Agustín Roberto Radrizzani nació en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, el 22 de setiembre de 1944. Realizó el noviciado en San Justo y el 31 de enero de 1962 hizo su primera profesión religiosa en la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco. Su formación salesiana la realizó en Bernal hasta que, en 1969, fue enviado a Turín para efectuar los estudios teológicos hasta su ordenación sacerdotal el 25 de marzo de 1972 por imposición de manos del cardenal Michele Pellegrino, arzobispo de Turín.
Al regresar a la Argentina desempeñó su actividad en el campo formativo y pastoral en las Casas Salesianas San Miguel, de La Plata, y Oratorio Centenarios, de Avellaneda. En 1982 fue nombrado inspector de la Inspectoría Nuestra Señora de Luján, con sede en la ciudad de La Plata, y en 1988 maestro de novicios en el Noviciado ubicada en la Casa San Miguel de esa misma ciudad.
Investidura episcopal
El 14 de mayo de 1991 fue nombrado segundo obispo de Neuquén por el papa Juan Pablo II, sucediendo en dicha diócesis a Mons. Jaime De Nevares SDB. El 20 de julio del mismo año recibió la ordenación episcopal en Bernal, de manos de Mons. Argimiro Daniel Moure SDB, obispo de Comodoro Rivadavia, y de los coconsagrantes Mons. Jaime Francisco de Nevares SDB, obispo emérito de Neuquén y de Mons. Jorge Arturo Meinvielle SDB, obispo de San Justo. Su lema episcopal fue: “Hemos creído en el amor”. Tomó posesión de la sede neuquina el 17 de agosto de 1991.
El 24 de abril de 2001 Juan Pablo II lo designó obispo de Lomas de Zamora, diócesis del conurbano bonaerense de la que se hizo cargo el 23 de junio de ese mismo año, sucediendo a Mons. Desiderio Collino. En ese tiempo se desempeñó como vicepresidente segundo de la Conferencia Episcopal Argentina.
El 27 de diciembre de 2007, Juan Pablo II lo promovió a arzobispo de Mercedes-Luján. Tomó posesión e inició su ministerio pastoral como tercer arzobispo (sexto diocesano) de Mercedes-Luján, el 29 de marzo de 2008.
El 24 de septiembre de 2019, tras haber cumplido 75 años de edad, renunció al arzobispado, tal como lo establece el código de Derecho Canónico, y fue a vivir con su madre en el Hogar San José, de la ciudad bonaerense de Junín, atendida por las Hermanas de los Ancianos Desamparados Santa Teresa Jornet.
Su pascua
“El arzobispo emérito de Mercedes-Luján, Mons. Agustín Radrizzani SDB, falleció en la madrugada del 2 de septiembre a sus 75 años, en el hospital Interzonal General de Agudos de Junín. Así lo informó el arzobispo de Mercedes-Luján, Mons. Jorge Eduardo Scheinig, en un comunicado. Hoy a las 19, monseñor Scheinig presidirá una Eucaristía por él en la catedral Nuestra Señora de las Mercedes, que será trasmitida por los medios propios del arzobispado.
“Juntos pediremos para que esté en la presencia de Dios nuestro Padre al que le dio toda su vida con inmensa entrega y generosidad. También a María Auxiliadora a quien, junto a las advocaciones de Luján y de nuestra Señora de la Mercedes, amaba profundamente. Les pido que recemos por su mamá que cumplirá 98 años y que vive en el Hogar de las hermanas”, concluyó.
Radrizzani había sido hospitalizado un día antes de su fallecimiento debido a un cuadro febril, y la causa de su muerte fue una insuficiencia respiratoria debido a una neumonía bilateral, mientras se encontraba a la espera de los resultados del hisopado por Covid-19.
Recuerdo de estudiantes y compañeros
Daniel Linazza SAC: “hombre de Dios al servicio de la gente. Cuando Inspector se lo veía caminar por los patios del Colegio, siempre alegre, siempre atento a todos los niños, jóvenes y a adultos”.
