Juan Picca, un salesiano caracterizado por la generosidad y por el trabajo incansable

Juan Vicente nació el 11 de octubre de 1938 en San Luis. Era hijo de Juan Domingo y María Cioffi que tuvieron cinco hijos y formaron una familia profundamente cristiana. Entró en el aspirantado de Bernal, al que lo llevó el P. Luis Pedemonte en abril de 1950. Se distinguió inmediatamente por su carácter e inteligencia.

Hizo el noviciado en Morón, en 1956, y profesó el 31 de enero de 1957. La filosofía y el trienio práctico los hizo en Bernal entre 1957 y 1962. Fue enviado a Turín para cursar Teología en lo que entonces era el Pontificio Ateneo Salesiano (PAS), terminando el último curso ya en Roma, por el traslado del Ateneo y el comienza de la Universidad Salesiana. Luego de la ordenación fue a l´ École Biblique de Jerusalén, para especializarse en Sagrada Escritura, donde tuvo como profesores a los mejores exegetas de su época. Más tarde se doctoró en Roma.

 

Su apostolado académico en Roma

Ya en la Universidad Pontificia Salesiana (UPS) fue docente de Sagrada Escritura durante 40 años, del 1968 al 2008, siendo además, sucesivamente catequista de los estudiantes, consejero de la comunidad y, de 1987 a 1993, decano de la Facultad de Teología de la Universidad. Entre 1975 y 1976 fue a Bonn (Alemania) a perfeccionar sus estudios bíblicos y, en 1983, fundó el Instituto de Espiritualidad Salesiana en Roma.

En 1993 recibió el encargo de continuar los trabajos de la Biblioteca Central de la UPS, que dirigió como prefecto hasta 2008. Los espacios y la arquitectura fueron modificados convenientemente y gracias a su sobresaliente empuje, la Biblioteca Central fue notablemente modernizada, dotándola de los mejores elementos y progresos para la atención de los lectores. Hasta gestionó la incorporación de un robot para el acarreo de los libros, convirtiéndola sin dudas, en una de las más modernas bibliotecas entre las universidades romanas.

 

Regreso a la Argentina

Siempre estuvo latente la posibilidad o el deseo de los superiores locales de traerlo de nuevo a su país. Muchas veces lo llamaron a predicar ejercicios espirituales o a dar algún cursillo de teología bíblica. Durante el inspectorado del P. Luis Pedro Pozzi, luego obispo de Alto Valle, fue incluso nominado para vicario inspectorial de la Inspectoría de La Plata. Sin embargo, su amplia y meritoria carrera universitaria, lo retuvo en Roma. Recién en 2009, sin que se le dieran mayores explicaciones, ni a él ni al Inspector de Buenos Aires, fue destinado a volver a la Argentina para supervisar la marcha y hacerse cargo del Instituto Salesiano de Estudios Teológicos (ISET). Es importante notar que, en todo este proceso que fue muy doloroso para él, porque se realizó de un modo que no era digno de una persona de la talla de Juan, que había dado lo mejor de su vida en la UPS, nunca profirió queja ni comentario alguno sobre el tema. Por eso, precisamente, el Padre Inspector de Argentina Sur, Honorio Caucamán, lo definía: “sereno ante los desafíos y dificultades, que nunca le faltaron a lo largo de su vida. Tenía una asombrosa estabilidad de ánimo”.

 

La personalidad del P. Juan

Lo primero que impresionaba de su persona, al que lo llegaba conocer, era la sencillez y servicialidad. Salvando las distancias, podría decirse de él, como se dijo de Jesús, que era “un hombre-para-los-demás”. Generosidad y trabajo incansable, lo caracterizaban. Buen hermano, de gran delicadeza de trato. Siempre dispuesto a comenzar todo de nuevo, con su experiencia y sabiduría, como lo demostró no sólo al volver a la Argentina, sino durante toda su vida. Se caracterizaba, en efecto, por su capacidad tanto de estudiar y dar clase, como de arreglar muebles u otros objetos.

Trabajaba con sus manos no menos que con su mente y sobre todo con el corazón. Inmediatamente asumía, sin discutir compromisos ni responsabilidades, todo lo que se propusiera. Se lo podría definir sin miedo de equivocarse, como “el servidor”. Siempre a disposición de los demás, desde las clases y la biblioteca, hasta las necesidades personales de cualquier hermano o alumno. Era una elección de vida, un camino que requiere fortaleza y coherencia de vida.

