Del P. Barreto había oído hablar mucho —¿quién no?—, pero no lo conocía personalmente. Al llegar a la Enfermería, lo encontré muy desmejorado, en un lamentable estado de salud, que daba pena. Incluso me pareció en ese momento que no estaba consciente y no captaba nada. En síntesis, parecía un zombi. La primera vez que me dí cuenta de lo contrario, fue varios meses más tarde cuando habiendo desmejorado mucho, le dimos la unción de los enfermos. El Hno. Pedro Sauer, siempre cariñoso, quiso pasar esa noche con él, porque decía que tenía una deuda de gratitud, desde la época de Junín de los Andes. Yo veía, que le hablaba y le hablaba en voz baja constantemente. Entré pensando pedirle que lo dejara dormir tranquilo, y escuché que Pedro le decía: “Oscar, ¿qué estás haciendo aquí? Es mejor que te vayas el Cielo. Allí vas a estar bien”. Oscar miraba sin abrir la boca, con esa mirada fija medio perdida y esos ojos muy abiertos, como muchas otras veces. Yo que pensaba que no tenía conciencia de lo que pasaba, cuál sería mi sorpresa cuando lo escuché, una voz seca y cortante desconocida para mí, que le respondía con viveza a Pedro: “¿Pero, vos estás hablando en serio?”. “Sí”, siguió Sauer en su cantilena. Y entonces, vi algo asombroso que me llenó de emoción: después de una pausa dramática y silenciosa, Oscar Barreto levantó su mano y se hizo la señal de la cruz.
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Oscar Barreto nació el 7 de marzo de 1924 en “Caleta” o “Cueva” de los loros, Río Negro. Sus padres fueron José y María Hegen. Hizo su aspirantado en Fortín Mercedes. Comenzó el Noviciado en 1940, en Fortín Mercedes e hizo la primera profesión el 31 de enero de 1941. Cumplió con el Tirocinio en Stefenelli, Fortín Mercedes y General Roca. La Teología la hizo en Villada, Córdoba, en 1947, y se ordenó en Rosario, el 25 de octubre de 1950 con ocasión del Congreso Eucarístico Nacional al que vino el cardenal Ernesto Ruffini como legado pontificio.
Transcurrió sus años de sacerdocio en el Colegio Don Bosco y en el Instituto Superior Juan XXIII de Bahía Blanca, en Stefenelli, en Junín de los Andes, donde fundó el hogar-escuela Mamá Margarita; en Comodoro Rivadavia, en Esquel, en Rawson, en Trelew, en Neuquén (en Cutral-Co, en Plottier y es Zapala) y en San Carlos de Bariloche. Finalmente, en 2004, llegó a la comunidad de la Casa Artémides Zatti de Bahía Blanca, donde murió el 27 de marzo del 2013.
Sorprende los pocos datos de su infancia y de su familia, e incluso la incertidumbre respeto al nombre del lugar de su nacimiento. Tal vez esta pobreza biográfica tenga relación con el drama secreto de su rechazo por la vida y los profundos estados depresivos de que nos habla el P. Benjamín Stochetti y que hemos visto muchas veces.
Antecedentes familiares
Roberto Cardador, sobrino de Oscar, contó que habló con Josefa, la hermana, quien le dijo que nació en Patagones (Provincia de Buenos Aires), pero que nació en el campo, y cuando falleció José (su papá), dejaron el campo y se fueron a Patagones, donde la abuela lavaba ropa para poder atender a sus 8 hijos.
Ella contaba que en esa época no existían los sindicatos y que, si en alguna oportunidad la ropa tenía una manchita, quien le daba el trabajo, la revolcaba en su presencia y le decía que la volviera a lavar porque estaba sucia. Los Salesianos, viendo sus necesidades, le ofrecieron llevar a los chicos a Fortín Mercedes. Fueron Torban, Oscar y Anselmo, este último se escapaba porque no quería ser scerdote.