Marcelo Madueña SDB (misionero en Angola): “Quería mucho a los jóvenes en. Sabía crear un clima comunitario de fraternidad y comunicación muy bueno y muy profundo”.
Hno. Andrés Randizzi SDB (misionero en Angola): “Lo que él vivía; el descubrirse profundamente amado por Dios y esa experiencia lo movía a tener un espíritu alegre, una serena atención por los pequeños detalles, una profunda solidez en sus principios; que en la Cruz de Jesús y en su resurrección, encuentra el fundamento del amor vivido hasta el extremo”.
Alfredo T. León: “Nos enseñó a vivir amando, y a pesar de las caídas, los tropiezos, los dolores porque nos sostiene la esperanza de poder recomenzar siempre de nuevo. Tenía la particularidad de convertir lo ordinario en algo extraordinario”.
Carlos Felice: “Agustín fue un defensor de la dignidad de las personas. Sobre todo, de los más sufridos y maltratados injustamente. Siempre del lado del que sufre, más si es joven. Su lema fue: amabilidad, escucha y acompañamiento. Muchas veces te hacía sentir que te había escuchado y entendido”.
Padre, maestro y amigo
Por Pablo Alejandro Basile
En las conferencias, cuando hablaba de Don Bosco se conmocionaba, se emocionaba… y brillaba al transmitir su experiencia de unión profunda con Jesús y la Virgen… también se entristecía frente a actitudes que no le gustaban o no le parecían del todo certeras… nunca lo vi enojado… si triste.
Cuando hicimos la profesión religiosa nos íbamos a Del Valle a pasar unos días de vacaciones… Agustín no pudo ir porque tuvo que reemplazar al Inspector… antes de salir le dejé una carta debajo de la imagen de María Auxiliadora en donde le ponía que el noviciado había sido el año más feliz de mi vida… me lo recordaba cada vez que nos veíamos y me preguntaba por qué… cada vez le contaba lo mismo… y me escuchaba con la misma atención que la primera vez… atento y emocionado… el haber vivido en unión constante con Dios, viviendo con él había sido una experiencia única para mí…
Cuando me despidió me dijo: acá nunca te va a faltar: un catre, un plato de sopa y un Sagrario… les puedo asegurar que lo cumplí al pie de la letra… siempre que pude volví… y les aseguro que pude vivenciar la misma frescura, intimidad y unión con Dios que experimenté en mi Noviciado…
Cuando quise salir de la Congregación, en ningún momento se mostró como tendencioso o queriendo manejar mis decisiones… sólo le importó mi felicidad mi realización personal y mi integridad… me apoyó en cada una de las decisiones que tomé con afecto, dándome seguridad y siempre recordándome el “¿qué querés Jesús de mí?”.
Siempre sonriente
De Mons. Juan Carlos Romanín
De Agustín, compañero de noviciado en 1961, en San Justo, tengo los mejores recuerdos…
Era uno de los más jóvenes, 16 años… Muchacho simple, trabajador en lo que sea, de oración ejemplar, siempre sonriente, muy comunitario, hasta en el deporte, que no era su fuerte.
En los retiros anuales, al no tener cuartos para todos, él como inspector y yo como ecónomo, dormíamos en una sala con dos colchones en el suelo. En Neuquén, trataba de seguir la línea ejemplar de Mons. De Nevares. Creo que lo hizo muy bien, porque en sus defensas a docentes y obreros, tuvo que soportar denuncias de parte de los gobiernos provincial y nacional.
¡Gracias por tu testimonio, Agustín!
“Aconsejar sencillamente, yendo a lo esencial”
De Mons. Esteban Laxague
De todo lo vivido diría que en él siempre experimenté la capacidad por interesarse por lo que uno le estaba compartiendo, una gran capacidad de escucha, haciendo suyas las alegrías y preocupaciones que uno le planteaba; a esa capacidad de escucha agrego el don de aconsejar sencillamente, yendo a lo esencial, a Jesús, a Don Bosco, al Evangelio, a los testigos del Evangelio.
