Este voluntariado nos encuentra en cuarentena. Tuvimos dos semanas de actividades hasta que la pandemia finalmente llegó a nuestro país y estas se fueron cancelando; así, poco a poco no hubo más clases, ni patios, ni misas… Si bien todo se detuvo, había algo que no podía parar: la actividad y cotidianidad de los dos hogares que tenemos en Buen Pastor.
Don Bosquito es el hogar de los chicos más chicos, entre 8 y 14 años aproximadamente. La Residencia, ubicada en Ramos Mejía, es el hogar de los adolescentes, chicos entre 15 y 18 años. Así como todos/as hacen cuarentena en su casa, ellos también debían hacer cuarentena en su casa, el hogar. Por lo tanto, tuvimos que dar una mano siendo educadoras en ambos hogares, Pau yendo a la residencia, y Lau yendo a Don Bosquito.
Las realidades de los pibes de hogares, tan distintas a las que conocíamos, nos provocaron inseguridades y preguntas, sumado a unas ganas inmensas de acompañar y ayudar en lo que necesitaran. Buscamos acercarnos despacio, de manera paulatina; pero la cuarentena (o más bien, Dios) tenía otros planes para nosotras, necesitaba nuestra presencia de inmediato. Así fue como comenzamos a ir todos los días, desde la mañana hasta la noche, a veces desde la tarde hasta la madrugada.
Tuvimos la oportunidad de acompañar la vida de esos pibes ayudando en las tareas que mandaban desde el colegio, también en el orden y la limpieza de la casa, ayudando a que entre ellos lleven una mejor convivencia (ya que pasaron de estar la mitad del día separados entre los chicos que iban a la mañana al colegio y los que iban a la tarde, a estar todos juntos las 24 horas) y muchas veces animando el espacio, participando de talleres de dibujo, pintura, cocina, infaltable el momento de jugar al fútbol, mirar películas, jugar al metegol, escuchar música, juegos de mesa, entre otras cosas. Así, en la cotidianidad, comenzamos a forjar un vínculo con ellos, a través de risas, charlas, festejos de cumpleaños, intentar dispersar el foco del encierro, etc.
Tuvimos la gracia de, a pesar de que los medios de comunicación y las redes promovieran el aislamiento, recomendando múltiples actividades para hacer desde las casas, poder ver otra cara de esta Cuarentena. La cara de quienes no pueden dejar de trabajar, porque eso significaría pasar hambre, o que los chicos de los hogares se quedaran solos (cosa que no puede suceder); de los comedores que cierran; de la gente que no tiene dónde aislarse; de las personas que ponen en juego su salud para acompañar y ayudar al prójimo. Realidad que nos conmueve, y que gracias a esta experiencia de voluntariado podemos vivir de forma cercana y empatizar con ello.
Así estuvimos trabajando dos semanas aproximadamente, hasta que se nos propuso aislarnos ya que el contagio del coronavirus estaba siendo mayor. Propuesta que nos movilizó y costó aceptar en gran medida, porque significaba frenar nuestro servicio, lo que habíamos elegido para este año; pero luego de conversarlo con la comunidad decidimos que, aunque doliera, era lo mejor para cuidarnos y cuidar a los otros/as.
Así que vinimos para el colegio Don Bosco de Ramos Mejía junto a dos de los salesianos con los que vivimos. Este tiempo de aislamiento, nos ayudó a parar, a encontrarnos con nosotras mismas, a pensar y pensarnos… a hacer silencio, y en ese desierto buscar cada vez más a Dios; nos regaló más momentos de oración y la oportunidad de seguir misionando a través de ella, rezando de manera individual y comunitaria. Es también un momento de conocernos más entre nosotras dos, continuar acrecentando nuestro vínculo y seguir alimentando nuestros corazones para el momento de retomar nuestras actividades y nuestro día a día en Buen Pastor; confiando en el plan de amor que Dios tiene para nosotras.
Laura Flores y Paula Martínez – Jesús Buen Pastor, Isidro Casanova.
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