El misterio de su vida
A continuación, se transcribe un testimonio del P. Benjamín Stochetti:
“Cada persona es un misterio que sólo Dios conoce; y en el caso de Oscar creo que pese a sus frecuentes anécdotas risueñas y festejadas ruidosamente por muchos de nosotros, Oscar padecía muy hondos sufrimientos. Vayan algunos comentarios: Yo lo cuidaba en el hospital la noche después del accidente automovilístico del Juan XXIII, volviendo de Tornquist. Desde aproximadamente las 14 hs yacía sin conocimiento a raíz de los golpes recibidos. Hacia las 8 hs de la mañana siguiente abrió los ojos y las primeras y únicas palabras con que devolvió a mi saludo fueron ‘¡Por qué me habré despertado!’…
”En un retiro espiritual comentaba con él que mi único, seguro y firme sostén en algunos momentos de mi vida era Cristo. Oscar acotó: ‘Mirá: yo nunca pude reconciliarme con la vida…’
”El misterio se hace todavía más oscuro cuando se trata del suicidio. No sé si sus ‘amenazas’ eran en serio o se trataba de simples quejas o expresiones pesimistas… Con lo dicho más arriba me quedan dudas, si por lo menos no sintió más de una vez la terrible tentación de acabar con su vida. Pero quiero terminar con un testimonio admirable de Don Jaime (el Padre Obispo Nevares). Con sus hermanos de comunidad Oscar solía tener largas temporadas de mutismo helado y total. Por eso, Don Jaime se maravillaba que en cambio, en la atención pastoral, mantuviera Oscar su actitud de cura popular, chispeante y simpático. Se preguntaba Don Jaime si no era un eco de su conciencia de misionero y pastor.
”No está de más recordar el aprecio —casi veneración— que nutría por su compañero de ordenación Francisco Calendino, que lo llevó a eliminar el título de uno de los capítulos de la biografía del misionero Marcelo Gardín. Para Oscar, Gardin no era ya ‘el último de los grandes misioneros patagónicos’ (pues Calendino fue posterior y era ‘un grande’)”.
Un último trazo: Su personalidad tenía ribetes de rebeldía, disconformidad, o por lo menos de ansias de asumir y adaptarse a lo nuevo del mundo y de la Iglesia. Vaya una muestra de ecumenismo: Llamó la atención cuando uno de los pastores de la iglesia reformada más apreciados en Trelew, al regresar por algunos meses a Europa le entregó las llaves de su casa para que Oscar se la cuidara y dispusiera de ella a su gusto.
Intelectual y escritor
Oscar Barreto fue también un intelectual, profesor en el ciclo superior de estudios, como hemos visto, y escritor. Sus libros son: “Fenomenología de la religiosidad mapuche” (Archivo Histórico Salesiano de la Patagonia Norte, 1992) y “En las trincheras de Dios” (es la historia de su antecesor en la misión, P. Marcelo Pio Gardin).
La obra social del P. Barreto
Algo de su intervención en los orígenes de la Confederación Indígena Neuquina, fueron recordados en estos días por los testimonios de los amigos que nos han llegado:
Cursillo para líderes indígenas
En junio de 1970 se realizó un “Cursillo para líderes indígenas del Neuquén” en Pampa del Malleo, organizado y conducido por los sacerdotes Francisco Calendino, Oscar Barreto (Director del SPAI) y Antonio Mateos. Participaron unas 50 personas, dos o tres de cada agrupación, en su mayoría autoridades, provenientes principalmente de las Agrupaciones del Departamento Huiliches y, en menor medida, de otras zonas de la provincia de Neuquén.
Los tres eran curas “misioneros”, muy cercanos al obispo De Nevares, y partícipes de su visión política y social en general.
Cooperativa de compra y trueque
Barreto había fundado años antes la primera cooperativa de compra y trueque de alimentos en El Malleo, para evitar la acción de los clásicos “bolicheros” acopiadores. Más tarde llegó a la zona el P. Calendino, un psicopedagogo salesiano y ex compañero del teologado de Barreto y De Nevares. Calendino amplió la experiencia —pasando a ser de producción y consumo— y organizó una red de cooperativas entre las comunidades mapuches de la provincia, que llegaron a ser 26.
Inculturación y Evangelio
El discernimiento político de estas iniciativas no corresponde hacerlo en esta carta, pero queda el campo abierto para que con más tiempo y competencia alguien trate de escribir la historia de este gran sacerdote y de estos problemas.
Lo más importante que realizó fue su misión entre los mapuches de la cordillera: fue una misión que tomó muy en serio ya que se ocupó del indígena en la totalidad de la persona humana, tanto en sus necesidades religiosas como materiales; esto último le costó llevarse mal con los comerciantes de la zona porque organizó una cooperativa para la compra de alimentos de primera necesidad a precios mayoristas y normales, evitando así el trueque que hacían los comerciantes sobrevaluando exageradamente sus mercaderías y devaluando vergonzosamente los valiosos artículos que fabricaban los mapuches.
