Juan Velazco: “Nadie mejor que él, presentaba la figura espiritual de Don Bosco”.

Cuando Juan Andrés era todavía muy chico y estaba de alumno en la Escuela Agrotécnica Salesiana de Uribelarrea, el Director, P. Leopoldo Rizzi, habló con su mamá y le dijo que su hijo, decía que quería ser salesiano. “No –le respondió la madre– es muy chico y tengo miedo de que después abandone todo. Es mejor que sea un buen campesino y no un mal salesiano”. “Bueno, –le respondió el P. Rizzi– probemos. Que vaya al Aspirantado de Ramos Mejía y allí podrá discernir su vocación”. Años más tarde cuando ya se preparaba para ir al Noviciado, el hermano mayor tuvo que ir al servicio militar en la Marina, dos años. Juan Andrés les dijo a sus padres que quedaban solos en el hogar y con todo el trabajo del campo: “Si necesitan, yo voy a casa para ayudar. Ya regresaré, cuando vuelva José”. La madre le respondió: “No, sigue tu camino, ya Dios nos va a ayudar”. Y así fue. Los ayudó, no simplemente con el campo, sino con un hijo sacerdote.

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Juan Andrés nació el 22 de febrero de 1930 en Salvador María (Lobos, Buenos Aires). Sus padres eran Eusebio y Olimpia Pissinis, inmigrantes italiano, y tenía dos hermanos, Teresa Lucía y José Pedro. Ingresó en Uribelarrea donde estuvo de 1939 a 1940, en que pasó al aspirantado de Ramos Mejía, hasta 1946. Hizo el noviciado en Morón (hoy san Justo) en 1947, profesando como salesiano el 31 de enero de 1948. Filosofía en Bernal entre 1948 y 1950 y el trienio en Ramos Mejía hasta el 1953.

Luego, estudió teología en Villada entre 1954 y 1957, ordenándose de sacerdote el 11 de agosto de 1957. De allí pasó a Turín y a Roma para hacer la licencia y el doctorado en filosofía, desde 1958 hasta 1961. Ese año vuelve a Bernal hasta 1963 y del 2013 al 2016. En Del valle está varios períodos: del 64 al 70; del 73 al 78; del 85 al 90; y del 97 al 2000. En Mar del Plata, del 71 al 72. En La Plata, del 79 al 84; del 91 al 93; del 2007 al 2008 y, luego, en 2012. En Avellaneda, del 94 al 96; en Santa Rosa, del 2001 al 2006 y en Ensenada, del 2009 al 2011. Durante estos años, se desempeñó como ecónomo, consejero, rector de secundario, párroco, vicario de la casa y director. A nivel inspectorial, fue consejero de La Plata de 1974 a 1985 y en un segundo período, de 1993 a 1996. Sus títulos académicos fueron: Maestro Normal nacional; Profesor de Historia, Letras, Filosofía y Pedagogía y, finalmente, doctor en Filosofía y Pedagogía por la UPS.

En 2003 recibió el premio Divino Maestro, otorgado por el Consejo Superior de Educación Católica (Consudec).

Testimonio de vida

“Su corazón campesino y bueno lo convirtieron en un formador, que más que exigir y mandar, sabía amar y servir para crear comunión”, dice Mons. Agustín Radrizzani. De hecho, fue profesor de filosofía, apenas llegado de Italia con su flamante doctorado, después de estudiar en Turín y en Roma, en la UPS. Era ante todo un amigo, que formaba a los postnovicios o acólitos, como decíamos en aquella época, con su ejemplo, dando clase o pintando metros de paredes y disfrutando de momentos inolvidables. Su presencia y su figura eran importantes por el testimonio que daba con ellas a los jóvenes salesianos. Fue para ellos un modelo no sólo de vida salesiana, sino también de vida humana, sensible, apasionado y fiel, así era él. “Ojalá este modelo de vida, no pase nunca de moda –dice el P. Tito Iannaccio–. Atesoro su dinamismo y su amistad. Su amor a Don Bosco era un verdadero modelo. Todos conocían su calidez y su manera fraterna de acercarse a la gente. Nadie mejor que él, presentaba la figura espiritual de Don Bosco”.

“Era dueño de una oratoria profunda y humana, tanto que sus palabras muchas veces emocionaban a propios y extraños”, dice el diario El Día de La Plata. Por cierto, más de una vez, sus celebraciones y homilías, fueron grabadas.

Amor al trabajo salesiano

A pesar de los títulos académicos, como licenciaturas y doctorado obtenidos en Italia, al volver a Bernal, al poco tiempo fue mandado a Del Valle y dejó de ser profesor de filosofía y pedagogía para lo que se había preparado. En lugar de filosofía y pedagogía comenzó a manejar las herramientas de campo y, sobre todo, a dirigir las actividades de la Escuela y los corazones de las personas.

