Felicísimo, nació el 18 de julio de 1935 en el poblado de Milano, si bien él hablaba de “Vitigudino”, Salamanca, un caserío de alrededor de seiscientos habitantes, repartidos en esa época entre campesinos y ganaderos. Sus padres eran David y Araceli, de idéntico apellido.
Ingresó por primera vez a una Casa Salesiana en septiembre de 1949, al Aspirantado de Antequera – Montilla, en la entonces Inspectoría Bética de María Auxiliadora. Un primo salesiano sacerdote lo preparó para los exámenes pertinentes. Su noviciado lo realizará en Utrera desde agosto de 1953 hasta el 8 de agosto de 1954, día en que hará su profesión religiosa como Salesiano de Don Bosco. Unos meses después, el 10 de octubre de ese mismo año, recibirá la sotana, de manos del Rector Mayor, el P. Renato Ziggiotti.
Durante el noviciado, Felicísimo recibirá la vocación misionera. Con 18 años partirá de su tierra hacia la Argentina; llegará al país el 23 de diciembre de 1954. Realizará los estudios de Filosofía en Bernal (1955-1957) y el trienio práctico en la Patagonia, en el Colegio de San Julián como maestro de primero y segundo grado del Primario (1958-1960). Entre 1961 y 1964 realizará los estudios de la Teología en el Instituto Clemente Villada de Córdoba. Fue ordenado sacerdote en esa ciudad el 8 de agosto de 1964, de manos del hoy beato mártir Enrique Angelelli, que en aquel momento era el obispo auxiliar de Córdoba.
Apostolado sacerdotal
A partir de ese momento, encontraremos al P. Felicísimo en diferentes destinos. Entre 1965 y 197 se desempeñará como maestro y Catequista en el Aspirantado de Ramos Mejía. En 1974 será trasladado al Colegio León XIII, donde permanecerá por un lapso de 11 años (hasta octubre de 1984). En esta Casa Salesiana será profesor y ecónomo local desde 1979. Durante cuatro años, a su vez, y fiel a su estilo de acompañante “todoterreno”, trabajará activamente para la construcción de la Capilla dedicada a Nuestra Señora de Caacupé en el barrio Monterrey, en la localidad bonaerense de Derqui.
En San Justo
En 1985 comenzará su fecundo ministerio en San Justo, como párroco y rector del Santuario Sagrado Corazón de Jesús. El P. Felicísimo se ubicará en el centro animador de todo un movimiento de religiosidad popular enmarcado en la Renovación Carismática Católica.
Su paso por esta Casa pondrá en evidencia de forma indudable, la estatura espiritual y la entrega pastoral de este hermano nuestro.
En la Patagonia
En 1996 pasará a la ciudad santacruceña de Caleta Olivia; será el Párroco por un año (2001). En 2002 será trasladado a la ciudad de Río Grande, en Tierra del Fuego. Allí será Párroco y Rector del Santuario María Auxiliadora por una larga década (2002-2011). Sus 2 últimos años se desempeñará además como sacerdote auxiliar de la Armada Argentina, con el encargo específico de acompañar a los jóvenes cadetes del Liceo de la Marina. De esta experiencia recogemos una simpática crónica de un viaje del P. Felicísimo en la Fragata Libertad (2011).
Terminada su experiencia en el extremo sur, al hermano se le solicitará ejercer el servicio de director. Entre 2013 y 2015, el P. Felicísimo será director de la comunidad salesiana de Viedma y párroco en la ciudad de Carmen de Patagones. Tenía 77 años cuando aceptó generosamente asumir este servicio.
Entre comienzos de 2016 y finales de 2017, el P. Felicísimo desarrollará su ministerio en la localidad rionegrina de Villa Regina. Con sus dones de humildad y entrega característicos, llegará al corazón de su feligresía en muy poco tiempo, dejando también allí una huella profunda.
