Cuando el “sí” se convierte en misión

Por Julián Moya – Voluntario Salesiano

Mi camino en el voluntariado comenzó gracias a una invitación muy especial: la de mi madrina. Ella me animó a participar en la versión corta de esta experiencia, el voluntariado de verano. Uno de esos veranos me tocó vivirlo en La Boca, en la comunidad de la Casa San Juan Evangelista. Me encantó. La cercanía con la gente, la diversidad, la fe vivida en lo cotidiano, la alegría y el servicio… todo eso me marcó profundamente.

Cuando volví a mi casa en General Roca recibí un llamado de los chicos de La Boca. Me preguntaron por qué no me animaba a venir un año entero como voluntario. No voy a mentir: me llené de dudas y miedos. Pero decidí dejar todo eso a un lado y decir “sí”. Desde marzo de 2024 vivo esta experiencia que me está transformando.

Hoy comparto la casa con cinco salesianos consagrados, y desde marzo de este año también con un voluntario de Neuquén. En broma decimos que el San Juan Evangelista es “un cotolengo”, un lugar para los locos… pero para los locos de Dios, que viven con alegría el servicio y la fraternidad.

Siento que de mi comunidad de origen traje mi forma de ser, de aprender, de escuchar y de educar. Esos rasgos me acompañan en cada encuentro con la gente del barrio. Y es justamente en ellos, sobre todo en los más chicos, donde descubro con claridad la presencia de Dios: cuando les damos la merienda, cuando escuchan atentos la catequesis, o incluso en los momentos más difíciles, cuando me toca ir a lugares marcados peligrosos o enfrentar situaciones duras. Ahí siento que la Virgen y mi mamá, que ya está en el cielo, me cuidan y me acompañan.

No puedo hablar de esta experiencia sin agradecer a quienes la hacen posible y la llenan de sentido: al P. Alejandro León, director de la casa, con quien comparto todo tipo de experiencias y recorridos; a Andrea Argarañaz, pastoralista del San Juan y mi “mamá de La Boca”, que me guía en las actividades; y al oratorio, donde la alegría de los chicos y chicas me recuerda a diario por qué estoy acá. También a las capillas María Madre de la Esperanza y San José Obrero, mis primeros oratorios en esta misión; a Catequesis, por dejarme aprender y enseñar; a Cáritas y al comedor comunitario de los domingos, donde se cubren las necesidades de quienes viven situaciones vulnerables; al colegio San Juan Evangelista, donde la educación se vive con espíritu salesiano; a la comunidad de salesianos consagrados con la que convivo, que me acompaña y me forma; y a los amigos que fui encontrando en este camino, que son también parte de esta familia.

En este tiempo aprendí a ser yo, a encontrarme y a escucharme. A depender de mí mismo, a entender que si no puedo algo, lo practico hasta que salga. Descubrí que el voluntariado no es solo dar, sino también recibir: historias, afecto, aprendizajes y la certeza de que Dios camina con nosotros, incluso —y sobre todo— en las calles más humildes.

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