La escuela albergue Mamá Margarita
La escuela albergue fue creada por él. Antes había sido la Escuela Nacional 114, pero llevaba muchos años abandonada. Barreto se ocupó de acondicionar el edificio, agrandándolo con paredes francesas y chapas de cartón, haciendo injertos. Además, consiguió maestras para el ciclo primario y voluntarios que prestaron mucha ayuda. Su meta fundamental era escolarizar a las muchas niñas que quedaban fuera del sistema educativo. Por eso, armó un internado que en principio era sólo para alumnas de distintas comunidades, algunas muy alejadas.
Personalidad y semblanza moral
Estaba dotado de una singular personalidad, plena de alegría, de inteligencia, de dinamismo y fino humor. “A Oscar había que conocerlo mucho para entenderlo. Convengamos que fue una persona de difícil convivencia. Le costaba la vida en comunidad; a mi entender sufrió, a lo largo de su existencia, una depresión crónica que lo hacía oscilar entre la alegría exaltada y la tristeza profunda, entre el acercamiento generoso y el aislamiento repentino. Esta enfermedad constituyó su cruz y creo que Oscar tuvo enormes sufrimientos que supo llevar en forma silenciosa y heroica. Por tal razón eran explicables sus cambios imprevistos de humor y su habitual incomunicación; pero había que aguantarlo cuando andaba inspirado y con buena onda: era otra persona, comunicativa, alegre y jovial.”
Fue un salesiano muy independiente que se manejaba con la mirada puesta en su misión y no tato en las normas de la Congregación. Decía abiertamente lo que pensaba sin importarle las críticas que ello podía repercutir en la evaluación que superiores y/o hermanos pudieran hacer de su persona. Era un ‘actor’ nato y esa cualidad la hizo visible tanto en las obras de teatro que se daban en Fortín Mercedes como en reuniones de amigos: fue proverbial la imitación que él hacía del ‘borracho chileno’ como de cualquier personaje que se le ocurriera imitar a pedido de sus amigos. En las fiestas de las comunidades, a las que fue perteneciendo, siempre se destacó con sus chistes y ocurrencias.
Al obispo De Nevares lo apoyó siempre y con total fidelidad cuando éste era criticado tanto desde adentro como desde afuera por sus posturas en favor de los más necesitados. Amigo fiel y sincero no iba a decir nada a tus espaldas: lo que decía lo pensaba de cada uno se lo decía en la cara y con mucha amabilidad y caridad: amigazo.
Sufrimiento interior
Dice el P. Rubén Hipperdinger: “Yo puedo simplemente dar testimonio de sus sufrimientos interiores que eran tremendos. Sólo un hombre de su temple pudo soportarlos. Nunca conocimos la causa de sus depresiones, y él mismo afirmaba desconocer los orígenes de sus sufrimientos. Él, que era un hombre inteligente, sufría más todavía porque se daba cuenta de sus procesos”.
Religioso y maestro
El P. José Juan Del Col, dice:
“Al P. Barreto lo conocí casi exclusivamente en nuestra Comunidad Salesiana del Instituto Superior Juan XXIII en los años alrededor de 1970. Vino después de una larga y fecunda trayectoria como misionero en la cordillera neuquina. Vino para dar clase de teología, con general aceptación por parte del alumnado.
”Pero en donde se destacó más fue en su presencia y asistencia al más genuino estilo salesiano. Se lo encontraba siempre en el bar o en algún pasillo del Instituto durante los recreos intermedios. Era buscada su compañía por ser particularmente amistosa, alegre y chistosa. Tenía don de gentes. Resultaba, pues notablemente simpático. Y esto incluso en períodos de depresión psíquica a que estaba sujeto; las alumnas lo comprendían y acompañaban igual.
”En nuestra comunidad salesiana, estábamos acostumbrados a la alternancia en él de normalidad y de desfases psíquicos. Estos se manifestaban en un raro mutismo. Es de suponer que él sufriera mucho interiormente. En tal estado, participaba de los actos comunitarios con regularidad y con rostro despejado. Cuando recobraba la normalidad, volvía a estar alegre y a difundir alegría; una alegría a veces desbordante, como cuando remedaba a un borracho dando la impresión de serlo de veras”.
