El poder de los sueños

Por P. Jorge Crisfulli SDB
Misionero en Nigeria/Niger

Benson, quien apenas balbuceaba algunas palabras en inglés. Venía de un pueblo en el bosque. Era un simple “chico de pueblo”, pero resultó tener una mente brillante. Nunca volví a ver a la abuela, pero con el paso de los años pudo terminar sus estudios agrícolas. Fue el primero en la clase. Entonces me dijo: “Tengo un sueño: me gustaría terminar la secundaria”. “Adelante”, le dije, y demostró, una vez más, ser el mejor de la escuela.

 

Cuando terminó sus estudios formales, le pedí que me devolviera algo de lo que había recibido al enseñar inglés y matemáticas a los niños de la calle que vivían en Bosco Homes. Después le volví a preguntar: “¿Sigues soñando?”. “Sí”, me dijo, “quiero ir a la universidad y estudiar agricultura”. Lo logró. Nunca dejó de soñar: “Ahora voy a hacer una maestría”, me dijo. Y el pequeño muchacho del pueblo obtuvo su maestría en agricultura. Un día se presentó en mi oficina provincial y colocó sobre mi escritorio todos sus certificados. Fueron el fruto de sus logros y años de arduo trabajo. Sus ojos brillaban con sano orgullo y alegría. Le pregunté si estaba interesado en trabajar en nuestra oficina de proyectos en la casa provincial y aceptó. Su próximo sueño es hacer su doctorado y abrir su propia ONG para promover la agricultura y la sostenibilidad alimentaria y apoyar a niños y jóvenes vulnerables.

 

Nadie se pierde “para siempre”. No importa cuán pobres sean tus antecedentes o la falta de oportunidades. Mientras haya vida y capacidad de soñar, siempre habrá un motivo para seguir adelante, para esperar un futuro mejor y para seguir “luchando y esforzándose”. Repito esta afirmación a cientos de niños y jóvenes que conozco. Hoy nuestra felicidad no depende del dinero, del prestigio, del poder, del placer, ni de tener millones de seguidores en Instagram o Tik Tok. No depende de los demás. “La felicidad depende de nosotros mismos”, dijo Aristóteles —el gran filósofo—. la felicidad es algo mucho más profundo, es un estado del alma, está en nuestro corazón, donde Dios habita, y depende de nuestra capacidad de soñar con ideales elevados y nobles. Depende plenamente de la presencia de Dios en nuestras vidas y en nuestras vidas. Confiar en él, en nosotros mismos y en las personas que nos aman y nos desean lo mejor.

 

Me emociono cuando escucho los sueños de niños y niñas de África: “Sueño con ser abogado para ayudar a la gente”, “Quiero ser un jugador de fútbol como Messi”, “un soldado para defender a mi país”, “un trabajador social para luchar por los derechos de los niños vulnerables”, “albañil, metalúrgico o carpintero para reconstruir mi país”, e incluso “quiero ser salesiano, sacerdote para trabajar por la gloria de Dios y la salvación de almas.”

 

El sueño de Don Bosco era ver a los jóvenes felices aquí en la tierra y en la eternidad. El sueño de Luther King era que sus hijos no fueran juzgados por el color de su piel sino por su carácter moral. El objetivo de Mandela era abolir el apartheid. Nuestros antepasados ​​soñaron con una “África libre, justa, igualitaria, grande”. Y dieron su vida por ella. El sueño de Jesús era implantar el Reino de Dios en el mundo y renovarlo a través de la misericordia y el servicio.

 

¿Y el tuyo? ¿Cuál es tu sueño más profundo y verdadero? Querido amigo, no permitas que nada ni nadie te robe tu capacidad de soñar, que, al fin y al cabo, es la única clave para la verdadera felicidad.

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