Con la Renovación Carismática
(Tomado de Víctor Sueiro, 2014, “Los curas sanadores”, Buenos Aires, Planeta. Atención de Fernando Montes).
Generalmente mi nota es estar contento, sí. Y estoy contento por lo que estoy haciendo dentro de mi vocación, ¿verdad? La alegría que yo siento es cuando la gente se va contenta, cuando se van con esperanza.
¿Cómo entraste en la Renovación Carismática?
Yo era un cura como tantos. Cuando yo conocía la Renovación poco a poco me fueron impactando los fieles. Yo aprendí a respirar placer de los fieles, aprendí del pueblo. Llevo 27 años de ordenado como sacerdote y 9 aquí, donde empecé a trabajar en barrios muy pobres. Escuché a la gente cuando me hablaban de problemones o de hechicería, de brujería o de esto o de lo otro. Al principio no les creía. Les hablaba, les racionalizaba la cosa, pretendía hablarles de lo psicológico y yo veía que la gente seguía con los mismos problemas y no cambiaba. Cuando comencé a prestarles más atención me dije: “voy a luchar por estas personas”, empecé a que los sacerdotes teníamos poder para que eso desapareciera de las personas y empezaran a retomar su libertad de ser hijos de Dios y reyes del universo en lugar de ser esclavos de miedos, de terrores y esas cosas. Mi confianza se hizo total en la Renovación cuando asistí en Roma a una reunión del año 84 en la sala Pablo VI junto a otros seis mil sacerdotes de todo el mundo… Allí se me cayeron todos los temores que tenía sobre la Renovación Carismática. “¡Esta es la Iglesia que yo buscaba!” me dije.
El llamado de Dios
Yo creo sí, que Dios llama. Y por parte de uno lo que corresponde es aceptar esa llamada y decir: “Señor, heme aquí, quiero hacer tu voluntad.” Creo que todos somos llamados a cumplir una misión. Somos nosotros los que decidimos aceptarla y a veces trae problemas, trae sufrimientos, pero uno es el que respondió al llamado…
¿Qué es la sanación interior?
Es orar para que el Señor sane el inconsciente y los recuerdos que tenemos de épocas pasadas, aquellas cosas que nos pueden dañar desde el ayer. Y a partir de ahí se van sanando malos recuerdos, rencores que se van dejando, viejos dolores. Yo calculo que un montón de enfermedades físicas tienen su relación con problemas espirituales y odios y rencores. Eso yo lo he descubierto en la Renovación Carismática. Entonces allí pueden surgir bendiciones y milagros que a menudo no se imaginan.
Pasan sanaciones impresionantes. Curaciones de cáncer, por ejemplo. Yo las he visto. Los sacerdotes somos un poco racionalistas, porque nos han dado una cultura así, una educación de mucha filosofía. Sin embargo yo fui creciendo en la fe, al ver las cosas que las personas te traen. Te traen radiografías de antes, durante y después. Yo, siempre que puedo, les pido esos análisis y los hago ver por los médicos. Pero la gente te cuenta sus testimonios de una manera impresionante, con realismo. Y esas sanciones ocurren cuando hay perdón. A los familiares, padres, hermanos, amigos, a quienes hayan ofendido o por quienes se sienten ofendidos. Es un caudal de muchas bendiciones. Nosotros en lugar de milagros las llamamos bendiciones o maravillas del amor de Dios, porque “milagro” lo dirá el médico.
Felicísimo, vos hacés imposición de manos. ¿Por qué las manos? ¿Las manos tienen algo “especial”?
Las manos emiten amor, emiten energía, emiten el amor de Dios que hay en uno, el poder. Cuando el obispo impone las manos al sacerdote, le está imponiendo el amor con poder, le está transfiriendo poder que es parte de Dios. En todas las ordenaciones de sacerdotes forma parte de la liturgia la imposición de las manos. Y eso es también arma de sanación. En el sacramento de la reconciliación se ha descubierto un valor que la Iglesia no lo usaba mucho: el de sanación. Es de perdón de pecados y de sanación.
