“La fe entre mi tierra y los jóvenes”

Por Esteban Marrero

Adentrarme en esta experiencia de voluntariado fue el resultado de diversos lazos. Uno de ellos es el vínculo que tengo con mi provincia, con las historias que alberga y el deseo de conocer otras memorias, dejarme sorprender por ellas. Personalmente llevaba mucho tiempo lejos de La Pampa, y sentí que esta posibilidad que la vida presentó, es una reconexión con la tierra de dónde vengo y conmigo mismo.

Mis amistades, ya que uno de mis mejores amigos estaba transitando su segundo año de voluntariado, y me tomé el atrevimiento de visitar la comunidad de Victorica. Conocer y dejarme conocer por ellos, alimentando el deseo de formar parte.

Mi relación con Dios. Aprendí y me di cuenta que en este maravilloso camino nos regalamos varios y distintos espacios que nos conectan con la providencia, tejemos redes y paraguas emocionales, viviendo en comunidad con personas que han dedicado gran parte de su historia a proclamar un método de amor y fe representado en una mesa compartida.

De la vida en comunidad aprecio el convivir con personas que tienen nobles experiencias de vida, que han dedicado la misma a su cuidado, a priorizar sobre todo a los jóvenes y los más vulnerables, compartiendo un mensaje de esperanza. Nos transmiten mucha sabiduría, nos ayudan a crecer. Como en cualquier grupo humano, encontramos diferencias y discrepancias, pero subsiste el diálogo. Trabajé mi tolerancia, el saber escuchar un poco más, a respetar/valorar los espacios personales y compartidos, los rituales comunitarios que dan otro sentido a la experiencia. Por todo lo que he aprendido (y desaprendido) en el pasado, siento que le brindo a la comunidad el poder ser un nexo con los jóvenes, con los cuales siento que he conectado positivamente y disfruto pasar tiempo con ellos.

Hay espacios donde siento con fuerza la presencia de Dios, con los pibes es uno de ellos. El momento de juego en particular, donde nos dejamos llevar por la alegría y se fomenta una sana integración que los espacios lúdicos suelen regalar.

Al viajar por distintas localidades pampeanas, siento que Dios está conmigo haciéndome el aguante, enseñándome otras ventanas, espejos, atardeceres y amaneceres.

Cuando celebramos y compartimos un asado con las personas que me acompañan en Victorica y visitas. Felizmente hemos albergado muchas historias de distintos lugares, cada una aportando algo especial. Pienso que es Dios quien nos hizo coincidir en este espacio y nos acompaña.

Cuando apoyo la cabeza en mi almohada antes de dormir y pienso en lo que el día me regaló, lo que dolió, lo que mutó. Me gusta hablar con Dios en esos momentos y siento que me escucha.

Gracias a esta experiencia, estoy redescubriendo mi fe. Estoy redescubriéndome desde lo lúdico, lo didáctico y lo espiritual. Nunca tuve la posibilidad de compartir tanto tiempo con jóvenes de distintas edades, desde un rol de animación y coordinación, y creo haber reconocido en mí una sensibilidad y comunicación singulares. El saber escuchar por sobre prejuzgar, acotar en los momentos necesarios sin oprimir, y el trabajo que supone afianzar una comunicación asertiva entre pares.

Redescubrí la importancia del sentido del humor y la relevancia de ser anfitrión, la demanda que ello requiere y el valor de saber poner el cuerpo. Muchas veces cuesta dar, algunos días se hacen más pesados que otros y la rutina nos puede abrumar en cualquier circunstancia, pero se trata de saber apreciar lo mucho que se recibe y cultivar la gratitud. Solo así mi corazón podrá albergar más fervor, ternura y paciencia.

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