Homilía inicio del los 150 años de las misiones salesianas

Sábado 14 de diciembre de 2024

Queridos hermanos, queridos miembros de la Familia Salesiana, queridos amigos y queridas amigas:

Estamos dando comienzo a la conmemoración de estos 150 años de las misiones salesianas, el hecho más extraordinario quizás sea este: ¡Estamos aquí!

Estamos aquí sus hijos e hijas —150 años después— en esta misma Iglesia que recibió a los primeros diez misioneros enviados por Don Bosco a estas tierras. Sus sueños de Padre cruzaron fronteras, se expandieron al mundo y su horizonte no conoció límites… Hoy estamos celebrando todo eso.

Estamos aquí fruto de la confianza en Dios y la osadía (parresía) evangélica de nuestro Padre y de ese pequeño grupo de intrépidos hombres que, no sin sacrificios, dejaron Valdocco para venir a este mundo nuevo, desconocido y desafiante.

Estamos aquí: somos fruto de esta rica historia cargada de luces y también con algunas sombras.

Hoy quiero decirles que también estamos aquí no sólo para hacer memoria de los 150 años que han pasado, sino también para dar inicio a los próximos 150 años… y más. Porque si algo aprendimos de Don Bosco es a no tener miedo ante los desafíos que la historia nos pone delante. Y lo hacemos porque —conscientes de nuestros límites y de nuestra pequeñez— sostenemos nuestra esperanza en esa confianza que nace de sabernos “en brazos de nuestro Dios Padre y Madre”. Porque tenemos la certeza de que no son nuestros méritos los que nos han traído hasta aquí, sino la gracia de Dios. La misma gracia que inspiró a Don Bosco en Turín, que sostuvo a Juan Cagliero y a los primeros misioneros, la que aún nos sostiene e impulsa aquí en el presente. No por nada, con esa misma certeza comienzan nuestras Constituciones Salesianas: “Con sentimientos de humilde gratitud creemos que l sociedad de san francisco de Sales no es sólo fruto de una idea humana sino de la iniciativa de Dios (…) el Espíritu Santo suscitó, con la intervención maternal de María, a San Juan Bosco” (C1).

Por todo esto hoy quiero invitarlos a que durante todo este año podamos hacer el ejercicio vital que el Rector Mayor nos ha propuesto para 2025: un año para Reconocer, Repensar y Relanzar.

  • Reconocer: dando gracias a Dios por el don de la vocación misionera que permite hoy a los hijos de Don Bosco y a su familia llegar a los jóvenes pobres y abandonados en 136 países.
  • Repensar: considerando esta ocasión propicia para repensar y desarrollar una visión renovada de las misiones salesianas a la luz de los nuevos desafíos y perspectivas que han llevado a nuevas reflexiones misionológicas.
  • Relanzar: recordando nuestra historia gloriosa de la que estamos agradecidos, y deseando también una gran historia por hacer. Miramos al futuro con celo misionero y entusiasmo renovado para llegar a un número aún mayor de jóvenes pobres y abandonados que puedan vivir con esperanza, y con verdadero sentido de la vida, una vida en Dios.

 

1 – Reconocer nuestro pasado implica agradecer

Agradecemos a nuestros primeros misioneros su mirada intensa de la vida y su capacidad de entrega. Su valentía y arrojo por ir hacia las fronteras, habitar los límites en donde se hallaban los últimos, las víctimas, los más pobres. A pesar de los miedos y apegos sufridos por haber venido desde lejos y por haber dejado sus seguridades, no dudaron en arriesgarse por los demás.

En este agradecimiento quiero explicitar también un gracias enorme a las Hijas de María Auxiliadora, con quien compartimos esta aventura. Aquellas misioneras eran jóvenes, casi adolescentes, pero no les faltó ni el arrojo ni la valentía.

