En la Vigilia JMJ, el Papa a los jóvenes: “la alegría es misionera, llévenla a todas partes”

(ANS) En la vida siempre hay que caminar y si te caes necesitas ayuda para levantarte. Es un entrenamiento constante porque nada en el mundo es gratis, excepto el amor de Jesús. Este es el mandato que el Papa Francisco confía a los jóve

nes, cerca de un millón y medio, que llenaron el grandioso Parque Tejo de Lisboa, y que ya han comenzado, desde última hora de la mañana, a instalarse con colchonetas, sacos de dormir, mantas térmicas pero también tiendas de acampada para la Vigilia de la JMJ, penúltimo acto de una semana de encuentros en suelo portugués. Llegaron al Campo da Graça, el Campo de Gracia, tras unos ocho a diez kilómetros de marcha, invadiendo pacífica pero alegremente las calles de la capital.

Antes de la llegada del Papa, delante del gran escenario blanco que parece una ola blanca del mar o una gran duna de arena, los jóvenes se reúnen, se abrazan, se hacen fotos con la Cruz de la JMJ. Alrededor de las 18, en el río Trancao, que divide en dos el Parque do Tejo, llegan los símbolos de la JMJ, la Cruz y el Icono de Nuestra Señora Salus Populi Romani, acompañados de varias otras embarcaciones decoradas. Fue inevitable escuchar el himno de la JMJ Felizes, del sacerdote jesuita Miguel Pedro Melo, con música de Miguel Tapadas. Aviones de combate de la Fuerza Aérea surcan el cielo mientras el Papa llega al escenario.

En la primera parte de la Vigilia, un espectáculo de música y danza contemporáneas contó la historia de una joven que se dejó interpelar por Dios y cómo esto cambió su vida, contagiando a todos los que conoció. Inspirándose en el lema de esta JMJ, “María se alzó y partió sin demora” (Lc. 1,39), se mostró un paralelismo entre lo representado y la historia de Nuestra Señora. Bajo la dirección artística de Matilde Trocado, la coreografía retrató el deseo de seguir alabando a Dios y sirviendo a los demás al volver a casa. El encuentro escenificado en la primera parte de la Vigilia se hizo real y concreto en la segunda, con la adoración al Santísimo Sacramento.

La representación incluyó dos testimonios. El P. Antonio Ribeiro de Matos habló de su compromiso de llevar a los demás la alegría “inagotable” de encontrar a Cristo y ser encontrado por Él. Jesús siempre estuvo presente en su vida, pero incluso cuando se acercaba a la Iglesia, siempre permanecía centrado en sí mismo. Pero un accidente de coche debido a un ataque de sueño y el miedo a morir le hicieron darse cuenta de que la vida que había vivido “no valía la pena”. Así que ingresó en el seminario al año siguiente, en 2019, y entonces fue ordenado sacerdote. “En mi fragilidad –explicó el P. Antonio– pude reconocer lo mucho que Jesús y la Iglesia me aman y caminan conmigo, y creció el deseo de llevar esta experiencia a los demás.” Marta, por su parte, tiene dieciocho años y procede de Cabo Delgado, en el norte de Mozambique, lugar que desde hace cinco años es escenario de la barbarie de grupos armados y extremistas. Nunca, en medio de tanto sufrimiento”, concluyó, “hemos perdido la esperanza de que un día volveremos a reconstruir nuestras vidas”.

A continuación, el discurso del Papa se convirtió inmediatamente en un diálogo con los jóvenes. El Pontífice explica el profundo significado del gesto de María, que para alcanzar a su prima “se levantó y se fue de prisa”, a pesar de que acababa de recibir el anuncio del ángel. La Virgen, subraya el Papa, “en vez de pensar en ella, piensa en el otro”, en su prima, porque “la alegría es misionera”, no es para uno mismo, sino para llevar algo a los demás. Francisco lo reitera varias veces, pidiendo a los jóvenes que lo repitan: debemos llevar alegría a los demás, recordando que también otros nos han preparado para recibirla. Son las personas que han traído luz a nuestras vidas: padres, abuelos, amigos, sacerdotes, religiosos, catequistas, animadores, profesores, y el Papa Francisco pide a los jóvenes un momento de silencio para recordarlos. Ellos son las “raíces de la alegría”, porque la alegría que hay que llevar no debe ser pasajera o momentánea, sino que debe “crear raíces”. Y esto no sucede en los confines de una biblioteca, sino que debe buscarse y descubrirse en el diálogo con los demás.

El Papa advierte también contra el cansancio: a veces sucede que uno “tira la toalla” y no tiene ganas de hacer nada, y entonces deja de caminar y se cae. En la vida, sin embargo, el fracaso no es el final. Lo importante, recuerda citando una canción de las tropas alpinas, es no ‘quedarse caído’, cerrando la vida a la esperanza. En ese caso, lo único que hay que hacer es ayudar a levantar a los que caen”. Es una frase que el Papa ha repetido a menudo y que pide a los jóvenes que completen entre aplausos: la única manera de mirar hacia abajo a una persona es ayudarla a levantarse una vez más.

Para hacer todo esto, reitera el Papa, hace falta formación, como la que hay detrás de una portería en un partido de fútbol. “No hay un curso que nos enseñe a caminar por la vida”, subraya Francisco, “lo aprendemos de nuestros padres, lo aprendemos de nuestros abuelos, lo aprendemos de nuestros amigos, tomados de la mano.” La invitación del Papa es a caminar con una meta y a entrenarse para ello cada día de la vida, porque “nada es gratis. Todo se paga”. “Solo hay una cosa gratuita”, recuerda: el amor de Jesús.

Con esto y con ganas de caminar, la invitación a los jóvenes es a no tener miedo, a mirar a las raíces sin temor.

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