De los escritos que conservo de él (siempre breves, concisos) transcribo estas pocas expresiones en signo de gratitud de lo mucho que sembró en mí:
“Sigue contento, viendo cómo Dios se sirve de vos para manifestar su amor”
“Sigue amando siempre a todos. Esto es lo creíble”
“En la tarde de la vida seremos juzgados en el amor” (de S. Juan de la Cruz)
“Es Jesús en la Cruz que sigue salvando al mundo por nuestra donación y nuestro amor”
“Sigue mirando a Jesús… es de Él que nos nace la vida, la luz y la fuerza para seguir caminando. El secreto es comenzar cada momentos de nuevo”.
¡En memoria y agradecimiento del querido Agustín!
De Mons. Alejandro Mussolino
Con corazón inmensamente agradecido a Dios, quisiera compartir algunas anécdotas sencillas y cotidianas, vividas con Agustín.
El año de noviciado, fue muy intenso, me dejó grabado en el corazón, el seguimiento de Jesús, el amor por Don Bosco, la Congregación y la Iglesia, la misión entre los jóvenes más pobres, la delicadeza fraterna, una vida austera… Agustín me dio testimonio de todo eso.
Fue un verdadero acompañante espiritual, se sentaba para escucharte, no hacía otra cosa, solo le preocupaba lo que decías, tomaba unos papelitos y mientras hablabas, escribía algunas palabras claves, luego te miraba con esos ojos transparentes que solo infundían confianza, y te hacía reflejos, te daba pistas, fundadas siempre en el Evangelio o en vidas de Santos, o simplemente en hechos de la vida cotidiana. Creaba clima de libertad. Cuando salías de su oficina, se te ensanchaba el corazón.
Hacia el final del noviciado, en los ejercicios espirituales previos a la Profesión, no sabía qué me pasaba, me sentía en un tiempo de mucha aridez espiritual, hasta me molestaba con Jesús, veía a mis hermanos novicios muy contentos de profesar y yo no. Fui a hablar muchas veces con Agustín, siempre me calmaba, me infundía serenidad. Me animaba y me decía: si das el paso en la aridez, el paso de Dios por tu vida el día de la Profesión, será más profundo. Así lo sentí, aunque la alegría, esa que solo Jesús puede regalar, llegó unos meses después, “…esa alegría que nada ni nadie te puede quitar…”
De la Ordenación Sacerdotal, recuerdo como si fuera hoy, el mensaje de la homilía: “la clave de un corazón feliz es un corazón agradecido…, si nos sentimos merecedores, no hay regalo que nos alcance… ¡vivamos agradecidos siempre!”.
Durante toda la vida me sentí acompañado por Agustín. Hasta los últimos días, me llamaba o lo llamaba para saber uno del otro. La exquisita fraternidad, desde las tarjetas enviadas por correo postal cuando no usaba celular, también llamarlo cuando sabía que estaba junto a su mamá en Bernal, y hasta molestar a alguno de los sacerdotes diocesanos que los acompañaban para decirle: por favor avisar a Agustín que me llame. Me llamaba enseguida, y parecía increíble, como a pesar del tiempo, y la cantidad de personas que acompañaba ese corazón, no se olvidaba de nada, te preguntaba por detalles, que uno se sorprendía y decías: “cómo hará para acordarse”. La respuesta era sencilla: el amor de un padre, que testimoniaba el amor de Jesús.
Muchas veces, ante la misión que Dios le encomendaba, sufría, y sufría mucho; aun así nunca lo escuché hablar mal de nadie, y aunque uno percibía el dolor del corazón, era impresionante cómo se sobreponía, y siempre tenía alguna salida risueña que provocaba la sonrisa. Al detenerme a pensar en esto, me surgía en el corazón, que Agustín sabía de unirse a la cruz de Jesús.
Muchas gracias, querido Agustín, ¡te voy a extrañar mucho!, pero sé por la fe, que, desde el cielo, podés acompañarme mejor. ¡Hasta el reencuentro definitivo!
¡Un abrazo hasta el cielo!
0 Comments