  • A los Salesianos y las Hijas de María Auxiliadora les agradecemos sus diversas intervenciones en favor del cuidado, el acompañamiento y la defensa de los derechos de los más vulnerables: por ayudar a preservar y desarrollar el patrimonio cultural de los pueblos originarios; por la apuesta por la educación y la promoción en todos los campos (aún en el de la salud); por jugarse con coraje y valentía por la vida de aquellos a quienes eran enviados; porque no les faltó valor para denunciar en numerosas ocasiones el genocidio que en ese momento estaba llevando adelante el gobierno nacional a través de una campaña militarista que pretendía invisibilizar para exterminar; en fin, porque supieron ponerse del lado que el Evangelio nos invita a estar.
  • Y, en esta línea, les agradecemos también por la generosa acción evangelizadora: por ese anuncio infatigable de la buena noticia que los llevó a caminarse toda la Patagonia cuando no había caminos, ni comodidades, ni comunicaciones, cuando el termómetro caía varios grados bajo cero. Gracias por el diálogo entablado con la cultura que los estaba esperando en estas tierras; por tantas iniciativas llenas de creatividad al servicio del primer anuncio y la catequesis. Con esta mirada intensa de la vida supieron despertar el sueño de la santidad, siendo testigos de que la plenitud humana alcanza su culmen en el encuentro profundo con Dios.
  • Quiero dar gracias, además, porque nuestros hermanos implantaron la Iglesia en la Patagonia. La fundamos y la hemos sostenido, aún con nuestros límites, dando por ella lo mejor. Podemos afirmar que nunca estuvimos de paso. Habitamos estas tierras que amamos profundamente y seguimos compartiendo con alegría la vida en medio de este bendito pueblo.

Este agradecimiento tiene rostros, nombres e historias particulares, comenzando por Don Bosco, siguiendo por cada misionero, misionera y terminando en tantos laicos, jóvenes con quienes se ha caminado y cimentado codo a codo esta entrañable historia misionera que está por cumplir 150 años. En mi carta que escribo para esta ocasión me detendré en algunos de estos nombres, rostros e historias, junto a la invitación a cada comunidad para que haga lo mismo.

Pero este agradecimiento no sería completo si no incluyera también en esta lista a estas tres menciones particulares que también deseo poner en el centro de esta celebración:

  • ¡Gracias a nuestros chicos, Ceferino Namuncurá y Laura Vicuña!, por su santidad y su vida en plenitud. En ellos se refleja quiénes somos y para qué estamos. En Laura y Ceferino están las chicas y los chicos de nuestras casas, los huérfanos, los que pasan frío, los que sufren abusos, soledades e incomprensiones y esperan encontrar en nuestra familia un espacio saludable donde poder crecer y vivir en plenitud. Ellos nos muestran la meta de nuestra tarea, compromiso y pasión.
  • ¡Gracias a quienes ya estaban aquí antes que llegáramos! Deseo que nuestro reconocimiento llegue también a los pueblos originarios, que con su cosmovisión nos enriquecieron mucho; que supieron aceptarnos y comprendernos más allá de nuestros límites y pecados; que nos ayudaron e impulsaron a repensar constantemente nuestra pastoral, nuestros esquemas, nuestras estrategias y nuestra fe desde su realidad, cultura y espiritualidad ancestral. Los pueblos originarios nos recuerdan lo imprescindible que es para nuestro carisma salesiano alimentarse del aporte de cada una de las culturas con las que entablamos un diálogo profundo, entre ellas, las culturas juveniles. Porque cuando realmente somos capaces de entrar en verdadera clave de interculturalidad, de interaprendizajes recíprocos, de escucha auténtica, en fin, de real encarnación, encontramos al Espíritu que ya nos estaba esperando en la otredad y la diversidad cultural a fin de invitarnos a abrir más nuestras mentes y corazones a una verdadera catolicidad inclusiva y misionera.
  • Y nuestro agradecimiento y reconocimiento va —sobre todo— al Señor que, en su llamado misionero, ha renovado a nuestra familia salesiana con el espíritu de compromiso y entrega de tanta gente, que movida por la caridad pastoral encaró proyectos samaritanos, inclusivos, promocionales, educativos y evangelizadores al servicio de los más pobres. En ellos Él nos estaba esperando y nos sigue aguardando. Renovando nuestra conciencia misionera, deseamos que hoy también surjan nuevos nombres que asuman los actuales y promisorios desafíos que plantea la contemporaneidad.