¿Me estás hablando del caso de la Renovación Carismática?
No sólo en la Renovación Carismática, sino en la Iglesia en general. El rito dice ahora impóngase las manos al penitente, désele la absolución y hágase una oración adecuada a las necesidades del penitente. La Iglesia ha descubierto el valor sanante de la confesión. Tengo aquí mismo un sacerdote de 82 años. Vino a verlo una señora que le traía a su esposo que hacía 10 años que no hablaba. El padre comienza a orar por él, le impone las manos y le dice que le pida perdón a Jesús desde su corazón por los pecados cometidos, pero sin esperar respuesta pensando que era mudo. En un momento dado le dice: “nos damos cuenta de que usted hace muchos años que no se confiesa” y el hombre contesta: “sí, hace 20 años que no me confieso”. Al terminar le da la absolución y algunos consejos. Al rato viene la mujer llorando y le dice: “¡padre, mi esposo está hablando!”. Y siguió hablando.
Ya ves, ése es el valor de sanación que tiene el sacramento de la confesión. En cuanto a los de las manos, las manos tienen poder. Lo dice Jesucristo en Santiago: “Cuando hay algún enfermo llamen a los presbíteros, que vengan y le impongan las manos, oren por el enfermo, únjanlo y la oración de fe salvará al enfermo y los pecados que hubiere cometido le serán perdonados. Es el sacerdote el que fundamentalmente tiene el poder de imponer sus manos, pero también lo tienen aquellos que se aman entre sí.
¿Cómo es esa respuesta? ¿La sentís dentro tuyo? ¿Escuchás su voz?
No. Es un impacto. Es algo que sobreviene allí, que se siente, que no necesita de palabras pronunciadas. Yo lo siento claramente. Yo hablo con el Señor. Hablo con el Espíritu Santo, mucho. Como amigo, como huésped mío, como una persona. A veces, si creo que no me escucha, puedo decirle, “¿Te parece, Señor? Yo, luchando tanto aquí y Tú es como si no me escucharas”. Pero lo que ocurre es que el Señor tiene sus propios caminos, aunque a veces nos cueste a nosotros entenderlos. Lo seguro es que Él siempre tiene razón.
Todos los sacerdotes tienen los mismos poderes dados por la ordenación. Basta con cumplir esa disposición del Señor: “al que venga bendecílo siempre y dale una esperanza.” Poco a poco se van logrando cosas maravillosas, increíbles…
Esto es un don. El que lo recibió, lo recibe. Es un llamado de Dios. Esto exige mucho trabajo de los sacerdotes, exige mucha paciencia también para atender a la gente, te caen en cualquier momento, cualquier persona con necesidades a las que hay que atener. Los que no han pasado por esta experiencia de Dios no pueden hablar. Hay que verlo internamente y no externamente. ¿Qué es lo que está pasando dentro de la persona? Eso es lo que importa. Eso y los resultados. Yo estoy convencido de que la cosa va por allí. Respeto a todos ¿no?. Porque yo mismo estuve durante unos 15 años exactamente igual que esos escépticos. Los respetos, pero sé que el camino es éste…
Hacia la pascua
Dados sus problemas de salud (padeció un cáncer sus últimos meses), el P. Felicísimo fue trasladado a finales del año 2017 a la casa de salud de Buenos Aires, en Almagro. Terminará sus días allí, apagándose lentamente y bajo la cruz de una enfermedad dolorosa, aceptada con admirable fe.
El P. Felicísimo Vicente y Vicente nació el 18 de julio de 1935 en Milano, Salamanca y falleció el 06 de abril 2018 en Buenos Aires. Tenía 82 años de edad, 63 años de profesión religiosa y 53 años de sacerdote. Fue director 3 años.
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