Sabiduría y esfuerzo personal
Dice el P. Joaquín López Pedroza:
“Conocí a Oscar en su edad madura, cuando estaba de regreso de muchas cosas. Aprecié su sabiduría, don de la Providencia y fruto de su esfuerzo y de la experiencia de los años, vividos tan intensamente en los variados campos de misión, a los que lo destinó la obediencia religiosa.
”Se podría decir que conformábamos una comunidad muy variada, apostólica, alegre y fraterna. De la alegría, la mayor cantidad de las veces se encargaba el P. Oscar con sus chistes, ocurrencias, imitaciones y anécdotas. No faltaron, como en las mejores familias, los momentos de discusión, que, de parte de Oscar, se traducían en silencios prolongados y encierros en su cuarto. Entonces, le golpeaban la puerta de la habitación para que saliera, con alguna mala palabra o un chiste, lo que solía ocurrir la mayoría de las veces, distendiéndose el clima y volviendo a recomenzar las charlas interesantes. Los salesianos animábamos la pastoral de toda la ciudad de Trelew. A Oscar se le había confiado la formación de los catequistas, la atención de alguna clínica y dos misas en la sede parroquial. La predicación de Oscar era muy valorada entre los fieles, especialmente, entre los jóvenes de los grupos, quienes lo tenían de referente espiritual, confesor y amigo. Hablaba muy bien y escribía aún mejor”.
Sacerdote y misionero
Los años entregados a la evangelización de los mapuches en la zona del Malleo, fueron para Oscar los años más fecundos de su vida como sacerdote y misionero. Su esfuerzo por inculturarse, aprendiendo el idioma y acompañando las familias mapuches de los Painefilu, los Namuncurá y otras, y de anunciar a Jesucristo “en lengua”, lo movieron a comprometerse con la promoción humana de esos hermanos postergados.
Oscar fue un hombre intelectualmente polifacético, que manejaba con soltura las temáticas antropológicas y teológicas, y dominaba varias lenguas (ya hicimos alusión a su manejo del mapuche, que usaba a menudo cuando quería poner toques de humor, explicando el sentido de las palabras).
En los momentos de sosiego, ante las preguntas que yo le hacía sobre su andar misionero, allí constataba una vida muy sacrificada, con muchas aristas cautivantes. Cuando se explayaba sobre temas teológicos y espirituales se evidenciaba que era un hombre que había sido muy lector y cultivaba una gran actualización sobre temas culturales de actualidad.
Asistí a algunas charlas de Biblia que brindó, en una de las capillas, y entre los asistentes había gente que había realizado cursillos bíblicos. Al salir, varios laicos me hicieron comentarios poniendo de relieve lo notable y lo profundo de las exposiciones.
Amor a la Palabra de Dios e inculturación
Dice el P. Vicente Tirabasso:
“Otro aspecto que me ha llamado la atención en Oscar fue su gran amor a la Palabra de Dios. En diversas ocasiones, habiéndolo convocado para instancias de animación de los educadores de escuelas, pudimos disfrutar de su mirada profundamente evangélica, expresada con un lenguaje muy poético.
”Por último, quisiera rescatar su sincero y profundo esfuerzo por inculturarse en la realidad de nuestros hermanos mapuches, a los cuales sirvió y acompañó durante muchos años. No podemos dejar de reconocer que evidencia un trabajo de contemplación y elaboración importante. Otra evidencia de ello es que se preocupó de entender y manejar con fluidez su lengua”.
El ocaso y la pascua
Y así fue el trascurrir de los días que yo fui observando, el último año de la vida de Oscar. Ese hombre genial y famoso y que ahora estaba como petrificado pero que, de cuando en cuando, seguía sorprendiendo con chispazos de su genialidad. Como cuando llamaba a gritos a las enfermeras para que lo fueran a atender. Uno creía que se sentía mal, o le había ocurrido un accidente, pero sólo era para que lo fueran a acompañar. Y cuando no iban enseguida: Dios mío, ¡qué insultos y hasta golpes…! Pocos días antes de su muerte, le dijo a la enfermera que lo acompañaba: “Perdoname todo lo que te hice”. Desde ese momento ya no habló más. Murió en Bahía Blanca el 27 de marzo del 2013 a los 89 años de edad.
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