 

Hombre de fe

Pero indudablemente, Juan era en primer lugar, un hombre de fe. Desde aspirante se distinguía por ser un chico sumamente piadoso en la Iglesia, así como era práctico en los trabajos manuales e inteligente en los estudios. Motivaba a todos a celebrar al Eucaristía, como fuente de la vida de fe. Era un perfecto líder cristiano, coherente con lo que predicaba como sacerdote. Vivía la Palabra de Dios, que estudiaba y enseñaba.

En los últimos tiempos, seguía teniendo el ánimo, el estilo de vida y los sentimientos que siempre lo habían caracterizado. Parecía que ni la edad ni la enfermedad hubiesen afectado su identidad. Al contrario, se lo veía más amable y fuerte, más luminoso, a pesar del secreto dolor que le había causado su traslado de la UPS.

Indudablemente, era la fuente interior de su vida de fe la que lo sostenía. Era notable su celo pastoral y religioso. En los últimos años, seguía prestándose para retiros y colaborando en acciones pastorales emprendidas por la comunidad, además de estar dispuesto para otros servicios que se le requirieran.

Ante el avance y lo agresivo de su enfermedad, fue trasladado a la comunidad de los estudiantes de Teología de San Justo. Inmediatamente se puso a disposición para acompañar a los estudiantes en las necesidades de sus estudios y en la dirección espiritual, además de acompañarlos diariamente, a rendir sus lecciones en el ISET.

 

Salesiano y maestro de salesianidad

Donde la figura de Juan Picca ha cobrado mayor relieve e importancia fue, a no dudarlo, en el Centro de Estudios de Espiritualidad Salesiana. Fue ante todo un gran salesiano y además un animador de salesianidad para todos. En primer lugar, animó el estudio de la vida y de los escritos de Don Bosco.

El P. Francesco Motto, especialista en escritos de Don Bosco, afirmó: “la figura de Don Picca, encarnó en forma admirable la figura de Don Bosco y del salesiano, más que cualquier otro hermano que hubiera podido conocer. Amó a Don osco y a la Congregación de forma total, aceptando los momentos difíciles y dolorosos, que le produjeron las situaciones difíciles”.

Pasó cuarenta años trabajando en el Instituto Histórico Salesiano, con la vida y los escritos del Santo Fundador. Y finalmente gracias a sus conocimiento y amor a la historia salesiana, gracias a su empuje e impulso, se pudo formar también en la Argentina la Asociación de Historiadores Salesianos. Pudo presentar y coordinar junto con otros historiadores salesianos, el primer libro de historia salesiana de la Patagonia: “Iglesia y Estado en la Patagonia”, hecho en la Argentina, con la colaboración de la Dra. Investigadora del Conicet, María Andrea Nicoletti Navarro y el Hno. Ariel Fresia.

 

El sacrificio

La UPS quedó empobrecida y, sobre todo, la Biblioteca, desde que él volvió a la Argentina. Seguía siendo siempre el observador estudioso de la realidad y de las personas, portador de ideas y opiniones siempre oportunas, pero, según un compañero de su infancia, ya se lo veía ahora, con cierta nostalgia de “exiliado”, como quien está lejos de su casa y de su centro.

Sin dejar de ser optimista, ya no se le veía tanto esa alegría que siempre lo había caracterizado. Por cierto, el momento de la cruz no fue para él tanto su propia enfermedad, sino su remoción del cargo de bibliotecario y miembro de la UPS. Lo tomó, como lo hacía siempre con todas las misiones que le tocó cumplir, con paz, con serenidad y como la lección magistral más importante de su vida. Hasta el final nunca se le vio ningún rasgo de tristeza o crítica, ni rencor. Siguió tratando a todos, con el mismo respeto y gentileza, siempre simpático, respetuoso y alegre. Era su camino ascético y profético.

En su vida cotidiana, en la comunidad de los estudiantes de Teología de San Justo, era uno más: en la vida común, en las prácticas de piedad y en la mesa. A su lado, muchos pudieron aprender de su meticulosidad y paciencia por el trabajo intelectual, el esfuerzo y la búsqueda tranquila, para lograr los objetivos del estudio. Trabajaba incluso manualmente: ordenaba la biblioteca de los estudiantes, reparaba los armarios y facilitaba la búsqueda de los libros. Pero ante todo, acompañaba y animaba a todos con su oración y su sonrisa.

