24 de enero – San Francisco de Sales

San Francisco de Sales es el patrono de los Salesianos.

Compartimos un fragmento de las Memorias del Oratorio en el que Don Bosco explica por qué la primera capilla del oratorio lleva el nombre de este santo.

16. Traslado del Oratorio junto al Refugio

El segundo domingo de octubre, consagrado a la Maternidad de María, comuniqué a mis muchachos el traslado del Oratorio junto al Refugio. Inicialmente, se asustaron un poco, pero cuando les expliqué que allí nos aguardaba un amplio local –por entero a nuestra disposición– para cantar, correr, saltar y divertirnos, les gustó y esperaban con impaciencia el domingo siguiente para ver las novedades que iban imaginando. El tercer domingo de octubre, dedicado a la Pureza de María Virgen, poco después de mediodía, una turba de muchachos de diversa edad y condición bajaba corriendo a Valdocco buscando el nuevo Oratorio.

—¿Dónde está el Oratorio? ¿Dónde está Don Bosco?, interrogaban por todas partes. Nadie sabía responderles una palabra al respecto, pues en aquel vecindario ninguno había oído hablar ni de Don Bosco ni del Oratorio. Los que venían preguntando, creyéndose burlados, alzaban la voz y sus pretensiones; los del barrio, considerándose insultados, oponían amenazas y golpes. Las cosas comenzaban a tomar un mal cariz, cuando el teólogo Borel y yo salimos de casa al escuchar el alboroto. Nada más aparecer nosotros cesó todo ruido y altercado. Los muchachos corrieron en masa hacia nosotros, preguntando dónde estaba el Oratorio.

Les indicamos que el verdadero Oratorio no estaba todavía acabado y que, mientras tanto, vinieran a mi habitación; serviría muy bien por ser espaciosa. En efecto, aquel domingo las cosas salieron bastante bien; pero al domingo siguiente, como a los viejos alumnos se unieron algunos del vecindario, no sabía dónde meterlos. Habitación, escaleras y corredor estaban atestados de chicos. El día de Todos los Santos me puse a confesar con el teólogo Borel; todos querían confesarse. ¿Cómo proceder? Éramos dos confesores para más de doscientos niños. Uno encendía el fuego, otro se apresuraba en

apagarlo; éste llevaba leña, aquél agua; baldes, tenazas, paletas, cántaros, palanganas, sillas, zapatos, libros y cualquier otro objeto quedaba en desorden por más que se intentaran ordenar y arreglar las cosas. No es posible seguir así, dijo el querido teólogo; hay que buscar un lugar más adecuado. Con todo, pasamos seis días festivos en aquel estrecho local, la habitación situada encima del vestíbulo correspondiente a la primera puerta de entrada al Refugio.

Entre tanto, nos entrevistamos con el arzobispo Fransoni,[1] quien comprendió la importancia de nuestro proyecto.

—Seguid, nos dijo; haced cuanto juzguéis útil para las almas; os doy todas las facultades que os resulten necesarias. Hablad con la marquesa Barolo;[2] quizá ella pueda facilitaros un lugar adecuado. Pero decidme: ¿no podrían acudir esos chicos a sus propias parroquias?

—La mayor parte de los muchachos son extranjeros;[3] viven en Turín sólo una parte del año. Ni siquiera saben a qué parroquia pertenecen. Muchos de ellos andan mal vestidos, emplean dialectos poco comprensibles, por lo que entienden poco y son poco entendidos por los demás. Algunos, por otra parte, siendo ya mayorcitos, no se atreven a mezclarse en la clase con los pequeños.

—En conclusión, replicó el arzobispo, que se necesita un lugar aparte destinado a ellos. Continuad, pues. Os bendigo a vosotros y a vuestro proyecto. Os ayudaré en cuanto pueda; tenedme al tanto y en cualquier momento haré lo que esté en mi mano.

Nos dirigimos, en efecto, a la marquesa Barolo y, comoquiera que hasta agosto del año siguiente no se abriría el Ospedaletto, la caritativa señora aprobó que convirtiéramos en capilla dos espaciosas habitaciones destinadas a salas de estar para los sacerdotes del Refugio, cuando tuvieran allí sus habitaciones. Por tanto, para llegar al nuevo Oratorio, se pasaba por donde actualmente se encuentra la puerta del hospital; a través de la pequeña avenida que separa la obra del Cottolengo del citado edificio, se alcanzaba la actual habitación de los sacerdotes; y a la tercera planta se subía por la escalera interna.

Allí se encontraba el lugar escogido por la divina Providencia para la primera iglesia del Oratorio. Comenzó a denominarse de San Francisco de Sales por dos razones: 1ª, porque la marquesa de Barolo abrigaba la intención de fundar una congregación de sacerdotes con dicho título, por lo que hizo pintar la imagen del santo, que todavía se contempla a la entrada del local; 2ª, porque nuestro ministerio exige gran calma y mansedumbre, nos pusimos bajo la protección de San Francisco de Sales, a fin de que nos obtuviese de Dios la gracia de imitarlo en su extraordinaria mansedumbre y en la conquista de las almas. Una razón más para colocarnos al amparo del santo: el que nos prestara su ayuda desde el cielo para imitarlo en el combate contra los errores que atacaban la religión, especialmente el protestantismo, que comenzaba a insinuarse insidiosamente en nuestros pueblos y, sobre todo, en la ciudad de Turín.

En consecuencia y con la autorización del arzobispo, el 8 de diciembre del año 1844, dedicado a la Inmaculada Concepción de María, con un tiempo muy frío y mientras caía una copiosa nevada, se bendijo la suspirada capilla, se celebró la santa misa, bastantes chicos hicieron su confesión y comunión; oficié aquella función derramando lágrimas de consuelo porque veía de tal forma que ya me parecía estable la obra del Oratorio, cuyo fin era entretener a la juventud más abandonada y en peligro, una vez cumplidos sus deberes religiosos en la iglesia.

 

[1] El 13 de marzo de 1846, Don Bosco escribía al vicario de Ciudad: «Cuando en 1844, por motivo de la ocupación, fui a establecerme en la Pía Obra del Refugio, los jóvenes continuaron a ir allí para su instrucción espiritual. Fue precisamente entonces cuando, de acuerdo con el señor teólogo Borel y don Pacchiotti, presentamos una memoria al monseñor Arzobispo, que nos autorizó a transformar nuestra habitación en Oratorio, en donde se deba catecismo, se escuchaban las confesiones, se celebraba la santa misa para los citados muchachos» – G. Bosco, Epistolario, I (1835-1863). Introduzione, testi e note a cura di Francesco Motto, Torino, LAS, 1991, 66.
[2] Giulia Vittorina Colbert de Maulévrier, marquesa de Barolo (1785-1864). Nació en Vandea (Francia); mujer inteligente, culta y profundamente religiosa; casada con un rico filántropo italiano, el marqués Tancredi Falletti de Barolo, se dedicó a obras asistenciales en Turín, en favor de jóvenes extraviadas (Rifugio e instituto de las Maddalenine), huérfanas y pobres (hospicios, escuelas y un asilo infantil); construyó el pequeño hospital de Santa Filomena y fundó varios institutos religiosos. Cf. Giovanni Lanza, La marchesa Giulia Falletti di Barolo nata Colbert, Torino, Speirani, 1892.
[3] En el original: stranieri. Ceria comenta este témino utilizado por Don Bosco: «Dice más que forestieri y está en sintonía con lo que sigue, dirigido a representar una dolorosa realidad de manera eficaz, para obtener el consenso deseado» –  Memorie dell’Oratorio, 140-141.

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