 

2 – Además de reconocer, se nos invita a repensar

La dinámica de la historia hace imprescindible que la abracemos en toda su complejidad, contemplando no sólo sus luces sino también reconociendo humilde y sabiamente sus sombras. Como acabo de afirmar, son muchos los motivos que tenemos para estar agradecidos, pero necesitamos mirar también estos 150 años desde los errores, las equivocaciones e incluso el pecado que se ha manifestado en ocasiones en las que no hemos podido, no hemos sabido o no hemos querido ser coherentes con el evangelio y estar a la altura de la historia.

Por eso, con serenidad, humildad y honestidad, al comenzar las celebraciones por estos 150 años, quiero pedir perdón

  • Porque no fueron buenos todos los 150 años. Porque hubo años en que no defendimos, no entregamos, no nos animamos, no pudimos, no construimos, no logramos… Alguna de nuestra gente ha dañado, ha corrompido y ha generado dolor. Muchas veces nuestro corazón y nuestras acciones no estuvieron motivadas por el amor que se hace entrega. Reconocemos que todas y todos tuvimos y tenemos espacios sombríos. Nos llena de vergüenza decirlo, pero no seríamos honestos y consecuentes con el evangelio que profesamos si lo callamos.
  • Tampoco podemos negar que llegamos a la Patagonia junto con el ejército en el marco de campañas militares. Es cierto que los misioneros fueron críticos y se vieron en la disyuntiva de ir para salvar lo que se pudiese. Y no es menos cierto que su presencia alivió, en lo que se pudo, el dolor de quienes estaban siendo ultrajados. Además, las atrocidades cometidas en gran parte hoy se conocen porque fueron denunciadas y documentadas por los mismos misioneros. Así y todo, nos duele y es necesario reconocer que llegamos con los grandes victimarios de los pueblos originarios.
  • Es necesario reconocer que muchas veces, aún queriendo hacer el bien, se termina perjudicando. 150 años atrás la convicción en el occidente cristiano era que lo mejor que podíamos ofrecer a las culturas consideradas “menos desarrolladas” era incorporarlas a la civilización occidental. Esta convicción casi nadie la discutía, y nosotros la asumimos en nuestra tarea evangelizadora, lo que trajo como consecuencia el debilitamiento y hasta la desaparición de la riqueza cultural propia. En cierto modo hemos sido partícipes de un proceso de homogeneización cultural del que necesitamos pedir perdón. Es cierto que los misioneros aportaron mucho al cuidado y recuperación de una herramienta clave de la identidad cultural como es el idioma de estos pueblos, pero no podemos negar la impronta homogeneizadora que muchas veces ha tenido nuestra labor educativo-pastoral.
  • También necesitamos pedir perdón porque, en estos 150 años, muchas veces no hemos denunciado y hasta hemos ocultado aquello de lo que nuestros hermanos misioneros habían sido testigos y con valentía denunciaron. No siempre hemos explicitado la tragedia que vivieron los pueblos originarios. El imaginario de los primeros misioneros lo tuvo muy presente y fueron claros en este aspecto, hasta poniendo el cuerpo por la defensa de los últimos. Pero los imaginarios posteriores (por ejemplo, al inicio del siglo XX y en la celebración de los 100 años de las misiones salesianas) dejaron de lado esta denuncia y puesta en evidencia de lo que, desde el Evangelio, no debemos callar por servicio e identificación con los pueblos crucificados.

Por esto —y por tantas otras situaciones, actitudes y opciones— hoy debemos tener la humildad, el arrepentimiento y la honestidad de saber pedir perdón, también para aprender y para renovarnos.

3 – Y, sobre todo, se nos invita a relanzar

Para nosotros “re-lanzar” significa entrar en sintonía con nuestra historia para recuperar la osadía de los primeros, su misma parresía, su capacidad de ir a las periferias, su coherencia con el evangelio. Por eso, hoy estamos aquí no sólo para conmemorar los 150 años que pasaron sino —y sobre todo— para comprometernos con los 150 años que tenemos por delante.

Quiero proponerles de corazón a mis hermanos Salesianos y a toda nuestra Familia Salesiana de la inspectoría que relancemos nuestra misión con un compromiso con el futuro.

