como síntesis de su figura moral, se podría decir, que era un hombre libre y sabia hacer libres a os demás. Sabía obedecer con inteligencia, fidelidad y espíritu de libertad”.
“Sabía ‘mirar para atrás, y sacar buenos diagnósticos del camino hecho’ –decía Pedro Estupiñán– y también sabía mirar hacia delante, y emprender con fe y sensatez, el camino que se debía hacer”.
Pastor y párroco
Parecía destinado a trabajar en las cosas de formación. Sin embargo, fue también muy fecunda su labor como párroco. En Floresta, recorría todo el barrio, visitaba y conocía a cada familia. También fue un animador juvenil del Oratorio que animaba con el teatro salesiano, con los cantos y con los juegos. Por eso, seguramente cosechó tanto afecto. No cabe duda de que supo sembrar afectos y sentimientos, valores que quedaron definitivamente en el recuerdo de tantos exalumnos suyos.
Murió en Buenos Aires, el 13 de marzo del 2013. Tenía 91 años de edad, 66 años de salesiano y 58 de sacerdote”.
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