Don Bosco es considerado un santo misionero sin haber estado en las misiones. Fue su gran aspiración y tuvo muchas ofertas de destinos para mandar a los primeros salesianos, pero sólo cuando lo vio claro en un sueño pudo hacerlo realidad en vida con las primeras expediciones misioneras. Desde ese momento, el espíritu misionero de los Salesianos va unido a su carisma, una pasión evangelizadora a través de la educación y de la promoción integral de los jóvenes, especialmente los más desfavorecidos.
Casi 15.000 salesianos repartidos en 1936 presencias en 134 países de los cinco continentes dan fe de lo que significa hoy en día la palabra misionero haciendo suya la frase de Don Bosco “mi vida para ellos, los jóvenes”. Y es que ser misionero incluye unas cualidades que destacan a simple vista: la alegría en sus rostros, el optimismo que transmiten, la esperanza que insuflan, la vitalidad siempre joven y la confianza ciega en la divina providencia.
Tanto es así que hasta los más alejados de la Iglesia les reconocen las virtudes que no saben ver en otros ámbitos religiosos. Hasta las Misiones de Paz de Naciones Unidas destacan en sus informes que “en el último rincón del lugar más inhóspito siempre hay un misionero que estaba antes del conflicto, se quedó junto a la población en medio de él y sigue allí una vez que las ONG abandonan el país”.
En general, son admirados por la población y respetados por las autoridades, aunque en ocasiones también son temidos por la defensa que hacen de los derechos de los más vulnerables. Muchas veces su vida está en riesgo y sufren amenazas, pero no tienen miedo a la muerte, sólo a no ser justos y a fallar con su labor.
El Rector Mayor de los Salesianos, don Ángel Fernández Artime, reconoce que los misioneros salesianos “no son héroes, son personas fascinadas por Jesús, enamorados de Don Bosco, que se dejan la piel por los jóvenes y que quieren desgastarse la vida dándose a ellos. Un misionero está lleno de afecto, de rostros, de encuentros de vida y todos los cansancios, el calor, el frío, las horas de coche,… no pesan”.
Pero estando en tantos países y conviviendo con tantas realidades, los misioneros salesianos hacen mucho más que dedicarse con pasión a la educación integral de los jóvenes a través del Sistema Preventivo de Don Bosco: están al lado de la población en las guerras, en medio de las epidemias, las sequías y las hambrunas, coordinan la emergencia ante un desastre natural, reparten alimentos, ofrecen asistencia sanitaria y refugio, ayudan a construir pozos, a llevar saneamiento y luz a las periferias más desasistidas de las ciudades… y todo, en nombre de Don Bosco.
En los últimos años, los misioneros salesianos han decidido quedarse en medio de la guerra de Centroafricana, Congo, Sierra Leona y Siria, han trabajado con niños desvinculados de los conflictos armados en América y Asia, han atendido a los huérfanos del ébola en Sierra Leona y Liberia, salen por las calles a diario a salvar la vida de menores que se dedican a la prostitución o que son traficados en los mercados en numerosas ciudades de África, acogen a niños que sobreviven en pandillas… y todo ese trabajo, de manera desinteresada, generosa, servicial y entregada.
Los misioneros trabajan 24 horas al día, 7 días a la semana y 365 días al año sin horario. Por fortuna, muchos de ellos pasan en algún momento por la Procura de Misiones Salesianas en Madrid haciendo escala de reuniones en Roma, para revisiones médicas o por merecidos descansos cada bastantes años, y todos comentan lo mismo: “Me falta algo, quiero volver allí cuanto antes y estar sin parar, porque aquí me canso de no hacer nada…”.
Fuente: infoans.org
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