El P. José María Barbano, por ejemplo, cuenta que, al morir su papá, Juan Velazco lo acompañó y estuvo plenamente a su lado, como un verdadero padre. Otro tanto cuenta el P. Miguel Haag, que al ordenarse de sacerdote, lo encontró en el Sagrado Corazón de La Plata donde, a pesar de la diferencia de edad y de pensamiento, encontró en él, un padre al que quiso y respetó entrañablemente, que lo invitaba cada día a desplegar todas sus dotes y cualidades, por los jóvenes y con los hermanos. Encontró en él “un padrazo”.

“Cuando lo conocí en Del Valle –escribe Ornella Pagani– vestía una túnica rosada. Sentimos que algo especial se acercaba. Estaba controlando el colmenar. En el año 1978 fue enviado a La Plata. Un día lo encontré barriendo la vereda, otra vez, con la brocha, pintando las paredes. Era algo que descolocaba la clásica figura del director. Como no sabía decir que no, se dispersaba en actos de generosidad y, a pesar de que alguna vez decía que no había tenido tiempo de preparar la homilía, nunca se evidenció, pues al comenzar a hablar, las palabras fluían de su boca como manantial”.

Paternidad espiritual y vida de familia

Cuando se es director de una Escuela Agrícola, indudablemente, se establece con los hermanos salesianos y con los colegas docentes, empleados e incluso con los alumnos, una verdadera relación de amistad y fraternidad. La escuela se convierte para todos ellos en una familia y en el hogar donde muchos viven. Por eso, el rol del director es un factor fundamental para crear clima de vida de familia. Por supuesto, es muy distinto del clásico rol del “consejero” (como se llamaba antes al encargado de la disciplina).

Juan Andrés fue por años consejero en Del Valle. Siempre fue docente, durante toda su vida. Indudablemente, como consejero guardaba la disciplina y era exigente. Lo apodaban “Cartucho”, porque “explotaba enseguida”. Pero cuando pasó a ser director, a pesar del temor que podían sentir algunos, por su anterior exigencia, fue como si todo lo que se había contado de él como consejero hubiera sido mentira. A propósito de esto, dice el maestro Aldo Pavone, empleado del colegio: “era muy querido por todos y, en particular, por el cuerpo docente. No establecía una distancia como de director a empleado, sino era cercano como un padre con sus hijos”.

Alegría y buen trato

Fue un hombre feliz. El secreto de su felicidad no era hacer lo que quería, sino amar lo que hacía. Disfrutaba de lo bueno de la vida, desde los viajes a Europa que tuvo ocasión de realizar, hasta la calidad de los productos agrícolas que compartía con unos buenos mates, en las reuniones con amigos.

“Le gustaba juntarse los domingos a almorzar y compartir las tardes mateando con amigos. Era proverbial, el licor de huevos que hacía. Sus chistes y los cuentos de familia y de su querida madre”, cuenta el Salesiano Cooperador Héctor Passini.

“Su figura de pacificador y su bonhomía, que guardaba para sí, los golpes y las imperfecciones y el malestar que podían provocarle los cambios de los últimos tiempos”, recuerda el profesor Luis María Fiorini. También hay que mencionar los libros sobre arte italiano que amaba estudiar y su amor por la belleza y el arte. “Era un buen amigo –añade el ingeniero Eduardo Pántano–. Diálogo amable, aun con su edad y experiencia, no dejaba de asombrarse ya sea de algo que había visto o escuchado, o de su encuentro con alguien. “Nos dejó una higuera, que dio fruto en pleno invierno”.

Delicadezas maternales

Donde se mostraba su paternidad y su delicadeza casi maternal, era en el trato con los hermanos salesianos. En la Escuela de Del Valle había una comunidad de Hermanos Coadjutores bastante numerosa y muchos de ellos eran mayores y hacía muchos años que estaban allí. Para cada uno, Juan Andrés tenía su palabra y trato especial, hasta para comprarle la ropa interior o para traer algún regalo para cada uno, después de los viajes que debía hacer.

Siempre con una sonrisa imperturbable y una sensibilidad exquisita que conocía los gustos y las necesidades de cada uno. Era así hasta con los alumnos. Por ejemplo, en la crisis económica de la Argentina en 2001, los padres de un estudiante fueron a hablar con el P. Juan porque iban a sacar a su hijo de la escuela porque no podían pagar la cuota. El P. Velazco les pidió que no lo hicieran, y nunca en todos los años de estudio les recordó la deuda. Ese chico, llegó a sentir por él un cariño realmente filial y terminó siendo, no sólo un buen alumno sino catequista y misionero en la Patagonia.