 

Servicios inspectoriales

El Padre Inspector, Honorio Caucamán, dejó escrito: “Juan fue un hermano comprometido con el camino inspectorial, siempre presente en todas las instancias de animación, como reuniones de directores, retiros y encuentros”. También fue importante su generosidad y disposición en el servicio pastoral de las HMA. Supo ganarse su gratitud por la disponibilidad y cercanía. Es interesante mencionar además su colaboración asidua, generosa y competente con el Boletín Salesiano. Cubría todos los meses los temas de salesianidad y vida de Don Bosco que presentaba el Boletín. Sus artículos fueron de gran ayuda a la formación salesiana de muchos miembros de la Familia Salesiana.

 

Hacia su pascua

Muchos de sus compañeros sabíamos la agresiva y dolorosa enfermedad de cáncer de páncreas que sufría Juan. Pero en la comunidad muchos lo ignoraban y por boca de él, nadie hubiera llegado a interesarse. Su vida austera y silenciosa no dejó nunca traslucir las molestias que le causaba la enfermedad. Se lo veía ir semanalmente al médico. Viajaba en medios comunes desde San Justo al centro de la Capital, un viaje, por cierto, nada breve ni agradable. En la mesa, cuando se le preguntaba, compartía que el médico que lo trataba desde hacía años, le había dicho que su cáncer por el momento “estaba dormido”, y que cuando despertara el problema sería el fin, pero para eso no había señales. Las señales, en efecto, se manifestaron repentinamente y con fuerza en los últimos meses de 2017. Se lo vio decaer y hasta el color amarillento de su rostro denotaba su gravedad. Con ese motivo, fue trasladado los últimos días a la Casa de Salud Artémides Zatti, en el barrio porteño de Almagro.

Allí le llegó su pascua el 17 de enero del 2018. Tenía 79 años de edad, 60 de profesión religiosa y 51 de sacerdote.

 

Testimonio el Papa Francisco

Vale la pena terminar esta semblanza con un testimonio entre tantos otros que llegaron tanto a la UPS como a la Inspectoría de Argentina Sur:

Contó el Cardenal Tarcisio Bertone que el último 7 de diciembre de la vida del P. Picca (2017), se acercó después de la celebración al Papa Francisco y le comentó lo que sabía del estado de su enfermedad. El Papa después de expresar su pesar y de asegurar que lo conocía bien, relató que, siendo un joven estudiante jesuita, sufrió una delicada intervención quirúrgica. Con ese motivo fue enviado a reponerse a la Casa Salesiana de Bernal, donde Juan Picca era tirocinante. Con su conocida servicialidad y amor, se puso a disposición para atenderlo. A la noticia de su muerte, el Papa llamó a la Casa Inspectorial para comunicar sus pésames.

 

El cariño cosechado en la UPS

Dejamos así, estos pobres renglones indispensables para presentar una breve semblanza de este gran salesiano. Es indudable que Juan Picca merece algo más importante y no cabe duda que algún día se escribirá su biografía. Pasó casi toda su vida en Italia, en la UPS, y su figura está ligada a la Facultad de Teología, al Instituto de Salesianidad y a la Biblioteca de la Universidad. Son muchos los testimonios que ya han aparecido, al conocerse la noticia de su paso a la Casa del Padre. Pero entre todos ellos, quisiera destacar lo escrito por el sacerdote salesiano Fabio Pasqualetti, docente de Comunicación de la Facultad de Ciencias de la Comunicación Social de la UPS. A él se le deben muchos de los datos que constan en la Carta mortuoria de Picca, escrita por la Inspectoría y de la que hicimos cosecha para esta breve semblanza. Fabio estuvo todo un mes, durante el año 2017, en nuestra comunidad Nuestra Señora de la Esperanza de San Justo, Casa de los Estudiantes de teología, acompañando a su querido amigo Juan Picca, dada la situación de su enfermad y lo que se preveía acerca de su cercano fin. El Padre Fabio lo llamó vía Skype, a la casa Zatti, para saludarlo. Sentado en su cuarto todavía lleno de vida, Juan le dijo “Chau, Fabio”. Esa noche murió.

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