“Creo que el mayor valor que tiene la vida religiosa en si misma es el testimonio”, dice Mauro Rossato, de 25 años. Exalumno del Instituto María Auxiliadora de Bernal, Buenos Aires, el 31 de enero realizará su Primera Profesión como Salesiano de Don Bosco. Lo hará junto con sus compañeros Luciano Piccirilli y Augusto Bravo.
¿Qué significa para vos este paso que vas a dar consagrándote como Salesiano de Don Bosco?
Creo que la consagración es un llamado y una respuesta. En estos años de discernimiento fui descubriendo como Dios fue revelándome su amor en mi historia por medio distintas situaciones y personas concretas. Para mí, este paso es eso: Dios que me ama y me llama a seguirlo, y yo desde mi libertad y mi realidad (con mis dones y mis límites) que intento responderle de esta manera. Y como decía Don Bosco: “Dios nos puso en este mundo para los demás”, esa es la mejor manera de responderle, por medio del servicio a los demás, anunciándoles con el testimonio este amor que el padre nos tiene.
¿Cómo llegaste al noviciado? ¿Qué te atrapa de la vida religiosa?
Llegué al noviciado después de un largo discernimiento. Fueron cuantos años de acompañamiento por parte de varios salesianos (tanto en Bernal como en casa Emaús), con los que fui compartiendo mis dudas, mis certezas, mis alegrías y mis crisis. Fue un lindo camino que me ayudó, y aun lo hace, a crecer como persona y como creyente, profundizar mis motivaciones y el llamado que me hace Dios.
Como toda experiencia nueva, llegué con mucha curiosidad (y un poquito de miedo). Aunque pese a eso, resultó ser un año muy lindo, de poder profundizar en el sentido de la vida religiosa. En ella encuentro muchas cosas que me atrapan: La espiritualidad, la misión, nuestro carisma, la vida fraterna.
Pero creo que el mayor valor que tiene la vida religiosa en si misma es el testimonio. El haber podido conocer a muchos religiosos y religiosas con una opción muy marcada del seguimiento de Jesús, con opciones radicales, con dones al servicio y también con limites, que son parte de nuestra humanidad. Es algo que me motiva mucho a seguir profundizando en este camino, y seguir desafiándome a crecer un poquito más cada día.
¿Qué recuerdos se te vienen a la memoria en este tiempo de preparación profunda para la profesión?
Estoy en un momento de síntesis, mirando el camino hecho hasta acá. Por eso, se me pasan por el corazón un montón de personas y lugares, especialmente aquellos en los que empezó esta “aventura” y en los que se fue afianzando este seguimiento. Mi familia, mis amigos, los primeros sábados de oratorio en la ribera de Quilmes, mis pasos como alumno del María, y luego como exalumno y empleado, compartiendo con los asistentes, docentes, hermanas y exalumnas/os, en el grupo misionero, los años en Bahía Blanca, con jóvenes, animadores, hermanos de comunidad, profesores, etc.
Creo que este paso como decía antes es una respuesta, que en realidad se compone de pequeñas respuestas todos los días. Estos lugares fueron mi intento de “si” cotidiano, y muchas de estas personas fueron quienes me enseñaron a darlo.
Tal cual, el “si” cotidiano…
Al finalizar el día, la primera vez que me tocó animar un oratorio, el coordinador me preguntó cómo me había ido. Le conté sobre los juegos y la catequesis. Luego, él me dijo: “¿Y cuántos nombres nuevos aprendiste? ¿Conocés alguna historia nueva de alguno de los chicos? Un buen oratorio no se mide por los juegos, sino por lo que pudiste compartir, por los nombres e historias que te llevás para rezar”.
Creo que esa fue mi vivencia estos años, traer nombres e historias a la oración y descubrir que Dios se esconde detrás de ellas. Por eso, en un oratorio, en un retiro, en la vida en comunidad arde nuestro corazón, porque ahí mismo esta Jesús partiendo el pan y explicándonos las escrituras, haciendo eucaristía…
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