  1. Lo primero que les propongo, en sintonía con nuestra historia, es tener audacia. Mantener la misma osadía y compromiso con la realidad de los primeros misioneros. Somos conscientes de nuestros límites y de la fragilidad que nos habita, pero confiamos en Dios a quien le hemos entregado nuestra vida por los jóvenes más pobres ¡Qué sería de nuestra vida de consagrados sin una entrega audaz, que asume los riesgos y no teme a los desafíos de los tiempos! Nuestra vida no se define por cálculos de seguridad sino, por la locura de aquellos que aceptan la invitación a caminar sobre el agua. Esa misma parresía que hizo a los misioneros cruzar mares e ir hasta el fin del mundo. Aún hoy, cuando visito la misión de Tierra del Fuego, me emociona ver la precariedad en que vivían en geografías tan extremas. La audacia misionera estaba en los genes de don Bosco y está en la raíz de nuestro carisma. No tengamos miedo, exorcicemos los pensamientos pesimistas, estrechos y calculadores, dejemos que Dios nos guíe hacia donde debamos ir.
  2. El segundo compromiso que deseo proponerles es vivir en los límites, habitar las fronteras, ir a las periferias. La vida religiosa, queridos hermanos, es una experiencia de “liminalidad”. Lo aprendimos de Don Bosco, que no se quedó encerrado en la sacristía, sino que camino las calles de Turín, los suburbios llenos de jóvenes pobres, y envío a sus hijos a miles de kilómetros, para que fueran al fin del mundo. En los próximos 150 años, consagrados y laicos, queremos seguir habitando las fronteras que, para nosotros, significa estar al lado de los últimos, de las víctimas, de los descartados. Sostener la vida donde está amenazada. Apostar por la pedagogía del cuidado, cuando a tantos se los excluye y maltrata. Esto incluye también renovar nuestro compromiso con los pueblos originarios, especialmente con el pueblo Mapuche.
  3. El tercer compromiso es vivir la entrega a imagen de la kénosis de Jesús. La vida consagrada se entiende sólo desde la entrega como el acto más humanamente libre y plenamente cristiano: a imagen del despojamiento (kénosis) de Jesús. De su abajamiento, de su acercarse al hombre, de su entrega radical y generosa. Los misioneros hicieron miles de kilómetros para ir hasta los confines del mundo y estar cerca de los últimos. El sueño misionero de don Bosco está en nuestro origen como el ADN de nuestro carisma en Argentina. Por eso, este tercer compromiso nos invita a alimentar la utopía del evangelio que en estas tierras tienen el nombre de Artémides Zatti, cuya vida entregada lo hizo el pariente de todos los pobres. Y también el de Laurita y Ceferino, que llevaron a la plenitud sus existencias atravesadas por el dolor y la tragedia. Nuestro compromiso con la utopía del evangelio es compromiso con nuestra santidad. Y es compromiso de acompañar el sueño de los jóvenes, especialmente de aquellos que, como a Ceferino y Laurita, la sociedad tantas veces quiere quitarles la esperanza y el futuro.
  4. El cuarto compromiso que quiero dejarles mirando al futuro es seguir caminando juntos, consagrados y laicos, en una experiencia de auténtica sinodalidad. El Papa Francisco ha invitado a toda la iglesia a volver a esa experiencia que ha sido tan significativa desde sus orígenes. Sabemos que en el corazón de Don Bosco estaba la idea de lo que él imaginaba como salesianos internos y externos. Con humildad podemos decir que un aporte que Argentina ha hecho a la congregación, junto a otras inspectorías del mundo, es una original experiencia de misión compartida. Tenemos la certeza de que el futuro es juntos, porque el carisma se expresa en su plenitud cuando consagrados y laicos nos sentimos llamados a compartir los sueños de Don Bosco y que el rostro de la iglesia más evangélico es el de una comunidad sinodal y misionera.

Queridos hermanos, hoy en esta Iglesia tan significativa de nuestros orígenes misioneros, cerremos un minuto los ojos. Sintamos el rumor de la gente: son inmigrantes que buscan sus sueños en estas tierras. Escuchemos los pasos de Juan Cagliero, que dejó su casa, dejó Valdocco, dejó a su padre Don Bosco. Se prepara a dar su primer sermón, dando inicio a nuestra historia en esta inspectoría y en la Argentina salesiana. Ahora abramos los ojos. Somos nosotros los que estamos aquí, 150 años después, herederos y continuadores de aquellos sueños.

¡Demos gracias a Dios por ello!

Padre Inspector Darío Perera SDB

0 Comments

Submit a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Share This