Apóstol de la confesión

Estaba entregado al ejercicio de su sacerdocio, convencido y lleno de bondad natural y de virtud adquirida y practicada. Los últimos años de su vida los pasó entregado al ministerio de la reconciliación.

Tenía un corazón de buen pastor. Era apreciadísimo por su entrega, consejo y bondad, hecha comprensión sonriente y muy añorado y extrañado todavía hoy. Lo bromeaban porque la cola de los otros confesores acababa pronto, mientras que la suya era larguísima. Hasta seminaristas de La Plata venían a confesase con él, e incluso algún obispo.

Espiritualidad y camino de virtud

En 2001, ante un cambio que él aceptó de la Casa de Del Valle a la de Santa Rosa, como siempre, con prontitud y obediencia, se enteró, que algunas personas, andaban preguntando ¿por qué salió antes de tiempo? Incluso alguien se lo preguntó directamente a él, añadiendo que “el Padre Inspector, sabía el problema y no se lo dijo claramente a él”. El Padre Velazco, con su humildad característica y su estilo siempre formal y respetuoso, le pregunta, sobre esto. Explicaba que no se negaba absolutamente a la obediencia, por el contrario estaba muy contento en La Pampa, pero quería saber, si era cierto que hubo algún motivo oculto en su cambio, para “poder corregirse”. El superior le aseguró en su respuesta que no había motivos ocultos, que era falso lo que se andaba diciendo por ahí y que sólo estuvo preocupado por su salud y no quería verlo sufrir, ante la tensión que vivía por su pesado trabajo. Ese fue el único motivo. De todos modos, en este hecho y en la forma en que él dialoga con el Inspector, mucho más joven que él, se pone de manifiesto su confianza filial que le permite hablar con respeto, sin ánimo de quejarse, y manifestar su profunda humildad, ante las críticas y murmuraciones.

Esta humildad y espíritu de obediencia se prueban también en el rendiconto que hace al Ecónomo Inspectorial, cuando escribe: “Te aseguro, con mucha vergüenza, que me llego hasta vos para presentarte un problema. Tengo a mis familiares en serios problemas económicos en Uribe. Cuando voy, cada tres meses, más o menos, con permiso del director, les llevo mercadería. Sé que esto depende del Inspector, pero no tengo coraje para pedirlo y aquí en Casa, sé que el director hace equilibrios para mantener la economía, por eso recurro a vos”. Se podría pensar que es exagerado tanto el permiso pedido, como el tono de humillación empleado hacia sí mismo y casi el escrúpulo en tomar decisiones, en cosas que cualquiera hubiera pensado que eran totalmente legítimas y naturales. Sin embargo, valen como prueba de su virtud de humildad y obediencia, llevada hasta la plenitud y autenticidad.

El camino del dolor

En 1982, a los 52 años de edad, tuvo un infarto de miocardio y desde entonces una secuela de afecciones cardíacas que fue soportando hasta su fin a los 86 años. Soportó la isquemia cardíaca y una cirugía coronaria, más angioplastias y angina de pecho permanente, en los últimos años. A esto se sumaba la diabetes. Todos los meses hacía su control médico, viajando desde Del Valle o desde La Plata, para visitar al médico. “Su único defecto –dice el cardiólogo Ricardo Sánchez–, que lo atendió por años, era que le costaba aceptar que no siempre se puede hacer todo”.

“Fui testigo en estos últimos años, de su entrega sacrificada en el ministerio de la reconciliación. Con esfuerzo y dolor cruzaba el espacio entre nuestra casa y la puerta lateral del templo, mañana y tarde, tomando aire a mitad del camino y sentándose un rato al llegar a la entrada”, dice el P. Rafael Mañas, antiguo párroco de Nuestra Señora de la Guardia, en Bernal. Durante una fiesta de María Auxiliadora, invitado por las hermanas, fue a celebrar la Misa y al terminar, estaba tan cansado que le pidió a la hermana sentarse para descansar un rato. “Mi sensación en ese momento, fue la de ver a Don Bosco hecho jirones –dice María Julia Sánchez, Salesiana Cooperadora–, un Don Bosco que dio hasta no dar más y siempre con la mejor cara, que sólo podía decir que estaba cansado a los más íntimos, porque quizás, no todos podían comprender ese secreto”.

Juan falleció en Bernal, el 3 de agosto del 2016. Tenía 86 años de edad, 68 de profesión, 58 de sacerdocio. Fue director por 31 años.

1 Comment

  1. Fiorella

    Gracias Padre Juan!

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